- Hemos tenido en Mérida el año con el mayor número de nevadas, tanto, que ya la gente ni se molesta en ir al páramo (al pico de El Águila) con aquella euforia de otros años, para palpar la nieve, recibirla como una bendición del cielo, o siquiera ver las fulgurantes diademas alrededor de las más imponentes sierras andinas.
- El agua es buena en un vaso, dice el poeta Pedro Pablo Pereira, pero no tenerla permanentemente hasta el cuello, ese vivir encuevados guareciéndonos, como ostras, en nuestras casas.
- Por estos pertinaces diluvios no hemos podido salir a ver cómo han engalanado de manera especial y exquisita a la ciudad. Quiero decir, por las noches, sobre todo, cuando estalla esa iluminación con que la han adornado, por ejemplo, el Viaducto Campo Elías, la Plaza Bolívar y la sede de la Gobernación.
- Ayer lunes, luego de dos días sin lluvia, con ese sol intenso que suele salir después de la dos de la tarde (y que a la vez suele ser signo de que habrá chaparrones por la noche), percibimos que sería diferente. Vemos que el sol amablemente se va diluyendo, dejando una amplia y amable claridad que invita a salir.
- A la cinco y media de la tarde preparamos la marcha, nos hacemos con nuestros impermeables y salimos a dar un recorrido por el centro. Al salir de nuestro apartamento nos recibe una brisa fría, y no se ven nubes amenazadoras por ninguna parte. Nos reconforta el corazón salir a tomar aire fresco y poder andar a nuestras anchas sin estar atados al tiempo. Tomamos, pues, una buseta en La Pedregosa Sur y nos embarcamos en una que coge por Los Sauzales. A pesar de la hora, la buseta no va llena. Vamos viendo el paisaje y las enormes colas de carros que se han formado en la Panamericana para echar gasolina en la "Estación 24 Horas". Con multitudes de carreteras, puentes y caminos destrozados por las lluvias, hay dificultad para el transporte de la gasolina.
- No hay cosa que disfrute más que ver a la gente, los trabajadores que regresan a sus hogares, los niños que salen de las escuelas, las bellas mujeres muy bien acicaladas con sus portes juveniles, sus uñas extra-largas, sus pelos alborotados o recogidos, lisos o encrespados. Y me suelo preguntar cómo será la vida de todos esos seres, qué los mueve, qué historias o agites llevarán entre pecho y pecho, ¿a dónde irán?, ¿quién les esperará? O a dónde no querrán llegar.
- Nos apeamos en una parada cerca del Centro Comercial Yuan Lin, y comenzamos a cruzar el Viaducto Campo Elías, el cual está cubierto por luces pero que aún no las habían encendido. Están algunos buhoneros recogiendo sus mercancías, un río de gente que va sin prisa como apreciando la caída de la bella tarde. Nos topamos con el abogado Ángel quien por muchos años fuera nuestro consultor jurídico en la Fundación Ruta de la Lana. Iba Ángel con una joven, y nos saludó de lejos sin detenerse. Nos hubiera gustado conversar un poco con él, teniendo en cuenta que llevábamos unos cinco años sin vernos. Nos quedamos con los recuerdos de su encantadora amistad y lo vamos comentando durante un rato. Le comento a María Eugenia que todos los Ángel que conocemos han sido para nosotros verdaderos ángeles, y que menos mal que mi madre no me bautizó con ese nombre.
- Comenzamos a subir por la Calle Tres, pasamos a un lado de la Tasca Las Cibeles, y María Eugenia recordó que ese era el sitio en el que mi hija Adriana y el poeta Ángel (otro santo) Eduardo Acevedo solían departir los fines de semana. De cualquier lugar llega música navideña. Están los buhoneros recogiendo mesas, sillas y cachivaches. Pasamos a un lado del Rectorado, cruzamos la calle y llegamos a la Plaza Bolívar. Borbotones de recuerdos nos asaltan de tantas luchas y marchas por estos alrededores. Ahí está la Plaza con millones de luces (de momento apagadas), cubriendo figuras de arcos, pasadizos, trineos, estrellas, cascanueces, o arbolitos. Me dice María Eugenia que sigamos subiendo y dando tiempo a que enciendan las luces. Llegamos a nivel del Centro Cultural Tulio Febres Cordero, pero torcimos a la derecha, viendo tantos lugares clausurados que otrora fueron restaurantes en los que tantos momentos felices compartimos.
- Al término de la cuadra giramos a la izquierda, recordamos a los padres de Sujer que tenían por allí un próspero comercio en el que hoy funciona una farmacia. Y de pronto divisamos al Chino, quien está cerrando la Casa Bosset luego de una larga jornada de trabajo. Podría decirse que la Bosset es la mejor obra del Chino, de tanto que ha trabajado en ella y de cómo la cuida y la ama. Casa Bosset es uno de los centros culturales más movidos de la ciudad, y en ella se hacen exposiciones artesanales, hacen sus prácticas la Orquesta Sinfónica y los distintos orfeones que hacen vida en Mérida. Tiene una sala que es una galería permanente de pinturas, de pintores consagrados y nuevas promesas. En Casa Bosset se dan conciertos y charlas, se presentan libros, se venden libros, y a todo aquel poeta, artesano, sabio o de esos locos geniales que buscan un lugar para presentar o discutir sus ideas u obras, el Chino siempre les encontrará un espacio para que se reúnan, amen, deliren o sueñen.
- Le preguntamos al Chino por tantos viejos amigos, por Héctor, por Simón, por María la vendedora de libros. Le preguntamos por Juan Arepa, el que tenía el restaurante más barato y con excelentes platos en el centro de la ciudad, y nos dejó helado cuando nos dijo que Juan Arepa se había muerto de Covid. Otra vez, borbotones de recuerdos, cuando almorzábamos donde Juan Arepa, con aquellos tres servicios de sopa, seco, jugo y postre por tres lochas. De cómo allí siempre nos encontrábamos a todos los poetas, músicos y pintores sin casa, los que eternamente han ido a la deriva y cuyo verdadero hogar está en las calles, en las plazas o en los parques; a todos los políticos venidos a menos (como el ex alcalde Simón Valdez), a los que van contra corriente y que jamás han encajado en una vida pequeño-burguesa.
- En conversando con el Chino, llega un joven con acento medio argentino que pide permiso para visitar la Casa Bosset que le trae tantos recuerdos; el joven es merideño y fue del coro de la Sinfónica muchos años, y va diciendo que Mérida está muy bella y que antes de regresar a Buenos Aires quiere llenarse de las grandes bellezas de su amada Mérida. Cuenta este joven que se fue hace cinco años a Argentina, que se casó con una colombiana, que ha montado una pequeña empresa de manufactura de uniformes y que piensa instalar en el futuro una sucursal en Venezuela.
- El Chino, a través de la Misión Sucre terminó su carrera de abogado. Es un extraordinario pintor y ya está haciendo las gestiones para presentar su obra en el Museo Juan Astorga, el año que viene. Cuando se hicieron los primeros llamados para formar las milicias, el Chino inmediatamente se enroló en ellas. Es él, un hombre disciplinado, constante y ejemplo de verdadero revolucionario. Lo he visto pasar por las más duras pruebas, cuando los adecos cogieron el poder en Mérida. El Chino se mantuvo firme, y jamás dejó de asistir a los entrenamientos militares que algunas veces se hacían en El Vigía. Hoy, el Chino ha llegado al grado de Teniente, y piensa seguir hasta lograr ser un Coronel de la república Bolivariana de Venezuela.
- Ya comenzaba a oscurecer, y nos dirigimos a la Plaza Bolívar. Vimos restaurantes nuevos, sobre todos de pizzas, y ya estaba la plaza multi-refulgente y colorida, con niños corriendo por ella, con gente tomando fotos, y nos metimos en aquel mar de luces y colores, y discurrimos por sus pasadizos, hasta que oímos a unos niños que cantaban música navideña, y fuimos a verlos. Nos pusimos a escucharlos mientras María Eugenia se unía con su propia voz a sus cantos.
- Luego fuimos a ver el pesebre que se exhibe en la Gobernación, y allí conversamos con una joven policía quien no dijo que tenían que estar pendientes de los adornos de la plaza porque gente malvada o amargada los destruía. Nos volvemos a encontrar con el joven que se fue a Argentina. Luego llegaron los niños cantores con su directora y les preguntamos que cuándo volvían a presentarse y nos dijeron que no sabían y que ellos vivían en Belén y que si queríamos nos podía dar su teléfono por si acaso los que requeríamos para amenizar algo.
- Nos retiramos con el corazón encogido de tantas brumas y melancolía como las que abrasaron durante esos instantes nuestros corazones. ¿Por qué la vida será como es? ¿podría ser más justa?, ¿podría encontrarse un mundo en el que lo grandioso y lo noble sea eterno?
- Volvimos a casa, a nuestra cueva. Hoy martes, hemos amanecido con una pertinaz lluvia que ha durado seis horas, por lo que no me puse a escribir esto sino a las nueve de la mañana, luego de un apagón que se produjo desde las cuatro de la madrugada.