Se conoce que los pueblos primitivos cuidaban con mucho celo a la llama encendida en la cueva, a la hoguera que marcaba al hogar, de esa conducta hay evidencias materiales. La hoguera era una referencia, un anclaje en la vida de esos pueblos. Sabían adónde regresar, sabían adónde ir, tenían refugio material y espiritual.
Siempre los pueblos, las familias, los individuos han necesitado una referencia que les señale el caminar posible, que le dé sentido a la vida. De la calidad de la referencia depende la calidad de la vida de los pueblos. Si la referencia es la fría búsqueda de lo material, la danza inútil alrededor del becerro de oro, el egoísmo, la guerra de todos contra todos, entonces, ese pueblo triste está condenado, lleva en su interior las fuerzas de su destrucción. Al contrario, si un pueblo tiene como referencia la hoguera fértil de la Revolución, la visión larga, el sentido del deber histórico, ese pueblo tiene las condiciones para asaltar al futuro fraterno, construirlo, fundar mundos, derrotar las adversidades.
Podemos resumir diciendo que un pueblo sin hoguera revolucionaria es un pueblo desamparado, inerme, esclavo. Aquí, en Venezuela, siempre la hoguera ha estado encendida, siempre en algún lugar se percibe la llama, puede ser muy pequeña, vista por pocos, pero siempre ha estado allí. Estuvo cuando el general gómez, en el Castillo de Puerto Cabello, en la Generación del 28; estuvo cuando pérez jiménez, con la Junta Patriótica de Fabricio; estuvo cuando la dictadura del pacto de punto fijo, aún hoy se sienten los fogonazos de la guerrilla del sesenta, que, sin duda, uno de sus méritos es haber mantenido la hoguera, la llama. Con Chávez la Hoguera relumbró como pocas veces en el mundo, quizá como en la Sierra Maestra, como la toma del Palacio de Invierno, como la Bastilla…
Hoy, somos un pueblo sin referencia revolucionaria, más allá del esfuerzo de valientes individualidades, pero nada orgánico. La Hoguera Revolucionaria, y hay que decirlo, no está encendida, no hay un partido revolucionario, no hay una dirección revolucionaria. Es necesario que desde el fondo de una cueva brille la idea revolucionaria encarnada en hombres decididos a defender la dignidad.
Un manifiesto, una intención de pocos, sería un primer paso, rompería con la unanimidad, con el miedo al capitalismo, a los desleales del Socialismo. Fracturar, romper, la atmósfera de unanimidad, de conformismo, sería una inyección de esperanza en la población, un despertar del coraje que sabemos que allí yace.
Estamos viviendo una horrenda dictadura, que es más horrenda por la desidia de los que debían oponérsele. La sola amenaza de represalia anula la resistencia. Es necesario atreverse a encender la Hoguera, este pueblo, este continente, el mundo necesitan la referencia que devuelva la alegría a la humanidad, que demuestre que el hombre no es una pasión inútil, que vale la pena luchar, que un nuevo mundo es posible.
¡A CHÁVEZ NO LE PODEMOS FALLAR!