Cuenta la historia como se sumó a la deriva Ceausescu, después de unos viajes a China y Corea del Norte, y que se sustanció en autarquía económica, folklorismo cultural, culto a la personalidad y represión atroz. La policía política, la Securitate, tuvo amplios poderes y contó con hasta medio millón de colaboradores. La gente más humilde era fácilmente reclutada como delatora. Fue así como Ceausescu pudo someter a la población a un régimen de hambre cuando, en 1982, decidió pagar la deuda externa a toda costa: 300 gramos de pan al día y cinco huevos al mes por persona (mientras el país exportaba alimentos), coches sin combustibles, calles a oscuras, calefacción a 14 grados (dicen que él la tenía a 24 grados en su despacho), recortes de salarios... Con la caída de la natalidad, a las mujeres se les controlaba la fertilidad en los centros de trabajo para evitar abortos. En 1989 Rumania había alcanzado las más altas cotas de la miseria en Europa y varios años después aún se notarían los efectos de la ruina.
Fin de la cita.
Nicolae Ceaucescu gobernó por 25 años Rumania con mano de hierro, bajo un exacerbado culto a su personalidad, junto a su esposa Elena, presentada como "sabia internacional", se filmaban hasta tres horas por día para luego convertir ese material en propaganda.
"Abajo Ceausescu, abajo el comunismo": Cómo fue la caída y muerte del dictador en la Navidad de hace 34 años
En la Navidad de 1989, una sublevación ciudadana apoyada por el Ejército puso fin al reino de miseria de Nicolae y Elena Ceausescu en Rumanía culminando así con el derribo de otro Telón de Acero en el siglo XX.
Ningún rumano nacido en democracia en este siglo XXI, podrá imaginarse un racionamiento de alimentos, ser detenido por protestar contra el Gobierno, o no poder salir del país, y viajar al extranjero. Lo que hoy es impensable, era muy común, y corriente en la Rumanía de hace 34 años, cuando el coraje de miles de personas acabaron con el totalitarismo estalinista en ese país balcánico.
Eran las fiestas de Navidad de 1989, cuando una sublevación civil apoyada por el Ejército puso fin al reino de miseria y terror de Nicolae y Elena Ceausescu. Fue así como unos civiles anónimos revelaron cómo vivieron en esos tensos días, en medio de tanques, y barricadas en las calles de Bucarest.
Todo empezó el 16 de diciembre de 1989, un mes después de la caída del Muro de Berlín, en Timisoara, con una concentración en apoyo a un pastor local. En solo pocos días de esta concentración, esta se transformó en una protesta inédita que recogió la frustración acumulada durante décadas de represión y penurias.
El gobierno de los Ceausescu, uno de los más represivos y criminales del antiguo bloque soviético, respondió matando a tiros a decenas de personas. Sin embargo, el baño de sangre no tuvo el efecto esperado por la cúpula gobernante sanguinaria. La protesta se extendió a otras grandes ciudades y llegó a Bucarest ese 21 de diciembre.
Ese día el propio Ceausescu, quien asumió el poder absoluto en 1965, había convocado un gran acto de adhesión, y la masa, habitualmente obediente se alborotó en medio de su discurso. El dictador tuvo que retirarse del balcón del Comité Central del Partido Comunista Rumano (PCR) tras pedir en vano silencio con un gesto incrédulo, momentos recogidos incluso por la televisión oficial rumana.
Acto seguido los tanques tomaron una Bucarest gris y sin coches, pero las protestas continuaron en su principal arteria, donde enseguida llegó Radu Filipescu, un ingeniero que había estado en la cárcel por repartir manifiestos subversivos. Agentes de la temida Securitate, la policía secreta, le seguían día y noche a todas partes.
La multitud seguía concentrada en la plaza Romana, cara a cara con los soldados y la Securitate, según la narrativa de la época que gritaban: abajo Ceausescu, abajo Ceausescu, abajo Ceausescu, abajo el comunismo, Fue una catarsis, de "una liberación total". Cerca de Romana está la plaza de la Universidad. Allí, a los pies del Hotel Intercontinental, los manifestantes levantaron una barricada para protegerse de los uniformados.
Antes de la medianoche de ese dia comenzaron las detenciones: "¿Qué quieren, Capitalismo?", le decía, los agentes de la Securitate mientras le pegaban a los detenidos.
Entre gritos de "libertad" y el silbido de las balas, la multitud fue obligada por los agentes del régimen que les encañonaban a marchar a "paso ligero" y "con la barbilla en el pecho" hacia una comisaría. "La calle hervía, era una especie de la caza de los manifestantes". Con las prisiones y los depósitos de cadáveres llenos, y ante la irrupción de manifestantes en el edificio, Nicolae y Elena Ceausescu huyeron del Comité Central en helicóptero el 22 de diciembre en medio del júbilo general.
El helicóptero de los Ceausescu tuvo que aterrizar cerca de Targoviste, a unos 80 kilómetros al noroeste de Bucarest. Allí fueron detenidos por una unidad del Ejército que acababa de unirse a la sublevación. Mientras, en la sede de la televisión empezaron a congregarse los líderes de la sublevación para proclamar su victoria en directo. Allí entró en escena el hombre que lideraría la transición como nuevo presidente de Rumanía, Ion Iliescu: quien "hizo un discurso muy prometedor". Iliescu, era un crítico de Ceausescu, veterano militante comunista y uno de los miembros más respetados del PCR, salió por la tarde al balcón del Comité Central en Bucarest. "El proceso es irreversible", proclamó acompañado del jefe del Estado Mayor del Ejército. "¡El Ejército está con nosotros!", coreaba la multitud.
Pese a que los Ceausescu habían sido detenidos, francotiradores anónimos de élite seguían matando a manifestantes, eran tropas especiales de Ceausescu y seguían un plan clandestino de lucha en caso de que el régimen fuera atacado.
Iliescu y el Consejo del Frente de Salvación Nacional (CFSN) con el que tomó el poder no esclarecieron nunca lo ocurrido entonces. Iliescu, y Voican fueron acusados de crímenes de lesa humanidad en el proceso por aquellos acontecimientos.
Según la Fiscalía, el CFSN fomentó un ambiente de "psicosis" en torno a los supuestos "francotiradores" con mentiras difundidas por televisión y órdenes militares contradictorias, lo que generó numerosas situaciones de "fuego amigo" y "caos" y habría ayudado al grupo a consolidarse en el poder.
Voican rechazó las acusaciones y calificó de "simplistas" el razonamiento de la Fiscalía. El antiguo preso político recordó que el CFSN acordó que el dictador "debía ser suprimido" para desactivar a los "francotiradores" que seguían resistiéndose al cambio de régimen.
El día de Navidad de 1989 los Ceausescu fueron juzgados en un cuarto desolado de la base de Targoviste en la que estaban presos.
El fiscal del proceso sumarísimo fue Dan Voinea declaró: "La figura jurídica fue delitos contra la humanidad, para los que la pena era la sentencia de muerte, para que no se disparara más, y no muriera más gente Ceausescu debía ser eliminado". "Les pusieron junto a un muro y los soldados abrieron fuego", relató el fiscal sobre la ejecución que presenció. También el fiscal relató: "Creo que Elena se desmayó porque dispararon contra ella cuando ya había caído, y a Nicolae le dispararon primero en los tobillos porque saltó hacia arriba y cayó doblándose hacia atrás". "Después del anuncio de su muerte no murió nadie más en Rumanía", afirma Voican, que considera este hecho una prueba de que los "francotiradores" eran tropas especiales que seguían el plan de lucha de los Ceausescu.
"El proceso fue muy defectuoso desde un punto de vista jurídico, si se quiere, pero las garantías procesales fueron respetadas", sostiene Voican, quien representó al CFSN en el juicio.
Entre el 16, y el 25 de diciembre de 1989 murieron más de 1.100 personas en Rumanía, en su mayoría jóvenes que habían salido a luchar por un futuro libre y próspero.
Veinte años después hubo textura fílmica cuyas imágenes eran muy inestables, el director Andrei Ujica (que ya había hecho junto a Harun Farocki la celebrada Video gramas de la revolución, sobre el alzamiento que derrocó al matrimonio) se sumergió en las mil horas de ese archivo para montar Autobiografía de Nicolae Ceaucescu, un trabajo de 180 minutos que conmocionó a Rumania, la enfrentó cara a cara con su pasado más atroz y la obligó a pensar su relación con aquel hombre al que aplaudió durante décadas.