Es harto conocido pues, que a Cristóbal Colón se le ha reservado el nombre de "descubridor de América". Descubridor en el sentido como lo entienden los ingleses: revelar, exponer a la vista de los europeos. No olvidemos que las expediciones vikingas del año 1000, estuvieron por el continente americano en Labrador y Nueva Escocia. Colón fue el hombre que abrió las puertas de este inmenso territorio a los colonizadores y conquistadores europeos. El mismo nombre colonización pareciera provenir del nombre de Colón, por lo menos para los latinoamericanos.
Cristóbal Colón nació en Génova en 1451. Nació en una ciudad que fue un importante centro financiero durante la Edad Media, donde religión y operaciones mercantiles eran una misma cosa y que desplazó a Pisa en el movimiento comercial. Compitió con Venecia en la hegemonía mercantil de los países del Mediterráneo oriental. Génova tuvo otro Almirante, memorable por el terror que causó a los turcos, el famoso Andrea Doria. Cuando Colón llega a las Indias Occidentales, tiene casi cuarenta años, y a decir de esclarecidos estudiosos de su vida, contaba con poca experiencia como marinero. Provenía de una familia muy humilde, su padre regentó una taberna y sin duda, como todo genovés, fue desde muy joven ligado al comercio. A pesar de los pocos datos que se tienen sobre su patria y su familia, se sabe sin embargo que sus padres poseían bienes económicos modestos. Se dice que salió de Génova entre 1470 y 1480 como agente comercial, que llegó a Lisboa donde residía un hermano suyo de nombre Bartolomé. De modo pues, que se encuentra en el país que ha realizado más hazañas en "descubrimientos", y donde están los navegantes con los mejores conocimientos en geografía, astronomía, geometría, astrología, y cuanto tiene que ver con la ciencia náutica. Allí recibe el legado de una impresionante colección de obras, las cuales habrá de leer con profundo interés y provecho.
Datos erróneos sobraban en aquellas obras, sobre todo los extractados de Imago Mundi, del mencionado Pierre d’Ailly, que se apoyaba en autores antiguos y que daba una descripción equivocada de la magnitud y de la constitución de la tierra; de modo que consideraba la distancia oceánica entre Europa Occidental y la supuesta India con un abismal error geométrico. No obstante, aquel error de cálculo iba a ser crucial para que Colón se embarcara en su incierto proyecto.
Entonces se hablaba de las antípodas con hombres con sus pies contra los nuestros y que van con la cabeza colgando; de una tierra invertida a la nuestra con árboles que crecen hacia abajo, y en donde llueve y graniza para arriba; de lugares donde las aguas del mar hierven y hay hombres con un sólo ojo. Pero Europa está ya preñada de presentimientos sobre la existencia de un nuevo mundo, más en la imaginación que en los cálculos científicos.
La poesía siempre antecede a los cálculos, al razonamiento y a los "descubrimientos". Y en ese hervidero de locos que van de una a otra parte con proyectos insólitos que desafían el Mare Tenebrosum, aparece Cristóbal Colón.
Este personaje, todavía un misterio, no se sabe cómo llega a convertirse en un extraordinario navegante, hasta el punto de ser recibido en importantes cortes europeas. No creemos que esto se debiera a sus dotes científicas, a sus lecturas, que casi todos los libros por él consultados estaban geográficamente errados, y de ellos no podía deducir con precisión proyecto alguno. O quizá por ello mismo, su imaginación aportó lo que en ellos no encontraba, y se desbordó su locura dando una fantasiosa visión sobre cómo llegar a las Indias. En cierta ocasión (tendría unos sesenta años), Colón llega a sostener que ha pasado en el mar cuarenta años. También dice haber andado "25 años en la mar, sin salir della tiempo que deba de contar". Que fue comandante de buques de guerra, que hizo importantes estudios náuticos y que hasta se le relacionó con barcos piratas. Según Bartolomé de Las Casas este señor excedió "sin ninguna duda" a todos cuantos en su tiempo conocían el arte de navegar.
Cuando Colón llega a las costas españolas con sus obsesiones místicas y preñado de visiones descubridoras, ya se dice que poseía sólida experiencia como marino, y ciertas dotes de explorador, aunque, insistimos, jamás se le haya conocido como navegante o como piloto de alguna nave importante. Podía convencer por su rostro enfebrecido y dominado de extrañas ambiciones; esa mirada clara, que podía en momentos sugerir la idea de un fraile poseído de una necesidad ardiente de servir a Dios. Aspecto que le sirvió de mucho ante la Corte de los Reyes Católicos, y que acabaron siendo los patrocinadores de su insólita empresa. Téngase en cuenta que entonces, por las condiciones tan rudimentarias de la navegación, embarcarse grandes distancias mar adentro, representaba una odisea y un albur prácticamente sin retorno posible.
Eso sí, Colón conocía al dedillo las debilidades de los reyes, de los poderosos. Alguien que sabía cómo convencer a gente ávida de riqueza y de extensas posesiones, y todo ello porque conocía las ignorancias y supersticiones que predominaban en la Iglesia católica. Doctos a los que se les presentaba una muy bien armada empresa para rescatar el Santo Sepulcro (argucia de la cual también echó mano Colón) para que fuese seriamente considerada por altos prelados al servicio de los reyes. ¿Acaso no llegó a decir Colón que el Orinoco era uno de los cuatro ríos que fluían del Paraíso Terrenal?
O estaba loco o se hacía el loco.
Llevaba muy bien afianzado en su corazón que entonces había sólo dos cosas capaces de mover la voluntad de los poderosos, para conmover a los reyes: el oro y las proclamas de encendidos y divinos sacrificios por la religión de Jesucristo, con las cuales también se podía obtener riquezas y grandes privilegios.
Fue así como el genovés se presentó ante los reyes como enviado de Dios. Les contó haber leído cuantos libros serios se habían publicado hasta entonces: tratados de cosmografía, historia y filosofía, y muchos otros relacionados sobre la equilibrada y divina conformación del Universo.
En ocasiones, Colón parece un alucinado por la urgencia de embarcarse en una empresa buscadora de oro (que cada noche pedía a sus santos preferidos lo guiaran hacia una mina fabulosa), y existen expresiones suyas que lo hacen aparecer como un ser más bien mediocre, con aspiraciones de contrabandista o de vendedor ambulante en cualquier puerto del Mediterráneo. Decía: "de oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene hace cuanto quiere en el mundo y llega a que echa las ánimas al Paraíso". No sé qué clase de cultura y de moral religiosa podía tener un hombre con tales pensamientos.
No puede uno leer su Diario sin imaginarlo como un avaro, como un enfermo mental por el deseo de obtener prerrogativas aristocráticas; parece un desgraciado con suerte que de pronto se ve elevado a las altas consideraciones de una Corte.
Claro, aquellas aparentes locuras del Almirante estaban fuertemente respaldadas por su delirante tenacidad, una recia ambición y su no menos misteriosa personalidad. Con oro podía hacerse fuerte y respetable a la Iglesia que cobijaba medio mundo, y con este oro que Colón esperaba conseguir, podía preparar cien mil soldados de infantería y cien mil de a caballo para recobrar el Santo Sepulcro. Cosas por ese estilo.
En las gestiones que hace Colón ante el Rey Juan II de Portugal pide tres carabelas aprovisionadas con gran cantidad de quincalla barata: "latón, sartas de cuentas, vidrio de varios colores, tijeras, cuchillos, agujas, alfileres, camisas de lienzo, paño de colores, bonetes colorados". Cosas que no valen nada y que la gente "ignorante" estima mucho. Ya veremos cómo Colón en todo su recorrido por las Indias Occidentales se comporta trastornado por el oro, las perlas preciosas y ese deseo de querer reservar para sí los privilegios de una respetable casa real; la que piensa fundar con sus ricas e inmensas posesiones. Es probable que aquel hombre con pocos medios de vida, viera con envidia a esos traficantes llegados de lejanos países, que en los puertos recibían jugosa paga por la venta de esclavos. Entonces "encontrar" esclavos era otro gran "descubrimiento".
Desde hacía muchos años el negocio de la esclavitud en Europa era llevado a cabo por árabes, genoveses y portugueses. En particular los portugueses tenían una poderosa empresa en el traslado de esclavos de las costas africanas a diferentes puntos del planeta; este negocio junto con la extracción de oro, el marfil y especies, era de lo más rentable entonces.
En el diario compendiado que recoge Bartolomé de Las Casas, (que no llega a ciento cincuenta páginas) Colón, en su primer viaje, menciona la palabra oro más de ciento treinta veces, en ochenta y siete páginas. Téngase en cuenta que esta palabra la menciona sobre todo cuando está en tierra y se pone en contacto con los indígenas.
Habla Colón insistentemente que va a ponerse en contacto con el Gran Khan (en lengua romance: "'Rey de los Reyes grandes") al que supone dueño y señor de las Indias. Es impresionante el hecho de que estas tierras quedarán eternamente marcadas con el nombre de Indias Occidentales, aún cuando nada tengan que ver con las del Extremo Oriente. Lo que primaba era el negocio, a estas tierras no se vino en absoluto a estudiarlas científica o humanamente, como tampoco a imponer sanamente la religión católica; cuanto se quería de ellas era riquezas materiales. Es por ello por lo que no vemos profundidad humana, en las quejas del libro de Eduardo Galeano, Las Venas Abiertas de América Latina, pues estamos todavía hasta el cuello de la mierda de quienes nos conquistaron, que no va a ser tarea fácil despojarse de ella en siglos.
Ante el Rey de Portugal, como dijimos, conoció Cristóbal Colón su primer gran fracaso. Aquí lo traicionó su extraordinaria ambición, porque pedía para sí dignidades, poder y riquezas exagerados, de un mundo más imaginario que otra cosa. Al parecer, el Almirante tenía importantes informaciones que le aseguraban la existencia de tierras desconocidas al Oeste, y estos datos le daban un aire de misterio, de hombre reservado, adquiriendo ese aspecto entre sombrío, demencial y sagrado.
Durante su estancia en Portugal conoció el estudio de las cartas marinas y trabó amistad con navegantes portugueses que habían llegado a internarse en lugares muy remotos, por el Sur y la costa Oeste del África. Los portugueses entonces tenían los mejores barcos y los mejores navegantes. Sin duda que su hermano lo introdujo en ese ambiente de aventureros con experiencia en recorridos por las costas de Guinea, la desembocadura del Congo, y el famoso Cabo de Las Tormentas, que luego hubo de llamarse Cabo de Buena Esperanza. Si volvióse un obcecado por la idea de que viajando hacia el Poniente habría de encontrar tierras desconocidas, podía ser que estaba en posesión de datos fidedignos trasmitidos por toda clase de veteranos navegantes que llegaban entonces a las costas de Portugal. Allí conoció al físico florentino Paolo Toscanelli, quien supuso que era posible llegar a la India navegando siempre por el Oeste a través del Atlántico, dada la redondez de la tierra.
Luego del fracaso de sus gestiones ante el rey de Portugal, prefirió empaparse de las creencias católicas, y que ante todo debía primero hacer notar su gran fervor cristiano. Con este formalismo presentó sus proyectos a los Reyes Católicos de España.
En las largas y frustrantes gestiones ante doña Isabel y don Fernando, a quienes ofrece inmensos y desconocidos dominios (hablando con esa mirada febril, con esa obsesión de los elegidos, poseídos de una idea fija, y con un absoluto convencimiento de cuanto dice), no deja de sostener que sus planes están bendecidos por Dios, y que él es sólo un instrumento.