Variaciones sobre un mismo tema: ¿Por qué mataron a Jesús? (I)

Introducción

La muerte de Jesús es un suceso real, cargado de significación teológica. A partir del evento histórico, se han desarrollado, a lo largo de los siglos, diversas corrientes interpretativas y explicativas. Las diferentes perspectivas teológicas, y sus correspondientes espiritualidades, han resaltado algunos aspectos y marginado otros, mostrando a cada época y cultura un retrato distinto de la pasión y muerte de Cristo. Desde una perspectiva sociológica, Jesús fue el prototipo del disidente que cuestiona la autoridad institucional de su religión, proponiendo una visión alternativa de sus enseñanzas y de la praxis religiosa. El hecho de ser un laico y de no haber estudiado las escrituras y leyes, como los rabinos, hacía más provocativa sus pretensiones. La muerte de Jesús es una nueva versión cristiana de la problemática sobre el sufrimiento humano, planteada ya en el libro de Job. Es la pregunta fundamental de toda teodicea: ¿por qué Dios permite el mal en el mundo? ¿Por qué Dios tolera el sufrimiento sin sentido del justo aplastado en la historia? ¿Por qué Dios permite el triunfo de los opresores y el fracaso del hombre honesto?

Jesús no fue un político sino un hombre religioso, al que unos llamaban profeta, y otros le identificaban con la autoridad de los rabinos judíos Jesús habla de Dios, de como el hombre tiene que relacionarse con él, y de cómo los hombres tenemos que comportarnos los unos con los otros Por eso, Jesús desilusiona muchas expectativas políticas que se centran en su persona y en su mensaje Se desencantan de él los grupos revolucionarios celotas que se alzan contra el poder colonial romano, porque es un pacifista y amigo de publícanos y colaboracionistas. Quizás, ese desencanto fue históricamente uno de los elementos que llevaron a Judas Iscariote, posiblemente un hombre cercano a los revolucionarios celotas, a traicionarlo y entregarlo a la muerte Tampoco su mensaje es político no habla de reforma de las estructuras sociales, sino de la necesaria transformación del hombre para que cambien las formas de vida y las relaciones humanas No pone el acento en lo sociopolítico, sino en lo religioso y su mensaje tiene claras connotaciones individualistas, espirituales, intimistas y utópicas En realidad, leyendo los evangelios podemos incluso hablar de una dimensión doctrinal, caracterizada por la indiferencia respecto al mundo y la cultura en nombre de la escatología cercana. Se relativizan las diferencias naturales y sociales, de sexo, económicas, de status, y se proclama el universalismo salvífico y la necesidad de la fraternidad universal. Y sin embargo, su anuncio tiene consecuencias políticas y se convierte en incompatible con el orden social vigente. Por eso, las autoridades deciden eliminarlo. Inquieta su anuncio de un reinado de Dios caracterizado por la abolición de todo dominio del hombre sobre el hombre, por la comunión y participación de bienes (algunos lo llaman el "comunismo cristiano"), por la renuncia a la búsqueda de prestigios y honores. Su valoración y solidaridad con los pecadores, con los pobres y con los marginados sociales (leprosos, publícanos, prostitutas...), resulta detonante para los poderes constituidos. Denuncia, sin concesiones, los valores dominantes en la sociedad: la acumulación del rico que se cierra a la necesidad del pobre; el consumismo hedonista del que atesora para el disfrute; la afirmación del poder absoluto del Estado sobre la voluntad de Dios ("al César lo que es del César..."). Provoca con su confraternización con la gente sencilla y su desprecio por los honores y símbolos de poder mundano... Todo eso es demasiado para instituciones, grupos, y poderes dominantes de la sociedad, que deciden quitarlo de enmedio. No politiza su mensaje (desilusionando al pueblo, que busca hartarse de pan y hacerlo rey [Jn 6,15], y a sus mismos discípulos que sueñan con tronos y grandezas [Me 9, 34-35; 10, 37]), pero la proclamación de su visión de Dios y del hombre tiene inevitablemente consecuencias políticas. Si los hombres se abren a su mensaje, no tiene más remedio que cambiar la sociedad, en la medida en que sus ciudadanos configuren su conducta según las directrices del evangelio.

El juicio religioso de Jesús

El núcleo histórico y teológico de la pasión es el enjuiciamiento de Jesús: el doble papel convergente de las autoridades romanas y judías; el asentimiento final de la multitud, arrastrada por sus dirigentes; y el final de Jesús en la cruz. Este núcleo está cargado de impregnaciones teológicas, jurídicas y políticas. No se cuenta el hecho desnudo de su pasión y crucifixión, sino que se ofrecen relatos que cuentan una historia interpretada, según los esquemas de los evangelistas. La interpretación no puede desvincularse del hecho mismo, como ocurre también al contar la vida de Jesús desde perspectivas cristológicas diferentes. Está marcada en cada relato por la comprensión que tenían, varias décadas después, de su muerte, vista desde la perspectiva de la resurrección. De nuevo encontramos la fe de la Iglesia como mediación desde la que podemos conocer los hechos finales de la vida de Jesús, sin que sea posible desvincularlos. La interpretación de los textos tiene que atender a la intencionalidad de cada evangelista y al significado de cada relato, respetando su pluralidad. Se trata de la crónica de una "muerte anunciada", comprendida de forma teológica por las diversas narraciones.

El enjuiciamiento de Jesús por las autoridades religiosas judías (Mc 14,53-65; Mt 26,57-68; Lc 22,54-65; Jn 18,12-14.19-24) arroja luz sobre los motivos de su crucifixión. Es un juicio sobre su vida, en el que se articulan las causas inmanentes y las interpretaciones teológicas de su muerte. Cada evangelio desarrolla su propia teología global del proceso, sin que se puedan fusionar en un único relato. Desde el principio, los cristianos se negaron a sustituir las narraciones por una vida común de Jesús, que englobara a todos. Todos hablan del proceso religioso pero difieren en los detalles. El proceso religioso tuvo lugar en el sanedrín, la asamblea judía en la que estaban presentes las autoridades, los príncipes de los sacerdotes, los ancianos y los escribas. Marcos y Mateo hablan de un único proceso, que culminó al amanecer, en el que se mezcló lo político y lo religioso. Lucas habla de un proceso de día, aunque fue aprisionado por la noche (Lc 22,54.63-66). A diferencia de los otros sinópticos, Lucas no hace un paralelismo entre las negaciones de Pedro y el interrogatorio de Jesús. Todos buscaban un testimonio para matarlo, un hecho importante y que fuese incontrovertido, sin hallarlo (Mc 14,55-56). Por su parte, Juan pone la resolución de matarlo en su vida pública, ya que la gente se iba detrás de él (Jn 11,47-53), para dar luego protagonismo al consejo del sanedrín (Jn 18,19-23), añadiendo que fue conducido a casa de Anás (Jn 18,12.24).

La intención homicida de sus jueces es clara desde el primer momento. En Marcos jugó un papel esencial la predicción sobre la destrucción del templo (Mc 14,58), que Mateo radicaliza ("Este ha dicho: yo puedo destruir el templo de Dios y en tres días reedificarlo", Mt 26,61). Esta profecía de Jesús, así como su anterior irrupción violenta en el templo, calificado de cueva de ladrones, jugó un papel determinante en la animadversión judía, ya que el culto del templo era el centro de la religión hasta su destrucción posterior por los romanos. Además era una importante fuente de ingresos, tanto para los líderes religiosos como para la ciudad de Jerusalén.

Se puede calificar como causa histórica principal de su muerte, pero no se sabe si formó parte específica del interrogatorio jurídico y político, ya que Lucas y Juan lo omiten. El simbolismo del templo está conectado al debate sobre la realeza de Jesús, su mesianismo y su divinidad, que plantea el problema de dónde está Dios, cuál es el lugar de su presencia en el mundo y en qué consiste la separación entre lo sagrado y lo profano. El templo era el centro de la vida de Jerusalén en una época en la que la religión impregnaba todas las esferas de la vida. En todas las religiones hay una separación y predominio entre lo sagrado ("fanum") y lo pro-fano (delante del "fanum"), estableciendo así espacios y tiempos para la divinidad y otros diferentes para el hombre. La diferenciación presupone separación y contraposición, ya que lo sagrado es lo santo, porque es el ámbito de la divinidad, mientras que lo profano está marcado de connotaciones negativas, como el no saber, lo que mancha, lo no consagrado. Lo revolucionario de Jesús es que desplaza lo sagrado del templo a la vida cotidiana. Hace a Dios presente en lo profano y sacraliza la relación con los hombres, de las que hace depender la conformidad con Dios. A cambio, lo cultual, lo sacerdotal y lo sacrificial, propios del templo, pierden valor e importancia, y se subordinan a la praxis cotidiana. Esta forma de proceder no sólo atenta contra la estructura religiosa judía, siguiendo la tradición de los profetas, sino que cuestiona el énfasis de las religiones en separar lo sagrado y lo secular. En todas las religiones hay un proceso de evolución, en el caso judío el proceso es claro: resaltar la trascendencia divina, para que no se la manipule, y reforzar lo ético. Jesús culminó ambas dinámicas.

El proceso de Jesús muestra a una divinidad silenciosa y vulnerable, que no defiende a su enviado, y sin poder mundano para imponerse. Pero no está ausente, porque se enjuicia al "Hijo de Dios" (Mc 14,61-62; Mt 26,63-64; Lc 22,70-71), aunque esa filiación no tuviera todavía el significado dogmático posterior. No se puede comprender al Trascendente sin el mundo, que es su creación, pero tampoco éste sin referirlo a él. Hay una total dependencia del mundo, de la naturaleza y de la historia, respecto del creador providente, y una diferencia absoluta entre Dios y el ser humano. Por eso Dios no es un agente más de la historia, aunque fuera el mayor, ni es una causa más que interfiera con otras. De ahí el proceso inicuo y la no- intervención divina, que muestra cómo el señorío de Dios, ya comenzado, todavía no se ha realizado en Israel. El poder mundano religioso se impone, facilitando la afirmación atea de que no hay Dios. La divinidad se esconde y ya no reside en el templo, porque se ha hecho presente en la persona y vida de Jesús. Pero ver a Dios en el encausado exige una fe comprometida y una toma de distancia respecto del concepto usual de omnipotencia. Jesús es enjuiciado por los representantes de la religión, que mantienen la vieja separación entre lo sagrado y lo profano, y rechazan al que la cuestiona. El que atenta contra la religión, núcleo del código cultural de la época, provoca a la violencia religiosa y tiene que morir. En todas las religiones hay este potencial y los críticos del templo y del culto, como los profetas de Israel, se juegan la vida al desafiar al poder religioso.

En la pasión hay un rechazo de la religión utilitarista y una valoración del templo como un mercado de lo espiritual. Mucho más, si se atiende a las estructuras de pecado, que pervierten lo religioso al mundanizarlo. La protesta de Jesús contra una religión mercantilizada, que ha creado una cueva de bandidos (Mc 11,17) cobra un nuevo significado en el proceso religioso. El ser humano tiene ansia de Dios y las religiones sirven de mediación entre Dios y el hombre, de ahí su fuerza y su irradiación. Pero pueden instrumentalizarse y usarse por sus representantes para obtener dinero y privilegios. Y esto es lo que percibía Jesús en el templo, que se había convertido en un centro económico capital para el Israel del siglo I. Del templo dependía la economía de Jerusalén y atentar contra él suponía impugnar el statu quo de la sociedad judía. Jesús no sólo denunciaba la mercantilización de la religión, al servicio de los negocios, sino la perversión que suponía reconciliar a Dios con las riquezas, en contra de la oposición que planteó Jesús (Mt 6,24). La dinámica absolutista de Dios, que lo pide todo, y del dinero, que impregna todas las dimensiones de la vida, son irreconciliables.

La riqueza es uno de los factores decisivos para la patología de las religiones. Y los representantes de la religión se defienden y buscan matarlo. En la pasión de Jesús está presente el Dios marginado por las mediaciones religiosas.

La religión, que siempre es una construcción humana, puede convertirse en idólatra cuando se hace un fin en sí, desplazando la subordinación a Dios. Cualquier sistema religioso es potencialmente peligroso y está abierto a las patologías. Nada inmanente puede sacralizarse, ni siquiera el santuario, porque Dios se revela en las personas, sacralizándolas al convertirlas en las mediaciones para relacionarse con lo divino. La pasión revela el peso abrumador del mal en la religión y agudiza la pregunta por dónde está Dios y cómo se hace presente cuando no interviene para salvar las víctimas de las religiones. Se cuestiona el valor absoluto de cualquier proyecto histórico de sentido y se pone en cuestión a la misma religión "verdadera", a la que pertenecía el judío Jesús. Las estructuras de pecado son omnipresentes y las religiones no se escapan de ellas, comenzando por sus líderes y representantes. La pasión escenifica la lucha entre Jesús y la religión, que continúa luego en los cristianismos históricos.

Al mismo tiempo, la inocencia y verdad de la víctima, que desautoriza a los victimarios, agudiza el hambre y sed de justicia de las bienaventuranzas. La pasión puede canalizarse hacia la desesperación, hacia el rechazo de Dios y la desconfianza en su providencia, ante el fracaso de las mediaciones que tenían que prevenir el mal, en lugar de causarlo. De hecho, mucha gente deja de creer en Dios porque les escandaliza la religión que lo predica. La religión se puede convertir en el gran obstáculo para creer en Dios. Quizás en esta línea habría que interpretar la famosa afirmación de Ernest Bloch, de que "Sólo un buen ateo puede ser un buen cristiano", es decir, alguien capacitado para enfrentarse a la religión. A lo que añade, "pero ciertamente también, sólo un buen cristiano puede ser un buen ateo", es decir, un impugnador y relativizador de todos los absolutos que crea el hombre, incluida la religión. Bloch captó bien elementos del profetismo de Jesús respecto de su religión. Su afirmación de que "lo mejor de la religión es que produce herejes", se confirma en el caso del hereje Jesús que muere por criticar la suya. A veces los que no pertenecen a una religión captan mejor algunas de sus dimensiones que los creyentes. "Donde hay esperanza, hay también religión", afirma, pero no siempre hay esperanza en la religión. Porque esta puede ser represiva y desmotivadora. En lugar de religar a Dios y relativizarse a sí misma, puede desesperar y erosionar la fe en Dios. Y entonces religa a sí misma, se impone y se interpone en el camino hacia el trascendente.

Esto subyace a la crítica de la religión por Jesús. El ateísmo está vinculado al rechazo de la religión, de sus representantes y de sus formas de actuar. La repulsa de los sacerdotes y de las personas religiosas, como eran los fariseos, fácilmente se desplaza al rechazo de Dios y de su mensaje. Jesús captó esta dinámica y advirtió a sus discípulos que hicieran lo que les decían las autoridades religiosas, pero que no se comportaran como ellas. Porque desdecían con los hechos lo que proclamaban con las palabras (Mt 23,1-7: dicen y no hacen, imponen cargas pesadas y se eximen de asumirlas). Este comportamiento religioso pervertido sigue siendo actual. Y exige que los cristianos estén abiertos a evaluar su religión y criticarla con los argumentos que usó Jesús. Hace falta mucha fe en Dios, y en el caso cristiano comprometerse con la vida de Jesús, para enfrentarse a las instituciones esenciales de la religión a la que se pertenece. Y mucho más para asumir la inseguridad de la pertenencia y la dureza del enfrentamiento, sin abdicar de relativizarla y subordinarla a los valores del reino de Dios. Y esto es lo que está presente en el escenario de la pasión.

El Jesús manso y pacífico sólo dejó de serlo ante la corrupción del templo (Jn 2,13-29), que simbolizaba a toda la religión. Habría que preguntarse por la religión como fuente de negocios, por las complicidades personales y colectivas como formas de religión denunciadas por Jesús. Los cristianos tenemos miedo de actualizar la pasión y sus consecuencias. Buena parte del malestar de muchas personas contra el cristianismo se debe a que ven en las iglesias de hoy comportamientos, actitudes y formas de abordar los problemas criticadas por Jesús. El rechazo del templo debería llevar a evaluar los santuarios cristianos y la concepción de religión que representan. La misma idea de que la Iglesia es pecadora, además de santa, es rechazada por muchos, como ocurrió en el concilio Vaticano II. De ahí, el rechazo de las críticas, aunque tengan una parte de verdad. Se tiende a ver a los críticos como traidores a la Iglesia, olvidando que Jesús no se calló ante las dinámicas patológicas de las instituciones religiosas de su tiempo. Hoy tenemos más conciencia del pecado colectivo y de las estructuras de pecado, que influyen en las religiones. Pero hay mucho miedo a evaluar las iglesias con los criterios que utilizó Jesús. Se mutila así la idea de imitación y seguimiento de Cristo, que habría que asumir también en lo que concierne a la relación con las instituciones religiosas.



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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