"La imprudencia suele preceder a la calamidad"
Apiano
La expresión la oí de un joven, quien junto a tres personas presenció una persecución bajo un sol, que parecía acercarse a la tierra, con la velocidad de los protagonistas de una escena, que ni en la misma meca del cine: Hollywood, arriesgan tanto. Pasaron dos jóvenes en una motocicleta y más atrás dos policías de las nuevas promociones persiguiéndolos en una de la misma cilindrada, cada quien pensando en lo que hacían, pero sin considerar en el peligro, que se les podía presentar en la próxima boca calle, la cual atravesaron con el único aviso y defensa una corneta, el cual parece el complemento de un juguete, pero las utilizan para advertir que viene un motorizado en su loca y desenfrenada imprudencia irrespetando todo lo que consiguen a su paso.
De los motorizados se oyen cuentos, como anteriormente en el llano, pero casi todos se basan en la imprudencia y mire, que van dejando dolores de cabeza, que ni siquiera el paso del tiempo los calma, porque los producen las tragedias con los resultados muy lamentables: muertos y cuando el daño es menor, quedan heridos y lo más traumatizante: lisiados de por vida, con frustraciones y amarguras, como los soldados, cuando regresan de los campos de batallas y por eso se encuentran urbanizaciones en los Estados Unidos, exclusivamente para personas entradas en años, con la suerte de haber regresados de esas invasiones ordenadas por la Casa Blanca, pero marcados para siempre, con lesiones a la vista de todo el mundo.
Moverse o andar en cualquier calle o avenida céntrica de ciudad alguna del país, está resultando una verdadera odisea, ya que, la mayoría de los motorizados se han convertido en los amos y señores de las vías públicas. Aparte de la velocidad desarrollada en las cortas distancias de los sitios citadinos – en las carreteras y autopistas puede ser algo normal– los encontramos, como si anduvieran a caballo o en burro, porque no respetan el flechado y se paran o se devuelven en el sitio menos pensado, pero, además, cuando usted se detiene en un semáforo al momento está el enjambre de motos y provoca verlos, cuando realizan sus travesuras sin haber cambiado, como si en el preciso momento de comprar estos medios de transporte le dan luz verde para desafiar la muerte.
El ser humano en el único momento de estar en igualdad de condiciones, con sus semejantes es cuando pasa a la eternidad y lamentablemente en estos instantes los que agarran ese camino, en la mayoría de los casos son jóvenes desenfrenados. Algunos hablan ¡Es que cargan la adrenalina a millón! Son pocos los que reconocen y aceptan los errores, porque la mayoría buscan cualquier excusa y cuando se arrepienten de ese segundo marcado por la locura; no queda si no repetir la expresión de un borrachito, cuando un nieto le grito desesperado al verlo en unas condiciones propias de un indigente ¡Cuándo vas a dejar de beber! Le respondió muy tranquilo echándose un trago ¡Ya pá qué!
De los motorizados cuídense, hasta de un familiar, cuando está sacando la máquina de la casa, porque van en aumento a la velocidad de perseguidos y perseguidores. Es la triste realidad del capitalismo salvaje, el cual vive de las ganancias, así se muera el propio fabricante. Los reportes de ventas son alarmantes; por supuesto más motivos para producirse accidentes a cualquiera hora del día y parte de la noche. El problema se desbordó de la noche a la mañana, como esas inundaciones, que avisan, cuando dejan el desastre y de paso la solidaridad es instantánea a la hora de producirse un accidente, porque al momento se presentan en cambote imponiendo la ley de los que son muchos, sin tener la razón, ya que, no hay los correctivos ejemplarizantes. Los propios encargados de aplicarlos en muchos casos se ven infringiendo las leyes y ¡Chao pescao! No se le ocurra a un viejo salir a la calle, si no le recuerdan la progenitora, lo mandan al más allá. Por eso, cuando salgo cada paso en la calle lo doy, con mucha precaución, pero algunas veces me recuerdan a mi querida madre, aunque nunca la olvido. Es decir, que no se salva nadie ni saliendo de la iglesia.