De cuentos infantiles y dramas
Los cuentos infantiles resultan muy políticos. Realizados por adultos para un público infantil guardan el propósito de modelar la generación del futuro con determinadas actitudes y valores. El grueso de los mismos emerge desde las entrañas populares, desde el mismo centro cultural de un pueblo. Luego, como los hermanos Grimm o Disney, hay quienes los sistematizan con sus propios matices intelectuales y comerciales. Sin duda alguna, constituyen un material de análisis socioantropológico y psicoanalítico exquisito. Por ejemplo, llama la atención el carácter negativo que tiene la naturaleza en muchos de los mismos. Las representaciones del bosque oscuro que esconde peligrosos lobos o ancianas brujas repletas de verrugas abundan y suelen simbolizar lo hostil de la naturaleza. Buena expresión de una civilización que como la occidental ha buscado desde sus mismas entrañas míticas judeocristianas y grecorromanas ser ama y señora del mundo, ser una Reina de Corazones.
Según cuentan, en la época de la Inglaterra victoriana Lewis Carroll ideó en poco más de un cuarto de hora un cuento infantil, y no tan infantil, dirigido a sus sobrinos durante el paseo de una plácida tarde. Antecedente poco reconocido de la literatura surrealista, se trata de un maravilloso cuento con algunas alegorías políticas, hablamos de "Alicia en el país de las Maravillas". Uno de sus personajes, la Reina de Corazones, dispuesta con gran ego y muy adolescente en su proceder, vive insultando a sus adversarios y ordenando su decapitación. Muchos vieron que el personaje aludía a la rígida Reina Victoria. Sin embargo, parece que esta no se dió por aludida y le pidió a Carroll que le dedicara su próxima obra, obra que no desarrolló como personajes a los alacranes pues la prolífica imaginación de Carroll no dio para tanto. Suele pasar que los monarcas, tanto en el gobierno como en la oposición, no se percatan de que están desnudos. ¿Tendremos nosotros una Reina de Corazones? Después de todo en nuestro mundo hay muchas reinas de corazones así como hay reyes de bastos, ello tiene que ver con nuestro ser occidentalizado.
Y es que en la cultura occidental moderna predomina el género dramático. Reemplaza en esto al predominio de la tragedia en su raíz griega. En el género dramático se arman una serie de nudos problemáticos, de malos entendidos que se resuelven favorablemente en el último minuto, al cierre de un plazo, in extremis, en el capítulo final del culebrón de turno. Nuestra política tiene mucho de este género, hay que esperar hasta el final para ver cómo se resuelve la cosa. Tristemente a veces el drama se transforma en tragedia y entonces todo termina en un final doloroso y destructivo que se repite una y otra vez. Pasa en telenovelas, pasa en los cuentos, pasa en la vida real, pasa en nuestra política.
De la odisea occidental, la razón estratégica y la sospecha de la conspiración
El occidente moderno se visualiza a sí mismo como la odisea de conquista del mundo, una que no se agota en la naturaleza exterior. Hay que dominar también la naturaleza interior. La empresa para este propósito descansa en el ejercicio de una política que a partir del renacimiento se tecnifica cada vez más. Foucault hablaría de una biopolítica y un biopoder. El genial Stanley Kubrick nos dejó un legado cinematográfico al respecto. Su obra, generalmente tomada de la literatura del último siglo, muestra una y otra vez la voluntad de dominio que Nietzsche elevó a categoría ontológica. "Doctor Strangelove" describe bien la relación erótica que nuestra masculina forma civilizatoria guarda entre la guerra y el poder, la efervescencia sexual que despierta en no pocos el eyaculante hongo de la bomba atómica o las fálicas cabezas de los misiles nucleares. "2001, Odisea del espacio" nos abre la ventana de una racionalidad insaciable por hacerse con el dominio de la naturaleza exterior hasta sus últimos confines. "La naranja mecánica", caso atípico para quien escribe de una versión fílmica que supera a la novela, nos habla de esa voluntad de dominio vuelta hacia la colonización completa de la mente, de la naturaleza interior, mediante la tecnología tangiblemente intangible de las peligrosas ciencias humanas y sociales asociadas con los intereses de control del gobierno representados por el sonriente Ministro del Interior. Como en "Pinky y Cerebro", se trata de conquistar el mundo mediante la técnica, tanto extensiva como intensivamente.
La política venezolana no resulta extraña a esta lógica civilizatoria. Unos y otros, tirios y troyanos, con soberana obediencia siguen los consejos de sus asesores. Estos se han formado bien, sea en Harvard o en La Habana, en Oxford o en Moscú. Tecnólogos electorales que desde jovencitos se han "quemado las pestañas" con las lecturas clásicas de Maquiavelo y Hobbes o con los más recientes teóricos de la posverdad. No importa cuántas sean. Seguramente se quemaron tanto las pestañas que quedaron ciegos y ahora sólo dicen "alacranes" o "hasta el final". Todas esas lecturas reposan en una sola racionalidad, la estratégica, el tipo de racionalidad basada en el cálculo instrumental de movilizar como medios a hombres y mujeres para que sean funcionales al objetivo que se propone la voluntad de dominio. ¿Los criterios? Eficiencia y eficacia. Los mejores medios serán los que al menor costo, con mayor rapidez y de modo más contundente movilicen a las personas en función de los intereses del amo en cuestión. Es la racionalidad de la política occidental triunfantemente planetaria. Es la misma racionalidad de la empresa capitalista, de las fuerzas armadas que buscan imponer su voluntad en la guerra así sea descargando bombas atómicas sobre ciudades enteras en nombre de la "democracia", del equipo deportivo que con fintas engaña al rival para llevarse la copa, del enamorado que busca conocer los gustos de su objeto de deseo para ofrecérselos y cautivarlo, del publicista que procura bien que se venda el pernicioso producto para la salud del cliente, del artista que termina pintando lo que le solicita el mercado de su tiempo, del empresario que trae al profesor de filosofía para que le dé un taller de ética a sus empleados, de ética como cosmética diría Adela Cortina. Esta racionalidad instrumental-estratégica se ha vuelto transversal, atraviesa todas las esferas de la vida humana, se ha elevado a nuestra forma de entender la razón. Pues bien, esta es la racionalidad demagógica de ese fantoche llamado político profesional, obediente del asesor proveniente de las ciencias humanas y sociales, asesor dador de la tecnología retórica para persuadir a los electores a su favor. "Alacranes". "Hasta el final". Hace unos meses había hasta un mantra que ya olvidé.
La voluntad de dominio de la racionalidad estratégica es voluntad permanente de sospecha. Paul Ricoeur bautizó a Marx, Nietzsche y Freud como los filósofos de la sospecha. Arguye que los tres comparten mediante los conceptos de ideología, voluntad de poder e inconsciente una tesis común reinante en nuestro tiempo: la idea de que tras cualquier propuesta se esconde una desconocida trampa para someternos. Las teorías de la conspiración llevan esta tesis al paroxismo. La política se vuelve un lugar privilegiado para este análisis. Los políticos, puestos casi siempre en la posición estratégica de un jugador de dominó, desconfían unos de otros. "Alacranes". "Hasta el final". Pero al final, los espectadores también desconfían de ellos pues con el tiempo descubren sus argucias y hasta se cansan de las mismas. Con ello se generaliza el clima de sospecha de conspiración permanente y se disparan los mecanismos psicosociales de agresión como método de defensa y conquista. Todos somos alacranes.
Hasta el final
Paul Ricoeur, quien fue reconocido hermeneuta, afirmaba que la voluntad de sospecha es un modo de interpretación de lo real, pero no el único. Oponía a este modo la voluntad de escucha, orientada a la comprensión del sentido de lo real. Pongamos un ejemplo, de su propia cosecha: el Estado. Tanto en Maquiavelo y en Hobbes como en el marxismo y en muchas otras corrientes modernas el Estado es el aparato de Estado, un artilugio creado por las clases dominantes para someter mediante represión e ideología a los dominados. Y ciertamente el Estado tiene mucho, muchísimo, de eso. Pero, ahora en modo de escucha, el Estado es también la forma histórica que una sociedad se ha dado para organizar su complejidad. Puesto en términos hegelianos, el Estado emerge desde los conflictos de la sociedad civil para consensuar un orden imprescindible para la sobrevivencia de todos. Y ciertamente el Estado hace falta para construir y darnos un orden. Ricoeur propone una dialéctica entre sospecha y escucha, una mediación que permita entender la necesidad del Estado y la necesidad de recrearlo combatiendo sus estructuras de dominación. Obviamente, esta lana ricoeuriana se teje bien con la proveniente de Apel y Habermas en el sentido de que la voluntad de escucha ha de superar la racionalidad estratégica en una racionalidad comunicativa orientada al entendimiento, a la formación de consenso mediante un diálogo argumentado. Todo ello, que obviamente no es más que una idea regulativa, un deseo que bien puede orientar nuestra acción para aproximarnos al mismo, tiene el propósito de evitar la guerra, la destrucción, de acordar las condiciones para un mínimo de paz y mejorar la vida de la mayoría.
Pero, mientras tanto, hay que decir con la sabiduría popular que deseo no preñar. La racionalidad estratégica de la voluntad de dominio y su lógica de la sospecha y la conspiración siguen imponiéndose en el escenario político nacional. Siempre cabe esperar milagros, pero la masa no está pa’ bollos. Nuestra Reina muestra claros indicios de sordera, no escucha, sólo sospecha. ¿A dónde conducirá la razón estratégica de nuestra Cenicienta, siempre al borde del plazo de la medianoche, de nuestra Reina de Corazones de la oposición hegemónica venezolana? ¿Hasta el final? ¿Cuál final? ¿El final que es la muerte? Amanecerá y veremos.