En una reunión de locutores, periodistas y reporteros gráficos, en un club que está por allá por el Big Low Center, a la que me invitó un amigo ya fallecido, debió ser por el 2006 o 2007, un sitio por cierto muy agradable que me cuentan está muy abandonado hoy día; había un montón de gente. Los periodistas son escandalosos en cualquier parte, y esa no era la excepción. Todos reían al mismo tiempo, unos reían por separado, otros gritaban pidiendo un dominó, mientras la cerveza iba y venía de un lado a otro, unos hablaban de fotografías, otros de sindicato y al final la tertulia era grande, variada y amena.
Pero en el escándalo, resaltaba una voz chillona y poderosa que llamaba la atención, y se imponía a las demás, que callaban para escuchar. Era un gordo gigante y calvo, con muy buena dicción, miraba para controlar y soltaba una mordacidad en medio de la oratoria para mantener la curiosidad. Me llamó la atención ese discurso medio en serio, medio en broma, media verdad, media mentira, tan parecido a las viejas expresiones llaneras: "ese caballo es negro… negro es"; no yo creo que ese caballo más bien es marrón… "como que sí, marrón es". Creo que la mayoría de los presentes lo escuchamos hablar y cuando concluyó, el amigo con el que fui, nos presentó. Me miró ajilao, así como gallo tapao, primero como para tratar de descubrir quién era yo, y después como para marcar su territorio. Algo así como tú eres periodistas de Caracas, pero este ganado lo conozco yo. La típica expresión del campesino venezolano "perro viejo, late echao".
Así conocí a Sergio Márquez Parales, un dirigente adeco, manipulador e inteligente, consciente de que era una referencia en el estamento político carabobeño de entonces, aunque ya venía en ascenso el chavismo, pero aún quedaban las cuotas de poder adecas y el poder de los Salas. Sergio era amigo de todo el mundo y todo el mundo le tenía aprecio y respeto. Había nacido en Guacara y allí murió en la montonera, la casa de su viejita de la que tanto hablaba. Era el típico venezolano que sabe hacer de todo, pero no sabe hacer nada, la inteligencia de Sergio estaba hecha para conseguir donde nadie conseguía, porque era amigo de todos y se ocupaba de que todos siempre le debieran un favor, por lo que cuando acudía a solicitar uno, nadie se lo podía negar. En tiempos adecos era un operador político sagaz, ventaja obtenida de sus buenas relaciones con todo el mundo político y empresarial.
En un segundo encuentro que tuvimos, como dos semanas después, hablamos seriamente de periodismo y de las posibilidades allí, del ascenso del chavismo y de qué podíamos hacer juntos. Él entendía que las posibilidades guanabaneras estaban por terminar y que era necesario migrar a otras fuentes de ingreso. Por eso llevaba meses con un programa de radio que compartía con veteranos de la locución carabobeña, los días domingos en Guacara. Era un programa de música de las viejas orquestas que sonaron en la segunda mitad del siglo pasado. Y su éxito se debía a que no había quien no lo conociera. Pero ya comenzaba a sufrir seriamente de diabetes, aunque arrastraba el mal desde hacía tiempo, se estaba agudizando. Entre otras razones porque jamás se cuidó, por lo que las visitas a los médicos eran frecuentes y el consumo de medicamentos cada vez mayor. Aunado a eso, disminuyeron ostensiblemente sus ingresos y la radio -como todos saben- no genera ingresos. Yo entonces medio producía porque daba clases en la Arturo Michelena y en la Bolivariana y de vez en cuando le echaba una mano.
Luego estuvo en la CHET, ayudando a José Barbour y vivió de allí por un año. Ya se había vinculado a importantes elementos del chavismo, quienes vieron que Sergio era útil para más de una cosa, por lo que lo utilizaron, y él les sacó algún dinero en pago por sus gestiones. Regresó la bonanza porque algún dinerillo le estaba entrando.
Recuerdo que una vez me llamó y me dijo "nos vemos en el Marchica". Así era cuando tenía dinero, roncaba. Allí nos vimos a las 3pm. Bebimos, volvimos a beber, y seguimos bebiendo. A las 7pm comimos y mientras lo hacíamos llegó un empresario amigo de él. Se saludaron y se abrazaron. El amigo entró y al ratico salió, y nos dejó una botella de güisqui paga, misma que comenzamos casi de inmediato y era la segunda. Como a las 10 entró Flavio Fridegotto, a quien yo conocía, nos saludamos, pero abrazó efusivamente al gordo, pasó de largo, tomó café y salió, se despidió de nosotros y nos dejó otra botella de güisqui paga, con la que llegamos hasta las 3 de la mañana, hora en que nos despidieron y bien rascados tuve que llevarlo a Guacara y regresarme a Valencia.
Últimamente había empeorado y nos veíamos poco. Me dijo que mi tocayo el gobernador le había comprado unos medicamentos y que el alcalde de Puerto Cabello también lo ayudaba, pero sé que sus condiciones financieras no andaban bien y que carecía de recursos para comprar sus medicinas. Hace poco habían publicado una colecta pública para cubrir los gastos de su mal.
Había incursionado en el periodismo bajo el nombre de El Monje de Camoruco, una columna que todo el mundillo político leía, porque estaba bien escrita y tenía buena información. También escribía una página para el semanario Kikirikí, con el mismo nombre. Una página que yo personalmente disfrutaba.
Sergio Márquez Parales era todo un personaje, inteligente, controvertido, astuto, de mal carácter, muy amoroso con sus hijos y por sobre todo un buen amigo… y esas partidas siempre duelen. Ya era un chavista confeso y convencido de que no había otra salida; mejor dicho, de que era la única salida para el país.