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No sé cómo fue que nos conocimos, pero algo en algún momento me salpicó de su genio investigador, lector voraz, incansable, humilde y noble, casado con una poeta, Ana Núñez, tan entrañablemente mágica como él. Ya habíamos coincidido los tres en infinidad de veces en los mismos trajines de la imaginación, en los mismos gustos y pareceres, en una hermandad lírica, hermanos del alma, pues.
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¿Cómo pudo aquel muchacho José Javier, escribir ese sublime libro "El arte de envejecer discretamente"? Pudo hacerlo, porque es un poeta, y los poetas no tienen edad. Pudo hacerlo porque José Javier nació joven, y cuando se nace joven no queda más remedio que serlo hasta más allá de la muerte (Camilo José Cela). "El arte de envejecer discretamente" es el arte de gozar la vida en los más pequeños detalles. Un libro cargado de filosofía espiritual, sencilla y noble. Porque lo que prima en José Javier es el valor de la amistad y del amor. Puedo decir que él es nuestro Hördelin. Sólo un Hördelin, puede escribir sobre el amor como él lo hace en "El arte de envejecer discretamente"?
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Pocas veces en la vida se da una conjunción tan perfecta entre un hombre y una mujer, como lo vemos entre Ana y José Javier. Dos poetas, con sus dos hijos, la casa llena de palabras y pájaros, de flores y canciones, de rimas clamorosas en los ideales, anhelos y esperanzas. Nacieron para encontrarse y amarse y hacerse uno solo.
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Lo que uno recuerda en todo instante de José Javier es su solidaridad, su bondad infinita, su desprendimiento, su calidad humana. En su casa tiene los libros más raros y profundos que jamás vi en lugar alguno, de muchos países. Yo me perdí en aquellas montañas sagradas, cargadas de coloridos y danzantes duendes que por doquier me guiñaban sus ojos, revisándolos con apremiante avidez porque sabía que nunca más los volvería a ver. Iba yo de paso, y le dije: "-José Javier, cómo podré hacer yo para consultar este libro", estaba revisando la voluminosa obra "Léxico de Bolívar – el español de América en el siglo XIX" (en formato de un dieciséisavo y 703 páginas), de la escritora peruana Martha Hildebrant, y José Javier sólo sonrío, diciéndome: "-Llévatelo". Lo estaba yo visitando en su casa de Maracaibo, y salí abrumado de libros y de poesía.
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Creo que fue Ricardo Romero, el primero que me habló de José Javier. Ricardo y José Javier hacen una dupla poética perfecta, creo que son los dos venezolanos que más bibliotecas se han leído en este mundo. Ricardo es además el más extraordinario cinéfilo que he conocido, al nivel de un Rodolfo Izaguirre o un Alexis Navarro. Ambos, Ricardo y José Javier, hermanos del alma. Ambos tienen en mí un corazón para quererlos, ambos de una pureza que brota de la suprema sencillez espiritual. Hace casi veinte años cuando conocí a Ricardo, me dijo que tenía un carrito de chichero, con todo su equipo, cucharón, olla y bata blanca, para lanzarse a la calle, para el día que le tocara dejar a un lado el trajín de su trabajo en Cultura.
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Qué grandioso mundo de poetas tenemos en Venezuela, que le han dado sentido a mi vida: Ana Núñez, José Javier, Ricardo Romero, Benito Yrady, Mario Silva, Juan Carlos Villegas, Pedro Pablo Pereira, Héctor López, Roberto Duque, Roberto Malaver, Francisco Rivero, William Osuna, Luis Vargas, Jorge Mármol, Alirio Pérez Loprestti, Roger Vilaín, Amable Fernández, Juan Veroes, …
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Puedo decir que con José Javier tenemos a nuestro más grande filósofo. Él ha sido el único que en este país ha sabido, con su obra "El arte de envejecer discretamente"?, encontrarle y sacarle filones de genialidad a lo cotidiano, a lo perecedero y a lo fugaz. Con qué gloriosa sabiduría José Javier se atreve a partir lanzas por lo rutinario dentro del amor, que no lo mata. En este capítulo, lo entreveo como un García Lorca o un Juan Ramón Jiménez, laboriosamente diciéndonos que se equivocan esas malas lenguas que nos hablan de que la pasión amorosa es pasajera, que el ardor con el tiempo disminuye, que la costumbre y la rutina desilusionan. Esgrime su espada de claridades y nos dice José Javier: "La ilusión del enamorado jamás cede a la desilusión; la desilusión misma para el enamorado, no existe, no tiene sentido, no tiene cuerpo donde encarnar, hecho donde manifestarse. La desilusión amorosa le habla al enamorado en un idioma desconocido que él no quiere ni necesita conocer". Y así con esa sencillez y profundidad está armada toda su obra, se me parece a José Martí, y podemos decir que ese cubano grandioso ha renacido entre nosotros, en este otro José, José Javier.