Hubo un tiempo que en Venezuela se movieron corrientes anticolombianas alimentadas por razones diversas. Atizadas, incluso, por sectores de derecha que se aprovecharon de sentimientos que despertaba el desplazamiento de miles de naturales de ese país hacia el nuestro como consecuencia de la violencia y la situación social imperante al otro lado de la frontera.
Venezuela asimiló esa realidad y, la verdad sea dicha, a ningún gobierno de la época se le ocurrió levantar muros para atajar el éxodo, y mucho menos reprimir a seres humildes vaciados en nuestro territorio por imperativo de la fatalidad que los condenaba de forma implacable. Más de tres millones de colombianos conviven hoy con los venezolanos, ahora sin traumas, plenamente asimilados, con su situación legalizada por el gobierno de Chávez en un proceso sin precedentes en la región. Lo que registro no es fábula. Es expresión de cómo una nación, generosa y con un alto sentido de la solidaridad humana, Venezuela, asumió civilizadamente un problema que en otras latitudes ha generado traumas terribles.
La otra cara de la moneda. Pero ésta es sólo una cara de la moneda. Porque de parte de la dirigencia colombiana, de los responsables del inmenso calvario de sus compatriotas, jamás hubo, no digamos que agradecimiento, sino comprensión de la nobleza venezolana. Por el contrario, siempre hubo desprecio. Un trato despectivo, y ese liderazgo que, con increíble desdén hacia su propio pueblo colocó a éste al borde del abismo, continuamente nos hostiga, monta celadas, agrede, elude responsabilidades y suele achacarnos buena parte de sus males. Sin necesidad de recurrir a arduas investigaciones, en otras palabras, sin ir muy lejos, está el caso de la droga. Resulta que quien la produce y luego la exporta al mundo, elude su responsabilidad al extremo de que un alto vocero del gobierno, el ministro de Defensa Juan Manuel Santos, nos atribuye la responsabilidad del traslado de la droga al mercado norteamericano. Igual pasa con la violencia: Venezuela es víctima de ella, tanto la paramilitar como la guerrillera, pero siempre hay un comentario sibilino, una insinuación tendenciosa, que descarga responsabilidades sobre nuestro país.
La madre de las provocaciones. Mientras Colombia se hunde en la charca pestilente de la parapolítica y más de 20 parlamentarios se hallan en prisión –a ese ritmo quizá el Congreso tenga que sesionar en una cárcel–, desde los altos círculos del poder uribista se informa que dos miembros del Ejército colombiano, un capitán y cabo, fueron asesinados en territorio venezolano, supuestamente por la guerrilla.
¿Qué plantea esta noticia? Puesta a circular de esta manera, sin vaselina, sugiere que la guerrilla opera libremente en Venezuela, que contaría con protección oficial, y que los efectivos colombianos realizaban inocentes tareas de inteligencia. Pero se ha sabido que los dos oficiales colombianos actuaban en territorio nacional sin autorización del gobierno venezolano, como se registra en un reportaje de la revista bogotana Semana.
¿Se repite el "caso Granda"? Todo indica que estamos en presencia de un hecho similar al "caso Granda" que puso al borde de la ruptura la relación Colombia-Venezuela. En otras palabras, que la historia se repite, por lo que habría que concluir que en el fondo los dirigentes colombianos desprecian esa relación. ¿Quién en el alto gobierno colombiano autorizó la operación encubierta y, por tanto, ilegal en territorio venezolano? Hay información que si es confirmada podría generar una crisis impredecible: que el ministerio de Defensa del vecino país estaría implicado en un plan desestabilizador de Venezuela consistente, en una primera fase, en infiltrar personal de élite de la Fuerza Armada -en principio unos 18 efectivos- para realizar actos hostiles. Tanto el capitán Camilo González, oficial de inteligencia adscrito a la Primera División del Ejército con sede en Santa Marta, como el cabo Gregorio Martínez, formaban parte del grupo. Conclusión: Con un vecino tan incómodo, con tanta maña, como es el sector del liderazgo colombiano que domina el país, que en la práctica ha demostrado ser capaz de cualquier cosa, todo es posible.