L os venezolanos hemos estado debatiendo con excepcional madurez a los largo del gobierno de Chávez. Como nunca antes lo hicimos. Ejemplo: cuando el proceso constituyente, cuando las leyes habilitantes, cuando se pretendiò imponer la violencia por encima de la Constituciòn en las fechas aciagas del 11-A y el sabotaje petrolero; lo repetimos con el referéndum revocatorio y la reelección presidencial; en los casos Cantv, Electricidad de Caracas, faja petrolífera del Orinoco, Misiones, ley Resorte y libertad de expresión, en fìn, en distintas circunstancias. No hubo en nuestra historia más oportunidad para debatir ni mayor libertad para hacerlo.
Esa verdad irrebatible aflora de la realidad y de nuevo la confirma el debate sobre el cese de la concesión de Rctv. La descalificación. Sin embargo, el gobierno bolivariano es tildado de autoritario y al Presidente se le endilga el epíteto de dictador. Por supuesto que el exceso verbal es deliberado y lo que se pretende es provocar y, al mismo tiempo, influir sobre la opinión internacional, dada la debilidad endógena de la oposición. Mas lo cierto es que hay una clara intención de desconocer lo que no se puede desconocer, de subestimar lo que no se puede subestimar. El resultado es bien conocido: el ridículo.
Porque quienes hablan de dictadura en Venezuela quedan mal parados cuando los medios de comunicación dicen lo que les da la gana, y los dirigentes de la oposición se despachan y se dan el vuelto con un lenguaje escatológico y subversivo, que en otros países provocaría acciones legales o represivas.
Es grotesco observar, por ejemplo, como visitan Venezuela personajes que despliegan su actividad con plenas garantías y luego despotrican de nuestro sistema democrático y llaman déspota al Presidente. Igual pasa con dirigentes opositores que, a cada instante, viajan al exterior a proferir sandeces inauditas en contra el gobierno y exponen ante organismos internacionales que el país vive en una sórdida dictadura. Estos personajes luego regresan sin que nada les pase. Debería darles vergüenza.
Como nunca antes. Lo cierto es que en Venezuela se debate como nunca se hizo. Circulan ideas y opiniones disìmiles y cada quien se expresa con entera libertad. Además, hay un pueblo que maduró en la confrontación, asumida ésta con respeto, y la violencia asoma su hocico podrido sólo cuando el poder mediático la estimula. Lo confirma la reacción ante el cese de la concesión de Rctv. El Estado reivindicó el derecho soberano que le asiste y los afectados han expresado sus puntos de vista. Hubo marchas y contramarchas; discusiones y foros, sin que los participantes fueran reprimidos como en otros tiempos, y la instancia judicial a la que recurrieron los empresarios revocados decidió.
Como ocurre en una verdadera democracia y en el Estado de derecho.
Los apátridas
Siempre me cuidé de utilizar el concepto de patria para calificar o descalificar. La resistencia proviene de mi formación humanista y del respeto por la palabra. La patria no es comodín. Es una realidad.
Pretender negarla es renunciar a lo que uno es. ¿Por qué escribo ésto? Porque la verdad es que siento asco por la actitud de algunos compatriotas que no vacilan en arrastrarse ante instituciones y personas en el exterior buscando apoyo para su causa. Se trata de un ejerció obsceno de indignidad.
Nunca antes vimos en Venezuela semejante desprecio por el gentilicio –que lo grafica el uso de la bandera al revés. Tan abyecta renuncia al sentido de lo nacional puede resumirse en lo que dijera una líder opositora: prefiero el jefe de un ejército de ocupación en Miraflores que a Chávez.
Las oposiciones venezolanas a través de la historia, salvo contadas excepciones, tuvieron siempre un comportamiento digno. No delegaron en extraños la lucha propia, ni renunciaron a la esencia patriótica de sus causas, ni aceptaron vender el alma al diablo.
En lo que a mi respecta, combatí a Pérez Jiménez –al igual lo que lo hicieron muchos otros– y no se me ocurrió poner en manos de poderes extranjeros el esfuerzo para salir del tirano. Lamento que hoy gran parte de la oposición que tenemos, cipaya, consular, manipulada desde afuera, envilecida por sucesivas derrotas, se pasee por el mundo con la máscara abyecta del apátrida. ¡Pobrecita!