Ya estoy en el sitio donde habrán de fusilarme. De espaldas a la nave sur de la catedral de Angostura. A mi derecha está una de las imponentes torres del majestuoso templo. Al frente, el fiscal del proceso, General Carlos Soublette, y en formación las tropas encargadas de ejecutar la sentencia.
Ayer el Consejo de Guerra acordó que se pasase por las armas al General Manuel María Francisco Piar Gómez y, el Jefe Supremo, General Bolívar, lo confirmó; y ordenó al fiscal lo hiciese el día de hoy a las cinco de la tarde.
Según el tribunal militar, incurrí en los delitos o crímenes, como específicamente dice la sentencia, de insubordinación, conspiración, sedición y deserción. Este tribunal estuvo integrado por el Almirante Luis Briòn, quien lo presidió; por los generales de brigada Pedro León Torres y José Antonio Anzoátegui; coroneles José Ucròs y José María Carreño y tenientes coroneles Judas Piñango y Francisco Conde. Además del fusilamiento, el General de Brigada José Antonio Anzoátegui y el Teniente Coronel Francisco Conde, solicitaron la pena de degradación, lo que hubiese significado la negación absoluta de mis servicios a la independencia de América.
Mi defensor, Fernando Galindo, admitió en el tribunal que era incuestionable la tesis de deserción. Pero presentó diversos atenuantes, como mi carácter irascible, mis temores y dudas ante los malsanos comentarios difundidos sobre mi conducta, hasta tal punto que se llegó a decir que me había apropiado indebidamente de ochenta mil pesos. Y uno de los testigos del fiscal, se hizo portavoz ante el tribunal de tal maledicencia. Es curioso que, en un país como el nuestro, Venezuela, donde a lo largo de su historia se venerará a los corruptos, a mi se me acusó injustamente de ese delito en un tribunal.
Por fortuna para mi, no estuve presente en la reunión del Consejo de Guerra donde el fiscal presentó cargos. Me hubiese resultado muy triste escuchar la disertación abstracta y fantasiosa del General Soublette.
Las falaces declaraciones de los testigos, coroneles Francisco Sánchez y Pedro Hernández y Teniente Coronel José Manuel Olivares, descalificados al ser careados conmigo y posteriormente por mi defensor, fundamentaron las acusaciones de conspiración y sedición presentadas por el fiscal.
Fernando Galindo, mi defensor, alegó la verdad. Los testigos del fiscal son mis enemigos. Sánchez, en una oportunidad juró convertirse en perseguidor mío; a Hernández lo reprendí fuertemente en la batalla de San Félix y a Olivares en Upata, manifestando ambos de manera pública, animadversión contra mi persona.
No hay nada diferente en el fondo de las afirmaciones de Soublette, a las opiniones de Pablo Morillo, general realista, quien en carta del 8 de mayo de este año, hace apenas unos meses, afirmó que yo, en connivencia con el General Petiòn, a quien él califica de “mulato rebelde que se titula presidente de Haití”, quiero dominar Guayana para repetir las escenas de Guárico y las posesiones francesas de Santo Domingo. En concreto, el General español me acusa de conspirar para rebelar a los esclavos y a toda la población negra y mulata con el fin de crear un Estado dominado por ese sector social. Es elemental que estos febriles y desesperados argumentos de Morillo, buscan ahondar las discrepancias que existen entre nosotros parta “pescar en río revuelto”. ¡En parte, es lamentable, obtuvo buenos resultados! Yo soy la víctima.
En la presentación de cargos, dijo el General Soublette, que yo proyectaba una conspiración para destruir al actual gobierno y asesinar a todos los blancos que sirven a la República.
Mientras el General Soublette, aquí en los alrededores de la catedral de Angostura, lee la sentencia en alta voz, yo, de rodillas frente a la bandera nacional, sigo meditando sobre el proceso. CONTINUARÀ.