Están en todas partes y como las serpientes, son capaces de inocular veneno apenas salen del cascarón. Sus estados larvarios no son necesariamente homogéneos ni su progresión uniforme. Unos comienzan sobreviviendo de migajas numismáticas tras un oscuro escritorio pueblerino o sedimentando su vileza tras mansedumbres pastoriles; otros heredan el botín acumulado por generaciones de cuervos o se apiñan en rancios lupanares de justicia. Muy pocos son los privilegiados que al eclosionar, la bestia los unge y les destina el mundo para asolarlo.
Se mimetizan con el entorno y la circunstancia. Luego, entre trámites y formularios, aprenden las artes burocráticas y agudizan su instinto para reconocer a sus víctimas. Su carroña es la desesperación y la ingenuidad ajena. Accionan solo motivados por la coima y la ganancia. Aunque benjamines de su estirpe, son el sustrato feraz donde florece la pequeña corrupción. Suelen ser iniciados de prestidigitadores de mayor experiencia, quienes consiguen en ellos la pinza para hurgar talegas y erarios, lanzándolos luego – si resultare menester- como señuelos a lerdos investigadores.
Estos parajes son dominados por un sátrapa que sin temor a equívoco, ostenta poder soportado en blasones de oscuros orígenes. Si bien corteses, son voraces; si bien instruidos, son ímprobos. Sabiéndose de antemano clandestinos, conforman hermandades para solazarse y mostrar su vertiginoso ascenso pecuniario. Solo en ambientes de oscuridad moral deambulan ufanos, pretendiendo mostrar virtud en sus desmanes. El empeño por rellenar su sima ética con tesoros ajenos provocaría mordacidad si no estuviera en juego el futuro de poblaciones enteras. En cuanto políticos, trashumantes; en cuanto prelados, heresiarcas; en cuanto funcionarios, mercantiles y en cuanto empresarios, agiotistas. Confabulados, hielan los cambios y fomentan el caos, destruyen ideales pluralistas y promueven las desigualdades.
Cuando ocurre una mixtura de este grupo o cuando uno de ellos somete a los otros, estamos en presencia de un ente pernicioso que conjuga mucho poder y corrupción. Conforman la cohorte de la hidra, siniestros palafreneros de sus cabezas. Mercaderes de su gentilicio, integran la piara contumaz que siempre se prosterna ante corporaciones y potencias extranjeras.
Los predadores superiores van a la caza de patrias y revoluciones, pretendiendo acallar ideales supremos con represión, genocidios y bloqueos. Aunque distintos sus pelajes, les iguala su inhumanidad, la inclinación perversa a expoliar naciones enteras y a insuflar todos los pecados capitales mientras satanizan cualquier insurgencia. Son los primogénitos y favoritos de la hidra, apostados para suplir alguna de sus cabezas si un pueblo heroico la decapita; en ello estriba su mítica reposición cefálica.