Las Revoluciones capitalistas y socialistas, conformadas por mujeres y hombres, conllevan en su seno propuestas de cambios estructurales en los sistemas a los cuales se desean cambiar en beneficio de la sociedad, hoy llamada “pueblo”, para buscar alcanzar una mayor y mejor distribución de las riquezas producidas por esa “sociedad” con la finalidad de lograr una mejor concordancia con los derechos que por “natura” le corresponden disfrutar a todos y cada uno de los miembros de esas sociedades.
Los revolucionarios, sean éstos proponentes de imponer un sistema capitalista, como sucedió con la Revolución Francesa, o un sistema socialista, como, por ejemplo, las que se han llevado a cabo en Rusia, China, Vietnam del Norte, primero, y, después de la derrota del ejército de los Estados Unidos de América, en Vietnam del Sur, en Cuba, por citar algunas revoluciones socialistas, han manifestado, en ambos casos históricos, sus pareceres según sus propios principios personales. Cada una de esas dos revoluciones ha producido contradicciones, a lo interno, del grupo de las mujeres y hombres que han luchado por alcanzar los anhelados objetivos político-económicos y sociales propuestos.
Esas contradicciones se han manifestado en “profundas diferencias” conceptuales que han llevado a enfrentamientos políticos y, en la mayoría de las veces, personales. Por ejemplo, viendo el desarrollo de la Revolución Francesa, la mayoría de los revolucionarios participantes como líderes en el proceso para cambiar, definitivamente, las estructuras del Estado Feudal que seguían vigentes a pesar de los desarrollos sociales y económicos que se venían implementando a lo largo de los tiempos históricos desde el Renacimiento, por ejemplo, terminaron en la guillotina, asesinados, desterrados, perseguidos por sus enemigos políticos que se negaban a aceptar el inevitable proceso del “desarrollo lógico y natural” de la sociedad. Lo mismo ha sucedido en las revoluciones llamadas socialistas cuando se han desvirtuado de los objetivos fundamentales propuestos; tenemos el caso más emblemático en el líder y fundador del Partido Comunista Chino, Cheng Duxiu. Pero, esas mismas revoluciones, capitalistas y socialista, han producido en su seno, mujeres y hombres, que han sabido evitar el llegar al compromiso final y el ser coherentes consigo mismo y con las ideas por las cuales han luchado e, incluso, arriesgado sus vidas. Uno de estos casos se sucedió en la propia Revolución Francesa con José Fouché (1763-1820), quien es descrito como: “…Traidor de nacimiento, miserable, intrigante, de naturaleza escurridiza de reptil, tránsfuga profesional, alma baja de esbirro, abyecto, amoral...” Sigue el texto: “…A Napoleón en Santa Elena, a Robespierre entre los jacobinos, a Carnot, Barras y Talleyrand en sus respectivas Memorias…” les temblaba la pluma cuando de dar una opinión de Fouché se trataba. Los propios historiadores franceses se sienten en la obligación de emitir opinión sobre las debilidades de carácter de Fouché: “…ni Lamartime, ni Michelet, ni Luis Blanc intentan seriamente estudiar su carácter, o, por mejor decir, su admirable y persistente falta de carácter.” Cabría la pregunta: ¿es de justicia opinar sobre un revolucionario y comprometido con la Revolución Francesa, como lo fue Fouché, al emitir esos “duros” juicios de valor sobre su persona?
José Fouché nunca tuvo el inconveniente para cambiar de opinión y defender causas opuestas y contradictorias a la Revolución Francesa que tantas vidas de revolucionarias y revolucionarios costó; a tal extremo fue su comportamiento político que, junto con el Príncipe Klemens von Metternich de Austria, fue el artífice del regreso e instauración de la monarquía en Francia. ¡la vanidad del Poder!
Dicen que las Revoluciones se “tragan a sus propios hijos” pero siempre hay revolucionarios, como, por ejemplo, en el caso de la Revolución Bolivariana, Diosdado Cabello, que sin mirar atrás, mirando de frente a la contrarrevolución, dan un paso al frente, para defender sus principios personales con los cuales se han comprometido de por vida.
La Revolución es un compromiso personal en profunda concordancia con los principios por los cuales, todas y todos, luchamos.
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