Venezuela, el día después

La elegancia constituye un valor en general ausente en el comportamiento de la derecha. Triunfe o fracase. Nunca reconoció los avances de Venezuela durante los últimos años ni aceptó sus propios tropiezos. Ahora, que por fin ganó con apenas 200.000 votos de diferencia una consulta democrática, tampoco admite que la propaganda montada dentro y fuera del país sobre el carácter totalitario del gobierno de Chávez y su control sobre el Consejo Nacional Electoral (CNE) fueron embustes para desconocer el resultado (de haber triunfado el “sí” a las enmiendas constitucionales), adornados con insultos bajunos sobre las características del dirigente bolivariano. ¿Cómo pudo ganar el “no” si Miraflores maneja el CNE a su antojo? ¿O se trata de la primera elección libre desde la Constitución de 1999, porque esta vez la oposición se llevó el gato al agua y fue tramposa en convocatorias anteriores porque sucedió lo contrario?

A ver si se aprehende que la democracia sólo estuvo en peligro durante las intentonas golpistas recientes. Independientemente de las valoraciones sobre el proceso mismo, la mayoría de los ciudadanos dijo “no” a las enmiendas constitucionales. Limpia y democráticamente. Un tropiezo para Chávez, entre otras razones porque comprometió durante la campaña su futuro y el de su país, haciéndolos depender a corto plazo de una serie de normas, en general progresivas, de las que surgiría la aplicación de las reformas. Sin embargo, para sacar adelante la semana laboral de 36 horas, por ejemplo, no parece imprescindible ningún cambio en la Constitución sino la voluntad de la mayoría de los trabajadores que encuentre su expresión en alguna ley de menor rango. Por ese objetivo, dicho sea al pasar, conviene seguir luchando.

El “no” cosechó el mismo caudal de votos que la derecha en las últimas presidenciales, cuando Rosales obtuvo algo más de 4 millones de sufragios. El chavismo, por su parte, retrocedió desde más de 7 millones en las presidenciales a los 4 y pico obtenidos ahora por el “sí”. Comprendo la diferencia entre un tipo de elección y otra, pero sería de ciegos ignorar el deterioro político del chavismo, unos tres millones de votos que no acompañaron al “no” sino a la abstención. Quizás estemos ante una expresión de desconfianza, alimentada por algunas enmiendas explotadas hábilmente por la oposición (como la reelección presidencial), fenómenos concretos de corrupción, el retraso en los cambios sociales y económicos de más calado. O todas juntas y algunas más. El poder económico sigue en manos de los de siempre (además, el sector privado ha crecido de forma espectacular) con excepción del destino mucho más justo de la renta petrolera que financió iniciativas sociales capaces de reducir el desempleo y la pobreza, acabar con el analfabetismo, mejorar la educación, ampliar la cobertura sanitaria e impulsar el crecimiento de la economía.

Este capital de primer orden merece conservarse y seguir avanzando. Corresponde a dirigentes, activistas bolivarianos, sindicatos y demás organizaciones populares venezolanas, realizar reflexiones sobre su política, empezando, quizás, por un debate riguroso sobre los motivos para el desapego de tantos ciudadanos expresado el pasado domingo. Los abstencionistas pueden recuperarse porque, al fin y al cabo, tampoco han dado apoyo político a la derecha. Conviene, pues, el relanzamiento de la iniciativa política por parte de las organizaciones populares.

Por su parte, Estados Unidos, dirigentes de otros países y transnacionales, Fedecámaras, la jerarquía católica y los promotores del “no” esperan que este tropiezo constituya el principio del fin de Hugo Chávez y, sobre todo, de las esperanzas sostenidas por millones de venezolanos y latinoamericanos en el llamado “socialismo del siglo XXI”. De triunfar en próximos compromisos electorales, la derecha empezaría, por supuesto, con la privatización del petróleo, como decretó Carmona Estanga, y la vuelta atrás de las conquistas sociales. Tampoco lo tiene fácil porque Chávez mantiene una base firme, mientras la oposición carece de un liderazgo reconocido. Sólo recuperará gran aliento si el proceso bolivariano llegara a estancarse. Dicho de otra manera, la victoria escasa del “no” representa una batalla perdida pero de ninguna manera el desenlace final en una guerra de larga duración.

rafaelmorales@canariasahora.es


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