Felipe González declaró públicamente en una ocasión: “Aznar y Anguita son la misma mierda”, nadie en España se escandalizó
José Sant Roz
Suelen ser los más vulgares quienes se alarman por estas expresiones claras y sin cortapisas, como la que el Presidente Chávez acaba de decir; pero los más falsos e hipócritas, al igual que esas beatas que van a comulgarse y que escupen la hostia en un monedero especial que llevan para estos menesteres, ha saltado cierta gente de la oposición. Nada más castizo y usado que la palabra mierda. Aquí muestro un artículo de Jaime CAMPMANY, quien fuera escritor estrella del diario de derecha ABC, español, sin duda un hombre de talento. De modo que con esto le vamos a dar un poco de su propia medicina a los canallas y ultra-vulgares de Globovisión y compañía. La palabra mierda en verdad que nada tiene de vulgar. La vulgaridad es otra cosa muy distinta. Cuando Felipe González declaró en una ocasión: “Aznar y Anguita son la misma mierda”, nadie en España se escandalizó, y Campmany escribió el siguiente artículo
Ñoñismos
Por Jaime CAMPMANY
Lo que mi bisabuela Laura haría con Felipe González y con Javier Arzallus es ponerles acíbar en la lengua. En cuanto oía que uno de nosotros, mis hermanos o yo, nos mandábamos a la mierda, sacaba el frasquito del acíbar. «Este niño tiene muy mala lengua. Que le pongan acíbar». Lo más que permitía mi bisabuela era el ñoñismo de mandar «a la eme», que en las familias de buena educación equivalía al otro ñoñismo de llamar «las cuatro letras» a la palabra puta, severamente vedada. La palabra mierda no podía ser pronunciada delante de mi bisabuela. En un caso, había que mandar a la eme y en otro caso había que hacer caca. Los niños hacíamos caca, pero los mayores ni eso. Los mayores iban mal o bien de vientre. Se usaba una metonimia y se designaba el producto con el nombre de la fábrica.
Un verano vino una volandera del pueblo para ayudar a las fijas, y cuando estaba haciendo el primer deshollino de la casa, empezó a rezongar y a quejarse del trabajo, y dijo que estaba harta de quitar mierda. «Hija mía —le dijo la bisabuela—, de donde primero has de quitarla es de tu lengua, que la tienes muy sucia. Que no vuelva yo a oírte decir esa palabra. Puedes decir que estás harta de quitar porquería, que es lo mismo pero suena mejor». Confieso que mi bisabuela no logró educarme del todo a su gusto en ese asunto de los ñoñismos, y siempre me ha gustado usar las palabras más expresivas y vulgares junto a otras más cultas y de academia. Lo que sucede es que recurrir a una vulgaridad para hablar en público no sólo es una prueba de maleducación sino de pobreza expresiva.
Además, hay casos en que el ñoñismo no sirve. Por ejemplo, para decir de alguien que el turrón, el mazapán o el chocolate le gustan más que a los pavos la mierda, no es posible emplear la palabra «porquería».
Mandar a la mierda tiene muchos ñoñismos alternativos, porque se puede mandar a paseo, mandar a la porra, mandar al cuerno, mandar al infierno, mandar a hacer gárgaras, mandar al carajo o usar el maravilloso mandar a hacer puñetas, frase injustamente tachada de palabrota. Hasta Javier Tusell y José Luis Corcuera saben que las puñetas son los puños de encaje que se cosen a las bocamangas de la toga. Un enriquecimiento de esa frase podría ser la de decirle a algún pelma: «Vaya usted a hacerle unas puñetas a Bacigalupo».
Por favor, que no salga ningún lector explicándome el otro sentido de la puñeta, que lo conozco, pero creo que no es el que tiene la palabra en esa frase. Reconozco, ¿cómo podría no reconocerlo?, que la palabra «mierda» goza de mucho predicamento y es muy frecuente en el español de uso y en el lenguaje del pueblo. Esto es una mierda, se va todo a la mierda, me pego el tiro de mierda, esto está lleno de mierda, ese tío es un comemierda, vas hecho una mierda, ha cogido una mierda y así hasta que se me acabara el espacio de la columna. O sea, que un poco más de mierda en la conversación pública de los hombres públicos no va a escandalizar a nadie, y desde luego, a mí, no.
Pero cuando Felipe González dijo que Aznar y Anguita eran la misma mierda, y ahora, cuando Javier Arzallus ha mandado a Iturgaiz a la mierda, no han dicho nada que moleste a los oídos, pero han demostrado una falta de imaginación expresiva muy poco perdonable en un político.
Claro está que esas expresiones rebozadas de mierda, a don Antonio Maura o a don Julián Besteiro les habrían parecido una exhibición de ordinariez, y mi viejo profesor Tierno Galván las habría calificado de síntomas de mala crianza. Por otro lado, ponerles a González y a Arzallus acíbar en la lengua tal vez vaya contra los derechos humanos y mi bisabuela descansó en el Señor hace algo más de medio siglo. Así, que duro con la mierda, majos.
jrodri@ula.ve