El dictador no sólo quiere que su café esté disponible cuando pretende, se asoma a la ventana de Palacio y dice para sí que hay que acabar con la pobreza, que él nunca le mentirá al pueblo. El dictador, este dictador es tan absurdo que empieza a realizar todo aquello que promete sin ambigüedades, sin fingir, sin ocultar sus verdaderas intenciones. Habla de socialismo, lo propone y no lo impone. Este dictador no es un dictador tropical como Trujillo y las cariátides que mandó a construir en su dispendioso palacio. El dictador le dio casas a los pobres, medicinas, educación. Luego, la burocracia se encargó de la tiranía al imponer su vacío, su ineficiencia y el desengaño en la ciudadanía.
El dictador busca cambios reales, podría decirse que es estúpidamente honesto, por eso el mundo entero sabe que es dictador. En nueve años detentando el poder ha realizado nueve eventos electorales y los ganó todos.
Las elecciones son la expresión más elemental de cualquier democracia, sin embargo, la dictadura mediática insiste en reconocerlo como dictador, en proyectar sus exclamaciones y desafíos como muestras fehacientes de que en el fondo, a pesar de no haber declarado estado de excepción cuando el paro petrolero, aún acatando la sentencia del Tribunal Supremo de Justicia que negó el primer golpe mediático que el imperio ensayó en la Latinoamérica, (siempre es un orgullo ser el primero), el dictador, tan singular como de costumbre, acató la resolución: Tuve que tragar arena, manifestó.
El dictador ejerce y respeta la libertad de expresión aunque el mismísimo Rey de España lo mande a callar. Repasa su asistencia a los organismos multilaterales, en los cuales dio muestras de su instinto tiránico al denunciar la mentira de estas instituciones que hacen del lenguaje un paseo sin significado, un recuento de frases hechas y buenos propósitos, que sólo el papel aguanta y perpetúa, pues la realidad siempre desdice las conclusiones y los llamados pomposos y retóricos de las Cumbres presidenciales, petroleras y etc., que se suceden.
El dictador es tan insolente que ha puesto en práctica la idea, siempre etérea y volátil, de la integración latinoamericana. Él cree en la praxis. En sus extenuantes discursos, confiesa las verdades del presupuesto nacional y sus intenciones de justicia social, que tienen alarmado a más de un civilizado en el norte. Sólo en el sur, puede darse la figura de un dictador como el nuestro, tan desaforado que respeta a los indigentes y aquellos que desean y fraguan su muerte.
Los enemigos del dictador, con excesiva libertad, deforman sus propuestas y minimizan sus exabruptos en televisión, en los titulares de los periódicos, donde constantemente lo agraden, sin mucho éxito.
El último (y único) triunfo que obtuvieron sus opositores fue de un escaso punto de ventaja (0,70%, "un triunfo de mierda" como esclareció nuestro mandatario, siempre apegado a lo real) en el reciente referéndum sobre la reforma constitucional, que este dictador, en su bizarría, no impuso, como debe hacerse, sino expuso, razonó y sometió a la voluntad popular y no a la propia.
La impúdica dictadura del dictador, construye sin vergüenza, carreteras, puentes, represas, vías férreas, urbanas e interurbanas, desarrollos agrícolas, centros médicos especializados, empresas sociales, rebaja los servicios y sus costos y controla la especulación, en lo posible, pues este dictador suele ser arrollado por lo monopolios y la incipiente plutocracia local.
El dictador, nuestro dictador, le da gratis, cosa que escandaliza a cualquiera, medicamentos a los pacientes de enfermedades crónicas y hasta incurables.
Busca, con terquedad notable, la paridad de género, y dice que la mujer venezolana es lo máximo. Este dictador verdaderamente nos tiene asombrados, más que apesadumbrados, mientras los tentáculos de la dictadura mediática global envuelven y confunden constantemente a los ciudadanos de este país que desde el calor de sus apartamentos, observan cuán terrible es el uso de la verdad en la política.