Respirar el aire de Guayana conserva el alma y enaltece la fibra de la vida. Desde allá lejos se aprende a soñar en medio de la nostalgia. Quien ve el Caroní, cree ver a una hermosa mujer que ríe de emoción porque siente en sus entrañas las fuerzas del amor. Sus aguas oscuras representan el misterio lleno de sentimientos profundos que nacen entre rocíos para emprender su marcha que va deprisa a encontrarse con su amado: el majestuoso Orinoco. Sí, en Puerto Ordaz se produce ese encuentro mágico de dos corrientes impetuosas que han jurado amarse eternamente.
Venciendo los obstáculos de la vida, sus corrientes bullían de esperanzas, sueños e ilusiones. Como los ángeles, se inventaron alas para volar, pero su amor era tan fuerte, impetuoso y apasionado que no esperaron la brisa, sino que corrieron aguas abajo para encontrarse y juntar sus átomos de oxígeno e hidrógeno en una sola molécula. Tal como lo habían prometido, nadaron en sus propias aguas, uniéndose en un gran abrazo cristalino de corrientes frías y cálidas. Ese el abrazo de la verdadera libertad.
Ese el verdadero amor, el que no te consume ni te arrastra, sino que te ama porque te ama. A pesar de ser indómitos, el Orinoco y el Caroní se aman, así como ama Yeliej Zammar a la mujer de rostro hermoso que conoció a orillas de aquel río imaginario.
Dice la leyenda que el Orinoco (hombre) y Caroní (mujer), se enamoraron. Nadie tiene la culpa de que hayan nacido en sitios diferentes, pero sus corazones latían de emoción cuando a través del viento se acariciaban. Los dioses se opusieron y ellos desafiando los obstáculos acordaron encontrarse lejos de la montaña y juntos ir al inmenso mar azul. Ese era el sueño y lo cumplieron, de lo ortodoxo y heterodoxo hicieron una sola teoría.
Esa es la verdadera grandeza de la naturaleza, que tarde o temprano une lo que tiene que unir. Los cientos de admiradores vestidos de afluentes que caían rendidos a los pies de Caroní, no lograron quebrar sus sentimientos. Ella no flaqueó ni un instante en su anhelo de encontrase con su novio amado, y el día que lo hicieron, se dieron un beso suave y silencioso entre burbujas de agua dulce. Agarrados de la mano se fueron a recorrer el mundo a través de las corrientes oceánicas.
A veces el Orinoco se vuelve rebelde y altanero, pero apenas un guiño de Caroní, este se calma. En el fondo ambos se respetan, ambos se necesitan. En la mirada profunda se notan que se aman, que se cuidan y protegen. Cuando Orinoco está sofocado por el calor, Caroní le sopla el viento para refrescarlo. De igual manera, cuando Caroní tiene mucho frío, entonces Orinoco la arropa de calor. Ese gesto de ayuda mutua es el amor, es la paz y la libertad.
(*)Politólogo
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