El chavismo maldito

Del chavismo se pudiera afirmar lo mismo que decían los patricios argentinos -léase la "oligarquía de la bosta" y otras expresiones del sector dominante- sobre el peronismo: es un fenómeno maldito.

No le perdonaban, y aún no le perdonan, pese a las mutaciones del movimiento, querer cambiar el país, y, lo que es peor, haberlos desalojado del poder. El odio de clase, la sordidez de la frustración, el racismo elemental, el desprecio por el pueblo, convertido en masa que, como dijera Antonio Machado, se le llama así para dispararle impunemente, se juntaron y arremetieron contra ese fenómeno popular.

Con el movimiento que desencadenó Chávez el 4F, hace 16 años, sucede igual. Despertó los reflejos dormidos de grupos sociales que durante décadas enmascararon sentimientos de superioridad, temor a los cambios y un asco ancestral a todo cuanto representa movilización social. Intelectuales exquisitos, historiadores encallados en una interpretación elitesca del hecho nacional, políticos desplazados, medios de comunicación desconectados de la opinión pública, apelaron a la satanización del líder y del movimiento.

La similitud de la reacción ante lo sucedido en Argentina con el peronismo y en Venezuela con el chavismo -aún cuando se trata de realidades diferentes- no es mera coincidencia. Se extiende, además, a otras naciones donde asoman procesos parecidos. Por eso, hay que tener claridad que lo que divide el país no es el chavismo, sino el antichavismo.

La separación no la traza el mensaje y el lenguaje del líder febrerista, sino el discurso antipopular y excluyente de los nostálgicos del pasado, que en el fondo despachan el fenómeno con impresionante superficialidad.

Explicación de lo inexplicable. Sólo así, en el caldo de cultivo de un odio primitivo que, históricamente, revierte en fascismo -como ocurrió en Chile-, se entiende la actitud del antichavismo. La negación a ultranza de sus logros y la descomunal explotación de sus desaciertos. Ante el chavismo no hay equilibrio, ni sindéresis: sólo propósito destructivo. Para ciertos voceros del antichavismo lo que se plantea es su total erradicación: la desaparición física de los dirigentes y de cualquier vestigio de su ideología. En síntesis, acabar con la semilla maligna. El liderazgo político-partidista que como nunca goza de plenas garantías, insólitas actividades golpistas. Los medios de comunicación que disfrutan de la mayor libertad que conoce el país, repiten que Venezuela es gobernada por un dictador.

La clase media que salió a flote luego de empobrecerse en anteriores gobiernos, se convierte en bastión de aventuras. El sector empresarial y financiero que nunca ganó tanto dinero, no pierde oportunidad de involucrarse en actividades desestabilizadoras. Y la Iglesia católica, tolerante en el pasado con los abusos del poder y complaciente con grupos económicos, ahora despotrica contra un gobierno del cual recibe favores crematísticos y está próximo a la doctrina social que ella proclama. No hay explicación a lo inexplicable, salvo la irracionalidad. Porque más allá de errores, corruptelas, lacras administrativas, Venezuela avanza: hay menos pobres, segregados, injusticia, y más participación, educación y soberanía. No aceptar esta realidad es banalizar la política y dar la espalda a la verdad. O sea, andar a tientas. En las tinieblas.

LABERINTO
Análisis lúcidos

¿Quién puede negarle autoridad para hablar de temas delicados a Jon Lee Anderson -corresponsal de guerra, biógrafo del Che, autor de libros como La Caída de Bagdad, La Tumba del León y cronista del New Yorker

- En reciente entrevista de la revista Cambio de Colombia, adelanta opiniones como estas: "Lo que plantea Chávez es que así sean terroristas las Farc, si quieren hablar de paz en Colombia tendrán que llegar a un acuerdo con ellas..."

Algo similar escribe el mejor columnista colombiano, Antonio Caballero: "El secuestro es un medio entre muchos. El hecho de que sea innoble no elimina la existencia de las Farc, o como decía el articulista de El Tiempo, Jorge Restrepo, los abusos de la guerrilla no hacen que desaparezca la situación que la produjo y el desvío del rebelde no borra el motivo de la rebelión. Las Farc no se alzaron en armas con el propósito de secuestrar y narcotraficar, como machaconamente llevan decenios asegurando los gobiernos. Creerlo así es pensar con el deseo de la parte más miope del establecimiento: la que quiere que simplemente fueran liquidadas las Farc para que todo volviera a ser como antes, o sea, en su opinión, idílico, ricos y pobres en su sitio. Y aún ese aniquilamiento militar no serviría para lograr la paz, pues quedarían intactos los motivos de la rebelión y la situación que la produjo..."

Anderson opina más adelante: "Todos los gobiernos negocian con terroristas y uno de ellos es Irlanda, que negoció con unos señores que ponían bombas y que después sacó de las cárceles. El Estado colombiano va a tener que reconocer cosas que ha hecho en una guerra que no ha sido limpia sino sucia..." *A la pregunta de si se refiere al exterminio de la UP y a los vínculos de agentes del
Estado con los paramilitares, Anderson responde: "Si, el Estado aniquiló a sus propios ciudadanos y quienes lo hicieron no están en la cárcel.

Los paramilitares son criminales socios del Estado en la sombra. Sólo cuando el Estado dé las garantías propias de un estado de derecho, la gente que está en compromete en el monte podrá dejar las armas..."

Acerca de si justifica la desconfianza de la guerrilla para negociar, Anderson acota: "Mientras no haya un Estado completamente legítimo, habrá gente que no se sienta representada. Eso no legitima a las Farc, pero el conflicto no puede simplificarse entre buenos y malos porque la guerrilla vive una realidad paralela. El desafío del Estado es reconocer esa realidad y crear espacios para que los que están armados puedan ver más allá del monte, así sean hoy vistos como narcotraficantes..."

Por cierto, Juan Diego Restrepo, editor de la agencia de prensa IPC, en artículo en la revista Semana , sostiene: "El periodismo colombiano atiza odios y remueve pasiones". Y explica: "Los colombianos asistimos por estos días al resurgimiento de un fenómeno mediático que se repite cíclicamente cuando aparece en el horizonte nacional la figura de un enemigo al que se le atribuyen todos los males posibles. Hoy tenemos a la guerrilla de las Farc, al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y a la senadora del Partido Liberal Piedad Córdoba, como los culpables del desequilibrio político y económico del país.

En el pasado cercano tuvimos al Polo Democrático Alternativo, más atrás a la Unión Patriótica, antes a la clase obrera y estudiantil, en un pasado remoto a los liberales comunistas y en el inicio de esta espiral de violencia al sacrificado líder popular Jorge Eliécer Gaitán..."

Por eso, el peligro de una agresión de esa oligarquía colombiana que cabalga la audacia y la falta de escrúpulos de alguien como Álvaro Uribe...


Cuidado con el manejo
de la política exterior. Una gran provocación se está montando, y el presidente Chávez debe buscar asesoramiento y hacer un esfuerzo inteligente y amplio para lograr la unidad nacional...

La marcha
contra las Farc en Caracas constituyó una derrota para los convocantes.

Más que contra las Farc parecía un acto a favor de Uribe y los paramilitares...

Insólita la manera
como algunos medios presentaron la agresión tribunalicia en el exterior contra Pdvsa: una reacción cipaya.

jvrangelv@yahoo.es



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José Vicente Rangel

Periodista, escritor, defensor de los derechos humanos

 jvrangelv@yahoo.es      @EspejoJVHOY

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