A principios de junio de 1945, junto con el médico Edmundo Fernández, comenzaron los preparativos de la conspiración contra Medina, en la que sin duda alguna estaba comprometido don Ramón David León, el director del diario “La Esfera”. Ya para entonces Raúl Leoni era venezolano de pura cepa y estaba hasta los calcañales en los intríngulis del Golpe. No olvidemos que en 1928, Leoni declaró ante las autoridades del gobierno gomecista que él no era venezolano, para evitar ser llevado a prisión. Entonces su verdadera nacionalidad era francesa.
Para que el lector se vaya ubicando, debe saber que Raúl Leoni Otero (quien había nacido el 26 de abril de 1905, en El Manteco, Estado Bolívar), era primo de Miguel Otero Silva.
Raúl Leoni confesaba que había leído poco de filosofía y que de marxismo no sabía sino un décimo de papa. Para no explicarse mucho, cuando le preguntaban por las lecturas que más habían influido en él, contestaba que la obra del Libertador, con su carta de Jamaica, su mensaje de Angostura, su ideario de libertad y justicia (aunque nunca se le oyó mencionar absolutamente nada de tal ideario y de tal pensamiento en toda su vida). Ponderaba con profunda gratitud el libro de Gil Fortoul, la Historia Constitucional de Venezuela, “que me proporcionó una visión positivista del pasado de mi país. Más tarde, a las alturas de 1928, leí con pasión a nuestros panfletistas: Pío Gil, Blanco Fombona, Pocaterra, plumas que exaltaban el repudio a las dictaduras, al caudillismo y al servilismo. Al mismo tiempo devoré las obras de ensayistas latinoamericanos como José Enrique Rodó, Manuel Ugarte y el José Vasconcelos de la "raza cósmica", que postulaban principios americanistas, nacionalistas, antiimperialistas. Más tarde, ya en el destierro, me entregué de lleno al estudio de la filosofía política moderna, nuevo liberalismo, laborismo, socialismo, marxismo. En cuanto a la literatura propiamente dicha, mi afición estuvo siempre inclinada hacia las tendencias realistas y sociales. Mis novelistas predilectos eran los rusos: Tolstoi, Dostoievsky, Gorki, Andreiev. Y los franceses: Balzac, Zola, Romain Rolland. Entre los españoles leía con preferencia a Miguel de Unamuno […] Nosotros, los del 28, éramos una juventud ignorante políticamente por falta de libros y exceso de barreras policiales. Yo no me marché a Europa sino que me quedé en el área del Caribe. Al leer la filosofía marxista no perdí nunca la visual latinoamericana ni el sentido de nuestra realidad. Comprendí desde un principio que el pensamiento socialista no era aplicable esquemáticamente a toda entidad o nación. Para Venezuela, país aislado y mediatizado, el problema consistía en quebrar las estructuras feudales, emprender la revolución democrática, conquistar los derechos más elementales. Además, me apartó siempre de los comunistas mi culto a la libertad del hombre que ellos no compartían. Pero debo advertir que si nunca me hice comunista no fue porque me sintiera temperamentalmente anticomunista. Creo que la existencia de la extrema izquierda es necesaria para el funcionamiento progresista de la libertad porque sus prédicas hacen hincapié en las desigualdades sociales, son como un tábano que señala las injusticias. ¿Que si soy antiimperialista? Soy fundamentalmente un nacionalista en el mejor sentido de la palabra. El mundo está dividido injustamente en países pobres y ricos, desarrollados y subdesarrollados lo cual es tan inicuo como la división de la sociedad en poseedores y desposeídos. Yo estoy contra esos desniveles como estoy contra el armamentismo de los países poderosos. Si los recursos que se emplean en arenas se dedicaran a subsanar injusticias, a cooperar con los países pobres, a reparar las propias desigualdades sociales internas se nombrarían las bases más sólidas de la coexistencia pacífica. El destino del hombre sobre la tierra no es la guerra, ni el dominio sobre los otros hombres, sino el dominio de la naturaleza y, actualmente del espacio, por obra y gracia de los astronautas.[1]”
[1] Entrevista que le hizo Miguel Otero Silva al doctor Raúl Leoni en 1969, poco antes de entregar la Presidencia al doctor Rafael Caldera.
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