Sigo pensando que los programas del profesor Francisco Rivero son buenos, útiles y estimulantes para el pueblo venezolano. Pero algunas de sus afirmaciones son a veces simplistas y merecen ser discutidas. Ha sugerido por ejemplo que la homosexualidad es una aberración y ello ha generado, por supuesto, gran asombro en muchos televidentes (y no necesariamente aquellos que podrían sentirse aludidos a nivel personal, sino también quienes sin ser homosexuales ellos mismos —como quien escribe— tienen la honorabilidad de respetar a quienes sí lo son).
Descalificaciones como esta del profesor Rivero son el tipo de cosas que ocurren cuando se tiene la costumbre de juzgar al mundo en que vivimos en función de la existencia de un Dios todo poderoso, perfecto y cuya creación se tiene, en consecuencia, por perfecta. Es así, mediante una interpretación finalista de la naturaleza, como llega el profesor, en su discurso apasionado, a proferir una ramplona condenación de la homosexualidad.
Habría entonces que preguntar, ¿cómo es que en civilizaciones tan elaboradas, sublimes y filosóficas como la griega —esa misma a la cual el profesor Rivero se refiere tan seguido— la homosexualidad fuese cosa tan común e incluso más venerada que la heterosexualidad?
¿Qué pasaba entonces allí, y a qué amor supremo aludía Platón en El Banquete?
Lo cierto es que habría que regresarle la aberración a ese Dios creador de todo cuanto existe y a quien la versión cristiana oficial exonera del pecado original, como si todos los orígenes no llevasen a él. Ese es el problema de colocar frente a nosotros una entidad absoluta con la cual explicarnos cómodamente el mundo, y a partir de la cual elaborar una axiología moral complaciente: que terminamos siendo, indefectiblemente, muy selectivos a la hora de distribuir responsabilidades ontológicas.
Las guerras, la injusticia, el hambre y también las "desviaciones" mencionadas serían siempre atribuidas a las criaturas, nunca al padre de éstas. Incluso de vez en cuando les llegaría una punición en forma de catástrofe natural a los mortales, siempre dentro de un supuesto cuadro de justicia universal.
Ah, los humanos, como especie, ¿no son pues pecadores todos en principio...?
Vista a partir de la moral cristiana, la homosexualidad es un error más de la especie, otra desviación de la cual sólo ella puede ser responsable. Pues la figura de un Dios omnipotente no puede ser contrariada y los seres humanos deben incluso responsabilizarse por el exceso de hormonas femeninas con que nacen a veces. Otros, no ya biológicamente sino por pura perversidad de las sociedades en que nacen, estarían contradiciendo a la naturaleza viviendo una versión distinta del sexo por el que ya el propio Adán fue condenado en el Paraíso...
Sinceramente camaradas, un poco de darwinismo y de positivismo científico —aún los del siglo IXX— no estarían mal frente al desbande teocratizante que se auto enarbola arbitrariamente en nombre de la Revolución Bolivariana. La teología clerical, y al parecer también ahora la filosófica, no sienten pudor intelectual ni de ninguna especie en auto declararse banderas legítimas de este proceso. Lo denuncio abiertamente.
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