Ana Teresa Torres (2007), “Manuela Sáenz. Historia de una desheredada”, Historias del continente oscuro. Ensayos sobre la condición femenina, Caracas: Alfa.
Teresa Forcades i Vila (2006), Foro “¿Existe lo femenino en Dios?”, en Vitoria-Gasteiz www.gratisweb.com/valmore1956/textosarchivador/existelofemeninodios.htm
Teresa Forcades i Vila y Ana Teresa Torres son mujeres valientes. Y lo son en tanto que mujeres, porque enfrentan su condición contra ese crimen organizado que llaman machismo.
Tuvieron la audacia de afiliarse a instituciones machistas en las que hay que enfrentar principios nada científicos y por tanto inamovibles como “la envidia del pene” y no saber “qué es por fin lo que quieren las mujeres”, cual dictaminó su fundador, Sigmund Freud. Esos dos principios delirantes pertenecen a un mar embrollado de prejuicios machistas, algunos incluso peores, como la violencia doméstica.
La otra eligió ambas instituciones: el sicoanálisis y también la Iglesia, que no la deja oficiar misa, porque la Santa Madre no confía en sus mujeres. Las convence incluso de no confiar en sí mismas, pues el machismo prospera paradójicamente gracias a la mujer, de otro modo no tendría el oxígeno social que lo perpetúa de generación en degeneración. Precisamente el machismo anda en crisis porque cada día las mujeres se le rebelan más, hasta dentro de la religión.
Como todo insumiso, Forcades y Torres no se contentan con el mundo tal como lo hallaron y más bien se proponen la labor titánica de antagonizarlo, que puede llevar a la crucifixión. Como comparto esa conducta, ya estoy acostumbrado a las represalias de la mediocridad, que es, para mí, el peor vicio. Lo que pasa es que no hallo cómo vivir de otra manera. Por eso me identifico con sor Teresa cuando dice:
[…] el desprendimiento va liberando y va haciendo a la persona más molesta para algunas estructuras, pero también más feliz .
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Gracias a Ana Teresa Torres ganamos una heroína que o no conocemos o conocemos mal: Manuelita Sáenz. Tal vez es fragilidad del recuerdo, pero no me viene ninguna figura femenina positiva a través de las eras, empezando por Eva y Pandora, pasando por Circe, Hécate, hasta Doña Bárbara, Victoria Guanipa y la Pata Daisy. A lo sumo hay heroínas en los cuentos de hadas, pasivas como Bella Durmiente; bellas tontas y acaso malvadas como Blanca Nieves; arribistas y perversas como Cenicienta, que enamora a un fetichista con un zapato, etc. O sufridas como Fantine, María Eugenia Alonso o Juana de Arco. La única que sobresale es nuestra autóctona María Lionza, pero esa es una diosa, ¿la diosa blanca?, no una mujer. No la tienen fácil las heroínas, casi siempre histéricas, resentidas, irreflexivas, cuando no abiertamente malvadas. Pero no de una maldad nacida del albedrío sino inherente a su sexo y no a su seso. Pandora venía dotada de astucia y estupidez, que no son incompatibles, así como de inconstancia y belleza. Mariela Álvarez declara que la mujer es “enemiga del” [...] “excesivo razonamiento, proclive más bien a los designios” (Mariela Álvarez (1978), Textos de anatomía comparada, Caracas: Fundarte, p. 55).
Ahora podemos ver a Manuelita como una contemporánea, con quien convivir cordialmente, sin temerle, sin imponerle nada, sin exigirle lo que no puede (cf. RHM, “Elogio de la cuaima”,
analitica.com/BITblioteca/roberto/cuaima.asp). Torres demuestra que Manuelita no “pensaba por la vagina”, como sentencia la máxima misógina, pues no se hizo libertadora por influencia de su amante el Libertador Simón Bolívar, pues ya era independiente e independentista antes de conocerlo. Más bien lo sedujo porque ya era libertaria. Amaba a Bolívar con riesgo de su vida, pero no tanto como para abandonar sus proyectos, lo que no hubiese sido amor sino servidumbre emocional. Más de una vez rehusó irse en campaña con él, porque tenía su propia agenda.
La historiografía atribuye cualidades femeninas a Manuelita, que la reducen ante los ojos machistas. Era bella, lo que la vuelve adorno; sexualmente libre, lo que la hace ramera y bisexual. Peleó en la Batalla de Ayacucho donde mereció el grado de coronela, lo que no la enaltece ante la misoginia sino que la vuelve marimacho. Se vestía de varón en el día y de mujer en la noche. A Juana de Arco no la quemaron por hechicera porque no pudieron comprobar ese “delito”, sino por insistir en vestirse de hombre. Esa acusación planea sobre nuestra heroína, que para los mediocres fue desconcertantemente femenina y marimacho.
Esas imputaciones han llegado hasta hoy, muchas ya formuladas por Jean-Baptiste Boussingault, naturalista, chismoso y francés, quien la trató como amigo y como médico (Jean-Baptiste Boussingault (1974), Memorias [fragmentos], Caracas: Centauro). Boussingault estruja esa intimidad para afirmarle rasgos amarillistas: bestialismo, cangrejera, ninfomanía, sacrilegios, bisexualismo, sacrilegio. Crucificaba monos, fusilaba en efigie a Francisco de Paula Santander, gozaba con un osezno y con el Estado Mayor libertador, tesis retomadas por el novelista venezolano Denzil Romero, lo que las atornilló (Denzil Romero (2002), La esposa del Dr. Thorne, Barcelona: La Sonrisa Vertical).
En el mejor de los casos, según la historiografía tradicional, Manuelita era simpática, leal, patriota, valiente, pero mujer, lo que la descalifica para su comparecencia plena en la vida social. Encima era bastarda, como sor Juana Inés. A lo sumo goza de libertad bajo fianza. Gracias a Torres podemos convivir cordialmente con Manuelita, pues ya no hay que someter a las mujeres para amarlas.
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Teresa Forcades es médica, teóloga de la liberación y del feminismo, monja benedictina, catalana y bella. Son contextos comprometedores que asume de los modos más denodados, a lo que añade su resuelta denuncia de la industria farmacéutica (Teresa Forcades i Vila (2006), Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas, Barcelona: Cristianisme i Justícia. firgoa.usc.es/drupal/node/31962).
Las afirmaciones que hace sobre la sexualidad serían espectaculares en cualquiera, cuantimás en una monja:
Si experimento un deseo profundo por mi hermana, no en el sentido de excitación sexual, sino porque sin ella yo siento que mi realidad personal tiene algo que me falta, tal como Jesús desea ardientemente esa presencia de sus discípulos con él, si yo hago eso, estoy trabajando mi sexualidad. Porque mi sexualidad, en sentido amplio, es mi capacidad de relación interpersonal profunda, y yo creo que eso yo lo trabajaré de una manera y la persona que vive en pareja lo trabaja de otra (Forcades, “¿Existe lo femenino en Dios?”).
Ya la condición monjil la hace radicalmente sexual, porque no nos es dado pensar en una monja sin que las asociaciones libres se atolondren en masa hacia la sexualidad, por dialéctica, porque, como dijo Apollinaire, no hay nada más erótico que la castidad. Hay una liberación perversa de las religiosas en los chistes aburridos que inspiran.
Sor Teresa osa afirmar:
Otro detalle es que la persona transexual, en general, de media tiene un coeficiente de inteligencia superior a la media en dos desviaciones estándar. Esto quiere decir que, si se dice que el coeficiente de inteligencia normal está alrededor de ciento diez, una desviación estándar es quince puntos, más o menos; eso querría decir que de media una persona que es transexual tiene un coeficiente de inteligencia de ciento cuarenta. Esto sitúa a esa persona al nivel del genio (Ib.).
Sor Teresa desmantela, mayéutica mediante, la supuesta universalidad de las categorías ineludibles de 'masculino' y 'femenino', pues que son construcciones culturales. Es allí donde termina de fundar el sentido de la castidad, adelantado arriba:
[…] la diferencia que acepta al otro y que lo abraza y que lo reconoce en su diferencia, ésa, no solamente no es contraria a la unidad, sino que es la condición necesaria para que pueda existir la unidad de comunión. Porque en Dios trino existe Padre, Hijo y Espíritu Santo --Madre, Hija y Espíritu Santo--, que son absolutamente distintos, que no pueden colapsarse en un solo ser, y ahí existe la comunión máxima. Y cuando nosotros hacemos nuestro sacramento máximo de lo que es la vida y el amor de Dios en la eucaristía, entramos en comunión con el hermano y la hermana y con Dios. ¿Y ese entrar en comunión quiere decir que nos vamos pareciendo cada vez más? ¿O al revés, que vamos reconociendo cada vez más la identidad única e irrepetible de cada uno? (Ib.).
Los textos de sor Teresa debieran estudiarse no solo en los conventos sino en las facultades de medicina, donde se forma tanto doctor retrógrado. No creo en eso de la castidad y todo lo demás, pero su método de razonamiento es de una lucidez que tienta y enseña a pensar. Desde Santo Tomás no leía teólogo con esa facultad.
Recomiendo asimismo que el texto de Ana Teresa Torres sobre Manuelita sea incluido en el nuevo plan de estudios que promueve el Ministerio de Educación de Venezuela y que tanto impugnan y defienden quienes no lo han leído.
rhernand@reacciun.ve