Asumimos que la dinámica del capital como sistema se mueve en el plano de la inmanencia, mediante postas y redes de relaciones de dominación, sin depender de un centro trascendente de poder. Tiende históricamente a destruir los límites sociales tradicionales y se expande por todos los territorios incorporando siempre a nuevas poblaciones dentro de sus procesos de acumulación y expansión necesarios para su existencia. La dialéctica del capital funciona, según la terminología de Deleuze y Guattari, a través de una decodificación generalizada de los flujos, una deterritorialización masiva, y luego mediante conjunciones de estos flujos deterritorializados y decodificados.
Podemos entender el funcionamiento de la dinámica de la mundialización del capital en las condiciones actuales. Si lo observamos como inmanente y deterritorializador. Sus tres aspectos primarios en tanto sistema organizado fueron analizados por Marx. Primero, en los procesos de acumulación primitiva el capital separa poblaciones de territorios específicamente codificados, poniéndolas en acción. Borra los Estados y crea un proletariado ``libre''. Las culturas y organizaciones sociales tradicionales son destruidas en la incansable marcha del capital por el mundo para crear las redes y vías de un único sistema económico y cultural de producción y circulación.
Segundo, el capital agrupa a todas las formas de valor en un único plano común, uniéndolas mediante el dinero, su equivalente general. El capital tiende a reducir a todas las formas de status, título y privilegio previamente establecidas al nivel del nexus del contado efectivo, es decir, a términos económicos cuantitativos y conmensurables.
Tercero, las leyes por las cuales funciona el capital no son leyes fijas y separadas, dirigiendo desde las alturas las operaciones del capital, sino leyes históricamente variables que son inmanentes al mismo funcionamiento del capital: las leyes de la tasa de ganancia, la tasa de explotación y la realización de la plusvalía.
La crisis del capitalismo se plantea como un conjunto de antivalores en contraposición a un idealizado modelo de un sistema. En la temática de la crisis del capitalismo vista como una crisis cultural y de civilización coexisten elementos diversos, bien sea desde el punto de vista analítico o desde el punto de vista evolutivo.
Muchos de loa análisis de las crisis del capitalismo contemporáneo desplazan el eje de esta desde la estructura económica a la socio cultural situando su atención en problemas de integración social y de consenso. La misma lucha de clase se lleva cada vez más al terreno del presupuesto del Estado y la presencia de los recursos públicos ante las demandas sociales.
Desde el enfoque anterior la crisis del capitalismo se expresa para unos en forma de “contradicciones culturales” (Daniel Bell) y para otros en una crisis de legitimidad (Habermas). Observemos que el capitalismo contemporáneo se sustrae al resultado fatal de una crisis del sistema capitalista gracias al papel determinante del Estado. Al mismo tiempo se realiza de manera programada una despolitización de la sociedad difundida bajo el signo de la “democracia de masa”. Las crisis del capitalismo se muestran más como carencia o déficit de legitimación, dando lugar a patologías sociales siempre nuevas y nunca resueltas del todo.
Al interior del sistema capitalista en los EEUU resalta la posición privilegiada del sistema de corporaciones con referencia al sistema democrático de control. Los mismos empresarios se convierten de hecho en una especie de funcionarios públicos sustrayendo del control democrático importantes decisiones. Esta constatación no está en contra del hecho observado en la primacía de la interrelación trabajo – capital y su lugar ocupado como la interrelación central del capitalismo.
Como ya es conocido se asume que la intervención directa del Estado en la economía capitalista (sistemas mixtos, keynesianismo) nace con el crack del año 1929. El sistema de monopolios y oligopolios es una nueva fase en el desarrollo lógico del capitalismo atomizado y competitivo del siglo XIX (denominado por los neo-marxistas o por los teóricos heterodoxos no marxistas, de fase premonopólica), de hecho, las propias leyes y condiciones de la competencia dieron lugar a un régimen capitalista de grandes corporaciones (capitalismo corporativo o monopólico). La tendencia hacia la concentración y centralización del capital (y de las empresas) deviene determinada por los incentivos a la inversión privada, por los problemas de inseguridad y estabilidad en un mercado altamente competitivo y, sobre todo, por la mejora de la eficiencia (reducción de costos).
A la luz de la interrelación público – privado o sistema económico – sistema político el Estado, al contrario de las premisas del neoliberalismo, se hace necesario al considerar la supervivencia de ambos, tal como dice Ralph Miliband en “El Estado en la sociedad capitalista”. Por lo que van a nacer los subsidios, las subvenciones y las inversiones públicas en infraestructuras como medio para mantener el status quo, lo cual conduce al aumento extraordinario del tamaño del Estado. Por este camino entre el interés privado y el social o público al margen de las ganancias no se aprecian diferencias. Otra cosa es que ese interés público tenga que ver con los intereses de determinados grupos de poder asociados a la comunidad, o se convierta en un poder totalitario. La única forma de controlar todo ello es el auto-gobierno o la democracia integral y participativa.
La crisis económica, definida por la prensa financiera especializada como "crisis de la dirección corporativa" o expresión del capitalismo de compinches se refiere a fraudes multimillonarios cometidos por muchas de las mayores compañías de energía, petróleo y comunicación, bancos de inversión, firmas de contabilidad y mega conglomerados financieros - industriales en Estados Unidos, Europa y Asia en especial Japón. Los nombres son conocidos en el mercado mundial: Credit Suisse, First Boston, Enron, El Paso Oil, Merrill Lynch, Xerox, Adelpha, Tyco, Worldcom, Dynergy, Southeby y docenas de otras empresas e instituciones bancarias. Como consecuencia de ello el número de pensionados, empleados e inversionistas que han perdido sus ahorros llega a decenas de millones y la deuda del ciudadano común estadounidense alcanza magnitudes preocupantes para el consumo interno.
La situación mostrada en el capitalismo de compinches nos conduce a pensar en las consecuencias de la desregulación total de los sectores empresariales y financieros, y la naturaleza especulativa de la economía de los EEUU y demás miembros del G7 con proyección al llamado G20. Es un mal del sistema económico en una economía de mercado que impulsa a una sociedad de mercado. La concentración del poder económico y el control que las corporaciones ejercen sobre el sistema político significa que los altos ejecutivos de los consorcios diseñan la legislación y escriben las reglas que les dan mano libre para cometer fraudes en gran escala, con lo cual obtienen enormes ganancias a corto plazo antes que sus corporaciones se derrumben. Además de la llamada producción de dólar no orgánico.
Yo soy el Estado y en consecuencia yo gobierno es la dirección impuesta a la sociedad estadounidense desde la estructura económica financiera., algo parecido al Yo soy el Estado de las sociedades Europea. El caso de Enron y El Paso Oil, y su papel dominante en el señalamiento de la política energética de Bush y Cheney es emblemático de esa situación. En la misma forma en que los vínculos de Clinton con Wall Street condujeron a la desregulación de los sectores financieros y bancarios, todo lo cual fue impuesto en el ámbito de mercado mundial con los señalamientos de lo que hemos llamado Nueva Derecha Internacional de las décadas de los años 80 y 90.
Las consecuencias sistémicas de estos fraudes en gran escala lo constituyen la contaminación en cuanto a la credibilidad de todo lo que está a su alcance con la pérdida de legitimidad de los grandes bancos de inversión y una disminución masiva de la inversión extranjera en Estados Unidos. De enero a febrero de 2001 fluyeron a EEUU 78 mil millones de dólares; en esos mismos dos meses de 2002 sólo se invirtieron 14 mil millones en acciones y bonos estadounidenses y para los años 2003 y 2004 la cifra fue menor. Esta retracción de los flujos de capital foráneo debilitó sustancialmente al dólar y amenazó con llevar a niveles alarmantes el déficit de las cuentas externas estadounidenses, lo que obligaría a reducir las importaciones y el nivel de vida. La pronunciada caída en la inversión extranjera se debe a que los capitalistas ya no confían en los informes de utilidades de las grandes corporaciones financieras, en particular los que emiten los auditores locales y los directivos de las corporaciones. El resultado es que el mercado de valores ha declinado y las pérdidas en acciones persistieron en los años 2002 y 2005. Las consecuencias inmediatas se traducen por seis (6) años consecutivos en las quiebras de consorcios importantes y el hecho conocido: las utilidades decaen. Todos ellos rasgos de una crisis financiera - económica, maquillada por la inversión de los estados nacionales próxima a los tres mil billones de dólares. Impulsada desde el G7 al resto del mundo. La interrogante planteada se dirige a manejar las sospechas sobre la presencia del dólar inorgánico incorporado al imperio financiero mundial, la perdida de espacio de las trasnacionales estadounidense y la brusca disminución de la expansión financiera y la acumulación económica capitalista
El llamado salvataje de las entidades implícitas en la crisis nos conduce a mantener la premisa de la presencia de una interrelación Imperio - Imperialismo - Estado imperial, y desechar como elemento de análisis la idea simple de un imperialismo norteamericano, con lo cual se mantiene vigente la visión de la década de los años sesenta y setenta en un conflicto económico - político exponente de la contradicción liberación nacional – construcción del socialismo - imperialismo norteamericano.
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