En realidad, la discusión entre partidarios del capitalismo y partidarios del socialismo es fútil. Algunas cosas no se discuten, pues no son discutibles. No se discute, por ejemplo, de quién es el aire que respiramos en el planeta. El aire es de todos los que estamos en él. De la misma forma, la repartición de la riqueza, de los bienes materiales, los alimentos, los artículos básicos, todo —absolutamente todo— cuanto está en manos del ser humano se ha de repartir equitativamente entre los miembros de la especie. Eso no se discute. Lo obvio se respeta.
¿Cómo es que estando todos en un mismo lugar, unos pocos alegan ser dueños de aquello que es vital a todos?
(CÓMO...
DÓNDE...
y CÚÁNDO...)
Pero ahí vamos... continuando las discusiones, prolongando la argumentación —muy diligentemente, muy enfáticamente—. Hasta que tal vez ya se haya agotado la vida de todos aquellos que no tienen nada.
Porque pareciera que no creyéramos en nuestras propias convicciones. Es decir, que tuviéramos que renforzarlas cada día con más y nuevos argumentos para defender lo que ya sabemos. Volvemos una y otra vez como obsesivos resortes sobre la teoría, los textos fundamentales, los hechos históricos, las revoluciones, los ejemplos; y nada que concluimos...
Y nada que cuajamos. Como si tuviéramos, a pesar de tantas fotografías, que probar que la tierra es redonda. O que la gente se muere si no come (a pesar de tanta hambre).
La discusión... la discusión es la perpetuación del status quo. De la esclavitud humana. Del hambre humana. De la miseria humana. Las ideas no se comen...
El socialismo no es una idea, es el único pan. Y así como no hay dos o tres planetas, no hay dos o tres socialismos. Hay quienes tienen lo que es de millones...
La transferencia de tales bienes a la mayoría se anuncia y se organiza. No se discute.
No se discute lo que es de todos...
Hay entre nosotros unos pocos individuos que gozan de privilegios que consideran eternos. Estiman que sólo sus descendientes lejanos, si acaso, tendrán que rendir cuentas.
Han estado estafando a la humanidad a través de licitaciones estatales. Han vendido y comercializado lo que no les pertenece. Pero habiendo llegado a un punto en que el fondo hueco de sus alforjas queda al descubierto, los Estados imperialistas, en vez de aprovechar la ocasión y quitarles cuanto tienen, se arrastran a socorrerlos con las arcas públicas.
Si un pobre paga con un cheque sin fondo, va de inmediato a la cárcel. Si un banquero hace lo mismo, el Estado va en busca del pobre y le roba lo que no tiene para crear esos fondos. Es la última puñalada trapera.
Hoy la banca privada establece un falso chantaje al Estado imperialista. "Si no me socorres, no importa, quiebro y todas las recetas comerciales de la industria nacional desaparecen".
Sólo que la élite gobernante es prácticamente la misma que la industrial, y son ambas, no los pueblos, las que desaparecerán. Pues en este mundo no hay 36 reglas de juego. Sólo hay esta: si todos nacimos con igualdad de derechos, aquí sólo se puede vivir de una sola forma, y es compartiendo.
No queda nada, pues, por decir. Mucho menos por repetir...
xavierpad@gmail.com