Manuela la mujer (III)

Pero este amor, también iba a correr el mismo riesgo que el de su madre, no duró mucho tiempo y el joven capitán la abandonó, dejándola en un estado deteriorado moralmente, ella se sintió burlada por otro miembro de esa raza dominadora que solía fácilmente en America hacer lo que le daba en gana, sobre todo con las mujeres criollas, pues estos señores se habían acostumbrado a mancillar la honra y la dignidad de ellas. Manuela se quedo con sus ilusiones, fantasías y con la burla del maltrato sentimental. En un principio sufrió y lloró mucho, y en busca de consuelo regresó a su casa, donde su madre la recibió con la mayor ternura inspirada por la triste remembranza de su juventud.

A su lado la pena se fue calmando, olvidando su transitorio sueño de felicidad que le había dejado aquella intensa y pasajera voluptuosidad idílica, que a momentos se negaba a morir y volvía a renovarse en un indomable deseo de emociones sensibles.

Todas estas sensibilidades que atacan a Manuela, la hacen reflexionar y ahí es cuando ella toma decisiones de transformar radicalmente su vida, poco a poco empieza a ser otra mujer, dominante, deseosa de gozar, aunque sus goces causen sufrimientos a otros. Se traza un propósito firme que guía todas sus acciones y configura todos sus actos, eso si, por ningún motivo correrá la suerte de su madre, ella se dispone salir del olvido y el entredicho social a que la ha condenado su pecado. Necesita imponerse por encima de todos y todas aquellas que la miran de reojo y pretenden aprovecharse de su caída. Llego la hora de buscarse una situación socialmente aceptable, que la cubra de todo reproche. Su mente comienza a obsesionarse y encuentra como solución el matrimonio, pues vive en ella el temor de sufrir una derrota en momentos tan decisivos de su vida.

Resulta muy difícil en la investigación histórica, a menos que se invente, saber si su casual encuentro con el médico inglés Jaime Thorne, hombre ya en toda la mitad de la etapa de la vida, de gran reputación social y profesional, despertó de verdad en ella la idea del matrimonio o si la convicción de su necesidad la llevó a acercarse a este hombre tranquilo, rutinario en sus costumbres y falto de atractivos humanos que parecían indispensables en una naturaleza como la suya; en todo caso, lo que si está fuera de toda duda es que en la aproximación de estos dos seres tan diferentes, el amor compartido no jugó papel alguno. La ardiente y tardía pasión que en el hombre maduro despertó la atractiva juventud de Manuela, sólo encontró en ella ese asentamiento sin espontaneidad, muy propio de la mujer cuando toma soluciones que comprometen su vida sentimental sin comprometer sus sentimientos.

A mediados de 1817 se celebra la ceremonia nupcial de esto dos seres, Manuela ordenó tres días de fiestas. Fue evidente desde ese primer momento que el deseo de la desposada no tenia ninguna prisa por comenzar su intimidad con su serio marido, las fiestas se celebraron en la casa de su madre, pero el baile del cortejo en la residencia de don Simón, en la hacienda de Catahuango.

Desde aquellos sitios Manuela se hizo acompañar de muchos de los compañeros, con los cuales disfruto de tres días de regocijo, donde se le pudo observar mas preocupada por bailar locamente que de buscar la compañía del doctor Thorne, quien además de sus prejuicios contra el baile, tampoco tenia disposición para el mismo.

Lo que si fue cierto es que su matrimonio le sirvió para iniciar una agitada existencia social, lo que psicológicamente, entre cuyas pequeñas alegrías le ayudo a olvidarse del vacío de su vida interior. Su casa la convirtió en uno de los centros principales de la sociedad de la ciudad y ante el excesivo lujo de su existencia fastuosa, Manuela de Thorne vio como se caían las barreras de censura que se habían levantado y pretendido conservar contra ella.

A salvo de los desaires, por su ventajoso enlace, alcanzó la cumbre del éxito con la satisfacción orgullosa de obligar a una sociedad a perdonarle a regañadientes sus audacias o a callarse sus reproches.

Sin duda, Manuela tenía demasiada impetuosidad en el alma para que estos éxitos transitorios pudieran satisfacerla permanentemente. El abismo de su vida sentimental que con el correr de los días se hacía presente y al lado de un hombre del cual todo la distanciaba, no demoro en revivir en ella los recuerdos callados de su fugaz aventura de amor, nuevamente apareció el joven y apuesto capitán español, al que encontraba casi en todas la fiestas y al que nuevamente le fue reiniciando sus preferencias sentimentales.

Estos amores no pasaron mucho tiempo oculto para el doctor Thorne, quien los monitoreaba desde su inicio. Cuando estuvo absolutamente seguro de lo que estaba aconteciendo, con su típica frialdad, arreglo sus asuntos en Quito y so pretexto de importantes negocios, notificó a su mujer que debían mudarse de inmediato hacia Lima a la mayor brevedad. El problema era que ella le pusiese resistencia o pretexto, pero la verdad es que el sorprendido fue él, la actitud de Manuela no tuvo ninguna vacilación y le expresó sus deseos de emprender de inmediato ese viaje. Ella sabia que la ciudad de los virreyes, sólo atractivos podía ofrecerle, y nada ni nadie la iba a retener en Quito, no podía menos interesarse por las obvias posibilidades de un ambiente como el de la ciudad de Lima, más prometedor, por todos los conceptos, para servir de escenario a la gran personalidad de esa hermosa mujer.

(Continuará…)


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Víctor J. Rodríguez Calderón


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