Si se pierde Petare

- Si se pierde Petare, se pierde Caracas, se pierde Venezuela y se pierde América Latina.

Eran ya las ocho y media de la noche.

Durante la tarde había acompañado a votar a mi amigo Jesús Mijares, en la zona Este de Caracas, en la urbanización Los Dos Caminos.

La cola era lenta, el público se notaba, por sus conversaciones, por sus sobreentendidos, por su ropa, por su perfume, predominantemente opositor.

Señoras y muchachas de jogging, muchachos con remeras de marca se mezclaban con morenas y morenos, con niños en brazos, con plebeyas gorditas embarazadas, junto a chetísimas jovencitas de lacios pelos teñidos con mechitas y chispitas rubias y caoba. Se sabe, el Este es escuálido*.

Pero en el Este se ubica también Petare, pobladísimo barrio construido sobre los cerros, con callejuelas laberínticas, temido por la clase media como reducto de malandros, de motociclistas arrebatadores y chorros de caño, y asumido por el chavismo como centro estratégico de su capacidad electoral y movilizadora.

Petare, con sus morenísismos y sufridos habitantes, con sus mujeres de anchas caderas y sus hombres trabajadores y parranderos, con su salsa y su raggaetón, con su culto a María Lionza, su ron y su rumba, es el corazón del chavismo.

Eran las ocho y media de la noche, contaba, y estábamos en el despacho del secretario de Gobierno del Estado de Miranda, el que hasta hoy gobierna Diosdado Cabello, el compañero, el pana de Hugo Chávez desde los tiempos del levantamiento contra Carlos Andrés Pérez.

Estábamos reunidos con Claudio Farías, el secretario de Gobierno, y un grupo de militantes y colaboradores.

Todos lucían cansados y expectantes. Comentaban los posibles resultados en las parroquias que cada uno de ellos conocía y manejaba.

Fue en ese momento en que uno de ellos enunció aquella rotunda afirmación. Los otros asintieron, con rostro serio y un suspiro reflexivo.

Un rato después, extraoficialmente, nos enterábamos que se había perdido Petare, que Jesse Chacón no había sido elegido alcalde de Sucre –al que pertenece Petare- y, lo que es peor, que Aristóbulo Isturiz, el negro Isturiz no sería alcalde mayor de Caracas, ya que Antonio Ledezma, un viejo adeco golpista, lo había derrotado en la pelea electoral, que Diosdado Cabello, el camarada de todo momento de Hugo Chávez, el que fuera su vicepresidente, había caído en manos de un escuálido sifrino –cheto, en argot caraqueño-, miamero y nene de papá, Henrique Carriles Radonski, a quien se le atribuye pertenecer a Tradición, Familia y Propiedad.

Con la confirmación de la derrota de Mario Silva, el periodista conductor del programa satírico de televisión La Hojilla, en el estado vecino de Carabobo, y de Di Martino, en el Zulia, el corredor donde se concentra más de un tercio de la población venezolana quedó en manos de la oposición.

Como con premura y precisión de clase definió El Universal: -las victorias del antichavismo en los estados Zulia (2.141.055 electores) Miranda (1.781.361) y Carabobo (1.338.601) le confieren el control (sic) sobre 37% de los ciudadanos habilitados para sufragar”.

El porcentaje de concurrencia fue muy alto, en términos comparativos: un 65 % del padrón electoral.

Contrariamente a lo ocurrido en otras elecciones, donde la oposición no participó, esta elección se caracterizó por un llamado permanente de chavistas y opositores a la participación electoral.

El mismo día del comicio, en la zona Este, grupos de activistas escuálidos, amparados bajo la pantalla de una ong, circulaban por las calles en camionetas con altoparlantes instando a su gente a concurrir al cuarto oscuro.

Se presentaban a sí mismos como “estudiantes”, ambiguo concepto que, en la política venezolana, se identifica con los jóvenes de clase alta y media alta que, con las palmas de las manos pintadas de blanco, cortaron las calles de Caracas en protesta por la no renovación de la concesión del canal RCTV.

Al parecer, y según algunos testimonios de militantes del PSUV, los votantes chavistas fueron, nuevamente, remisos a ir al colegio electoral.

Las cifras, al mediodía, eran aún peores para el oficialismo, y el aparato electoral del PSUV debió movilizarse para que su electorado rompiese con la inercia.

Ésta ha sido una de las razones para que el comicio se prolongase, en algunas mesas, hasta las once de la noche. A las cuatro de la tarde –hora fijada para el cierre del comicio- la oposición intentó gritar “pelito pa’ la vieja” y comenzaron a exigir que se cerraran las mesas.

La presidenta del Consejo Nacional Electoral determinó lo que ha sido una norma en todas las elecciones venezolanas: la mesa permanecería abierta mientras haya una persona esperando para votar.

Diez años de Revolución Bolivariana

La Revolución Bolivariana ha cumplido ya diez años. Ha gobernado en casi todos los estados del país, con excepción de Zulia, con sus pretensiones ultrafederalistas y autonómicas, y Nueva Esparta, la isla de Margarita, un gigantesco supermercado, zona franca y paraíso turístico, donde un pésimo gobierno chavista le dio paso al actual gobernador reelecto.

Los cuadros políticos que conformaron al movimiento que llevó a Chávez al poder, en 1998, fueron producto de una doble vertiente.

Por un lado, el nacionalismo militar de sus camaradas de armas, el rechazo que en las filas castrenses producía la corrupción de la Cuarta República, su sumisión a los norteamericanos y el pensamiento continental de Bolívar como nueva doctrina estratégica generó una nueva esperanza en la población venezolana más humilde.

Un comandante joven y valiente, oriundo de los llanos barineses, que en su fisonomía expresa la conjunción de las razas más explotadas y humilladas del país, encarnó inmediatamente el repudio a la república puntofijista y su estéril reparto del poder para beneficio de una burguesía compradora, coimera y encandilada por lo peor y más vulgar de la cultura norteamericana.

Por el otro lado, el levantamiento y la prisión del comandante Hugo Chávez despertó la atención de dirigentes, militantes y agrupamientos políticos vinculados a la izquierda venezolana.

Como se sabe, durante toda la década del 60, y a impulsos de la revolución cubana, distintos sectores de la izquierda venezolana se alzaron en armas contra los gobiernos de Acción Democrática, -Rómulo Betancourt y sus sucesores- alineados a la política de la Alianza para el Progreso, como alternativa “democrática” a la propuesta de Fidel Castro.

Estos levantamientos, sostenidos fundamentalmente por militantes de origen universitario, terminaron en duros fracasos, con sus consecuencias de represión y detenciones ilegales, torturas, desaparecidos y asesinatos policiales y parapoliciales.

Los gobiernos del partido conservador social cristiano, COPEI, no le fueron en saga y tras las presidencias de Rafael Caldera, se dejaba ver la mano con anillo de los obispos católicos, uno de los episcopados más reaccionarios entre la reaccionaria jerarquía eclesiástica suramericana.

El Caracazo contra el ajuste decretado por Carlos Andrés Pérez, con su miles de muertos, ahondó aún más el duro enfrentamiento, la exclusión social y el enriquecimiento rápido de los sectores privilegiados, que caracterizó a la sociedad venezolana.

Entre los años 58 y 94, la llamada Cuarta República gobernó a su antojo, generó una casta política de millonarios con casa en Miami, hijos en universidades norteamericanas y mujeres con implantes de siliconas, mientras en el país se ahondaba la pobreza, las migraciones hacia Caracas y Valencia vaciaban el campo, y en los cerros caraqueños crecían y se multiplicaban los “barrios”.

Esos sectores de izquierda, marginados de la vida política institucional, encontraron en Chávez y los chavistas la posibilidad de dar cauce a su crítica a la alternancia adeco-copeyana.

El apoyo dado por Fidel Castro al hombre preso en Yare facilitó que no lo vieran como un militar golpista, como un “carapintada” del Caribe, tal como lo vio la inmensa mayoría de la izquierda argentina.

Recordemos que en 1994 sólo un grupo de nacionalistas militares, algunos círculos peronistas y la Izquierda Nacional reivindicaron su accionar y lo invitaron a Buenos Aires al salir de prisión.

La Revolución se radicaliza

Aquel nacionalismo continental, aquel jacobinismo militar y las constantes apelaciones a los héroes de la Independencia fue dando paso a un discurso radicalizado, con apelaciones permanentes a los clásicos del marxismo, a Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Gramsci, a la aparición del llamado “socialismo del siglo XXI” como proyecto ideológico político.

Mientras tanto la gestión de gobierno ha oscilado entre el pragmatismo de una llamada “boliburguesía” que comparte contratos y negocios con el Estado y una pertinaz ideologización de tinte socialista y retórica izquierdista, que se ha vuelto machacona y sin mayor significación.

Mucho es lo que el pueblo venezolano ha logrado para sostener y apoyar al gobierno de Hugo Chávez.

En primer lugar la revolución produjo una evidente democratización de la sociedad.

Chávez logró que el setenta por ciento de los venezolanos que eran invisibles, que no existían, se hicieran visibles, tuvieran existencia social y ocuparan la plaza pública.

Venezuela carecía de verdadera educación popular y de servicio de salud para los más pobres. Las diversas misiones llevaron la escuela, la alfabetización, el médico, la enfermera, el quiropráctico, el dentista a lo profundo de los barrios, a esos lugares a los que sólo puede llegarse después de subir empinadísimas e interminables escaleras.

La creación de las universidades bolivarianas permitió la educación superior a miles y miles de jóvenes de piel oscura y blanca sonrisa. Distintos mecanismos estatales, como los Mercal, los Mercalitos y otros, garantizaron la alimentación plena para los millones de venezolanos de pata al suelo.

Mejoró sustancialmente el sistema de transporte público, creó nuevas líneas ferroviarias y, en general, amplió la obra pública, sobre todo en el interior del país, en los lejanos estados del llano.

La inauguración de un singular sistema teleférico que, en su proyecto final, unirá varios cerros densamente poblados, dio una creativa respuesta al difícil problema del transporte caraqueño.

Para financiar todo esto, dio nueva vida a la OPEP, generó un notable aumento del precio del petróleo e impidió que esa renta quedara en manos de los sectores que habían convertido a PDVSA en su coto de caza privado.

Retomó un viejo concepto de Arturo Uslar Pietri, “sembrar el petróleo”, y ha intentado, con resultados dispares, volcar parte de la renta petrolera en la producción agrícola e industrial, para el mercado interno.

A partir del golpe de Estado imperialista del 2002 el gobierno comenzó a radicalizar su discurso, asumiendo un rampante anticapitalismo, abstracto y moralizante y un socialismo más declarativo que eficaz.

Las iniciativas de producción cooperativa –tanto agropecuarias como industriales- han sufrido muchos y reiterados fracasos.

Si bien, la ciudad de Caracas ha mejorado sustancialmente desde el momento en que el chavismo se hizo cargo de su Alcaldía Mayor, la recolección de basura sigue siendo un problema de inexplicable dificultad, las plazas, calles, veredas y espacios públicos sufren de un lamentable abandono y hay un clima de inseguridad callejera que no condice con una sociedad que se define en marcha hacia alguna forma de socialismo.

La clase obrera industrial no tiene un gran peso específico en la sociedad venezolana y está concentrada en el estado de Bolívar, al sur del país, y en Carabobo.

Pero es una clase social con una escasa organización sindical, a la que el chavismo no ha podido organizar y unificar, ni siquiera en sus aspectos reivindicativos.

La huidiza clase media

Existe, es cierto, un sector de clase media, vinculado a la producción, que apoya al gobierno chavista, que pugna por generar políticas que permitan su desarrollo y crecimiento y muchas veces deben disputar con organismos estatales más propensos a la importación directa de productos terminados que a las facilidades financieras para generar la producción local.

Un periodista de públicas simpatías con Chávez puntualizó, el mismo lunes después de las elecciones: -También creo que la ausencia de una política hacia las clases medias, a excepción de la confrontación, impactó negativamente. Ese sigue siendo el talón de Aquiles del chavismo.

No hay una política comunicacional del gobierno, y menos para tratar de ganar terreno en este sector.

Las cadenas presidenciales tienen un impacto inversamente proporcional a su frecuencia, duración y hasta oportunidad” (Vladimir Villegas). Aquí radica, creo, una peligrosa debilidad del chavismo.

Es cierto que amplios sectores medios están influidos por la cercanía de Miami, por los MacDonalds y Disney World.

Es cierto que muchas veces su conducta política raya en la disociación psíquica, en la psicosis. Pero de nada vale tener como única política el decirlo agresivamente en cuanta oportunidad se presente, en confrontarla o, peor aún, en despreciarla.

Se puede escuchar como respuesta a este comentario, de parte de políticos e intelectuales chavistas, que no se necesita a la clase media, por su inconsistencia y falta de solidez política.

Hay una tendencia a responder a estas trascendentales cuestiones políticas con un moralismo –típicamente pequeño burgués, por otra parte- apelando a una mística supuestamente socialista, alejada del consumo y de las melifluas tentaciones burguesas, en un país donde la gasolina cuesta 8 centavos el litro y llenar el tanque de cualquiera de las miles de 4x4 que atoran el tráfico urbano cuesta 40 pesos argentinos.

Hay dos expresiones políticas de la clase media urbana y universitaria en Venezuela.

Una es esa a la que el chavismo parodia, esos exasperantes y necios opositores, ignorantes e infatuados, racistas levemente blanquitos, que creen formar parte de la clase culta y decente del país.

Educados o algo así en escuelas privadas, tienen la idea de que su propio país es un mundo salvaje, despreciable y sucio en el que no tienen más remedio que vivir a condición de hacerlo bajo su propia anomia. Niños mimados, pequeños perversos polimorfos en Caracas, son obedientes a las leyes de tránsito y de convivencia ni bien pisan Miami u Orlando.

Pero hay otra expresión política de la clase media venezolana. Se caracteriza por su declarativo izquierdismo, su odio a la burguesía y, sobre todo, a la propia clase media.

Milita en un abstracto purismo moral, que muchas veces no es más que bohemia romántica, ve al socialismo como una vibrante marcha de hombres y mujeres cantando temas de Alí Primera, más que como un esfuerzo cotidiano de generar las condiciones de producción necesarias a cualquier proyecto superador del capitalismo.

Ninguna de ellas logra expresar cabalmente ese vasto sector de empleados, pequeños comerciantes, pequeños industriales, maestras, taxistas, profesionales que no terminan de entender la relación que existe entre la proliferación de construcciones de lujo, el alto precio del petróleo, la política de Chávez y la creación de un amplísimo mercado interno.

Ve que su pequeño confort es amenazado por hordas morenas de camiseta y gorra de béisbol rojas, a los que confunde con delincuentes, mientras el control de cambios le obliga a complicados trámites para viajar fuera del país, o a recurrir al corrupto mecanismo del mercado negro.

Ve también cómo se enriquecen sin razón justificable algunos funcionarios que hasta hace poco nomás vivían en zonas humildes y se enteran de millonarias comisiones pagadas en las contrataciones con el Estado.

La Revolución Bolivariana no puede basarse tan sólo en los millones de pobres que aún hay en Venezuela.

Y ello, no por ninguna razón intelectual, sino porque no alcanzan para enfrentar al poder coaligado del imperialismo y la oligarquía latinoamericana.

El resultado electoral de este domingo ha sido un alerta estridente al que la sagacidad del presidente Chávez seguramente le dará su merecida atención.

Es cierto que el mapa electoral parece más rojito que antes (ver Rebelión).

Pero sería una equivocación atenerse tan sólo a ese dato formal.

Esa encrucijada fatal del cuarto oscuro, como no sin desprecio llamaba Borges a los comicios, le ha hablado a la Revolución.

Y Petare, el popular y cimbreante Petare, ha dicho que no está del todo conforme.

Que algo falta y algo sobra.

Los del Sur estamos preocupados por la voz de Petare.

JFB/

Caracas, 24 de noviembre de 2008.

*Escuálido= gorila.

fernandezbaraibar@gmail.com




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