Al Presidente, su comando de campaña, le ofreció siete millones, doscientos mil votos, para las elecciones regionales del veintitrés de noviembre. Le anunciaron con entusiasmo que sería un triunfo contundente, que –si bien no enterraría definitivamente a la oposición– le garantizaría la reelección indefinida, como paso político siguiente; pero, ¿de dónde surgió esta cifra y cómo sería necesario proceder para obtenerla?
La abstención presidencial ha sido, históricamente, del treinta y cinco por ciento; pero, la regional ha alcanzado cifras decepcionantes, hasta del sesenta por ciento. El primer paso a seguir sería darle a un comicio regional las características de uno presidencial; para ello sería necesaria la intervención abierta y continua del Presidente. Esta participación extraordinaria del máximo líder trataría de evitar que sus seguidores, principalmente aquellos no inscritos en partido alguno, se abstuvieran por cualquier razón y, principalmente, por desacuerdo con el candidato que los representaban: “Los candidatos del pueblo, son mis candidatos; votar por ellos, es votar por mí”; fue el lema escogido.
Bajo esta perspectiva simplificada, los números se mostraban favorables. De los diecisiete millones de electores, once acudirían a votar; de los once, el sesenta y cinco por ciento sufragaría a favor de los candidatos del Presidente, para alcanzarse la cifra prevista. Si Chávez había obtenido el sesenta y tres por ciento en la última elección presidencial, subiría al menos dos puntos, producto del convencimiento de aquellos que se habían abstenido el dos de diciembre. Lo que nadie previó fue que para la oposición también sería un reto de las mismas características electorales como lo había concebido el gobierno; tampoco advirtieron que no todo el abstencionismo era chavista.
La estadística puede resultar desconcertante cuando se trata de la dinámica social y frustrante en casos de elecciones; como lo fue en esta oportunidad: los candidatos de Chávez obtuvieron el cincuenta y cinco por ciento y los de la oposición el cuarenta y cinco. Ni una sola encuestadora, ni un mero analista político acertaron los resultados globales. Analizando fríamente estos resultados, la oposición subió ocho puntos, desde los treinta y siete obtenidos en la presidencial pasada, mientras que el gobierno bajó ese mismo porcentaje; ¿logró la oposición arrebatárselo al gobierno, o sólo fue que el abstencionismo chavista se incrementó en la misma proporción que la participación de sus adversarios? Cualquiera haya sido la causa, lo cierto es que quienes se oponen a este gobierno avanzaron democráticamente hacia la reconquista de Miraflores.
La oposición ganó, no sólo en los estados de mayor población, sino en la emblemática Alcaldía Metropolitana y contra aquellos candidatos que representaban la patria o muerte del socialismo chavista, dando validez a cualquier especulación; podría suponerse que como a Chávez le ha estado diciendo el pueblo que algunos de sus seguidores le están haciendo ver una “matrix política”, al presentarle un país que no existe tal cual le afirman, entonces votando en su contra, o absteniéndose, podrían obligarlo a reflexionar sobre el asunto. Tal vez califique de traidores a quienes en alguna oportunidad votaron a su favor y luego en contra; pero, no debe olvidar que continuamente les repite que ellos son el poder y tal vez probaron cuán cierta sería esta afirmación.
Quizás de manera inadvertida, o “fríamente calculada”, el Consejo Nacional Electoral contribuyó a disminuir el abstencionismo al concentrar la mayoría de los electores de algunos centros de votación en una sola mesa, retardando estratégicamente el proceso hasta muy tarde en la noche; pero, contribuyendo a estimular la competencia, porque uno y otro bando buscaba afanosamente a sus aliados, mientras la cola se mantenía, porque ninguno podía afirmar que eran los suyos los que se encontraban en ella.
Cual Rocky Balboa, Chávez ganó la pelea de las elecciones regionales; pero, “acusa el maltrato en su rostro político”, porque su adversario le dominó los “rounds” (alcaldías y gobernaciones más representativas) de mayor acción. En política no es conveniente un triunfo parcial, porque se da la imagen del inicio de una declinación y las masas siempre apuestan a ganador. Si este resbalón en la arena es a causa de un convencimiento del enemigo para que algunos de los aliados del Comandante deserten, entonces la situación se empeora; si es un desgaste del liderato, se agrava.
Es obvio que el Presidente ahora está más claro de la dificultad de las tres próximas peleas por el campeonato: la enmienda constitucional, el referendo revocatorio y la Asamblea Nacional. Sabe que los triunfos de la oposición –así los califique de pírricos– la envalentonaron para tratar de evitarle la reelección indefinida, solicitarle el revocatorio y, en el menor de los males, obtener una significativa representación de diputados que sería como un lastre que le impediría avanzar en la consecución de sus objetivos políticos.
Le es evidente que, con muy raras excepciones, fue él quién triunfo en esas gobernaciones y alcaldías y está tratando de mantener activa su imagen de campeón político; pero, al mismo tiempo, está corriendo el riesgo de agotarla y apura a su equipo para obtener la enmienda constitucional, pues aún no acepta la dificultad que éste muestra al tratar de seguirle el paso que acostumbra marcarle. Esto trae otra grave consecuencia, no ha permitido que asome espontáneamente un sucesor, para el caso de una ausencia constitucional.
Contradictoriamente, como suele ocurrir en política, el triunfo previsto lo hubiera llevado al enroque de varios de sus hombres de confianza, entre los cuales suelen hallarse algunos cuya actuación ocasiona molestias en la base; pero, el nuevo panorama pareciera anclarlos en sus puestos, lo cual contribuirá a un descontento aún mayor y, posiblemente, incrementará la desidia para participar en el Armagedón político venezolano, para el cual ya se encuentra preparado y entusiasta el adversario. El empecinamiento de mantener abiertamente a su lado a quienes se les ha considerado como “malas compañías”, podría ocasionar resultados electorales más inesperados que los del veintitrés de noviembre pasado.
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