Los portentosos Centros Comerciales más grandes del mundo son de exclusivo uso de las minorías también más ricas del mundo. Generalmente se trata de estrambóticas arquitecturas de concreto envestidas de materiales marmóreos o de cristal que producen sensaciones y espejismos celestiales. Es la primera trampa que victimiza la razón a través de la vista humana. Porque no es que no se quiera contar en estos pueblos con obras de alta ingeniería para el disfrute de la gente. Tampoco es que se tenga alguna idea cavernícola en el tema de de las compras y de los regateos charangueros. Las ciudades si se merecen espectaculares lugares de recreación y esparcimiento. Pero por Dios, en la populosa zona de La Candelaria en Caracas, permitiría decir a cualquier cristiano, que el atapuzamiento de vehículos y la densidad de edificios y pobladores, caotizarían el sector de tal manera que se haría invivible si allí se concretaba la historia de construcción del Sambil. Solamente los dueñotes del mamotreto de cemento podrían entonces estar contentos. Porque hasta algunos factores de alineación del 23 de Enero o Carapita se sentirían felices comprando bisuterías en algún puesto de cuarta categoría donde se expendería ropa ya usada por las encopetadas damas mas excluyentes del este caraqueño. Más o menos eso era lo que querían articular los de la idea del Sambil en pleno centro caraqueño. Nunca pensaron ni siquiera en un estacionamiento, ni un parque perimetral, ni en un anfiteatro. Pero si en rimbombante discoteca y salas de juego y azar. Por esas razones el Presidente rescinde toda la permisología y enmienda el curso de una construcción que estaba en la vía del caos para Caracas. Hace apenas unos días la oposición estuvo en contra de esa construcción. Ahora como Chávez desistió, ellos se comportan ridículamente a favor del armatoste. A lo mejor si a Chávez se le hubiera ocurrido el 28 de diciembre, Día de los Santos Inocentes, decir que ya no era socialista, les hubiera dado el placer de ser socialistas por algún día.
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