Manuela la mujer XIII

Manuela recibe la infausta noticia de la muerte de su padre, Don Simón Sáenz, quien en un extremo de audacia cayó herido de muerte ante el fuego patriota, no se extiende la historia en este suceso, pero para Manuela fue apresurada esa partida y eso le causó en su espíritu de hija un profundo dolor. Se trataba del autor de su vida y aunque el señor Sáenz se distinguía como preconizador de la anti revolución, en ese momento la sangre no tenían ideales y su corazón patriota debilitaba sus energías ante aquella desgracia.

Manuela decide partir hacia el Callao, pero su llegada no es bien vista por los revolucionarios. El General Jacinto Lara, le reprocha al propio Bolívar, diciéndole estas palabras: “Mi General, estamos para salir a combatir a los godos y está usted cargando con mujeres. La Sra. Sáenz ha llegado ayer procedente de Quito, en unión del doctor Bernardo Monteagudo”.

Bolívar mira fijamente al General Jacinto con tono de disgusto y le responde:

-Mi General ella es más que una señora, es una mujer, una guerrera de nuestra causa, observo cuanto desconoce usted mi General las victorias que le debemos a esa señora, que solo viene a auxiliarnos.

¿Qué le espera a Manuela en Lima? Más gloria, porque forma parte en primera línea, en los frentes patriotas y el destino angustioso que la había esperado siempre, la desgracia de caer de nuevo en los brazos de su despreciado marido, el doctor Thorne.

Lo primero, la mezcla con el destino que ella ha decidido, el grito de libertad y justicia para América, la perspectiva de accionar su enfrentamiento despiadado hacia ese horrible imperio que derramaba la sangre culpable para ellos porque pedía y luchaba por su liberación, su amor aunque envuelto en las sombras, ruinas que caían como vigas sobre su alma, era su necesidad para vivir. Pero lo segundo si era un sacrifico primitivo que la estigmatizaba con el dogma infortunado de una sociedad ceremoniosa, religiosa, traidora por esa alienación a que la sometía con ese omnominioso imperio. Ella no estaba dispuesta a tal humillación, ese hombre no lo había escogido su corazón, era demasiado mediocre para ella, regresar a su lado, caer de nuevo victima de sus mediocridades metódicas, aunque fuese por periodos, la trastornaba, era el suplicio que superaba toda la desgracia, era la violencia oculta institucionalizada, sin embargo tenía que hacerlo.

Y lo hizo. Pero hasta ahora nadie vio, ni descubrió la función catártica de ese sacrificio, de ahí que la considere una víctima expiatoria histórica que satisfacía las condiciones mecánicas de aquella sociedad y de la historia de hoy, por la forma como la han tratado. Si, ella lo hizo, pero busco un refugio íntimo, una compañía que en el fondo la entendía y aceptaba con realidad todo cuanto Manuela ejecutaba para su verdad y para bien de su existencia. Manuela tenía mucho corazón y quien estaba a su lado en estos momentos tan difíciles se convertía en su depósito de quejas, de confidencias, y lo hacía con generosidad sin límites.

Esa persona fue su madre, la noble señora de grandes energías, otra gran patriota combativa y a la que ya le quedaban tres o cuatro años de vida, a pesar que hasta ahora arribaba a los cuarenta años de edad. Solo su madre y su eterno amante la comprendieron a plenitud, así lo muestran los pocos documentos y las cartas que encontré.

Manuela la mujer autoritaria, inflexible, llena de fuerza, audaz, valiente, decidida, la que no lloró y nunca le tuvo miedo a nada ni a nadie; en fin, la mujer, a quien excepto estos dos seres entendieron y comprendieron, la que nunca ni siquiera la historia pudo dominar porque su origen se perdió en el dramático misterio de las tierras esclavas, en el fondo de América sin nombre, en las profundidades tenebrosas de aquella violencia criminal.

(Continuará…)

vrodriguez297@hotmail.com


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Víctor J. Rodríguez Calderón


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