Durante los últimos 20 años de la IV República venezolana las elecciones políticas fueron de resultados marcadamente dicotómicos.
La llamada alternabilidad gubernamental se movía de adecos a copeyanos y viceversa. AD y Copei polarizaron las elecciones en una suerte de pacto acomodaticio, de ejercicio político administrativo y de descansos preconvenidos, como para gozar de la riqueza mal habida por los subgrupos corruptos más privilegiados. De tal manera que electoralmente los malos gobiernos de ambos partidos lograron eternizarse sin dejarle ninguna tercera vía a la sociedad disconforme con semejantes administraciones públicas.
La madurez política y el hastío electoral de un pueblo mayoritariamente excluido y decepcionado terminó optando por vías extrademocrátricas, sobrevinieron explosiones sociales de cruentos resultados y finalmente un fallido Golpe de Estado barajó las cartas y apareció la figura de una tercera opción electoral representada por el partido MVR (Movimiento de la Quinta República) liderizado por el actual Presidente Hugo Chávez.
El partido MVR llegó democrática y electoralmente al poder apuntalado por varios grupos políticos de pensamiento izquierdista. Ninguno de ellos, aisladamente considerados, reunía suficientes votos para vencer los viejos partidos de la derecha bipartidista.
En aras de conservar el poder político y repetir un segundo sexenio, el Presidente Chávez opta por sugerir e imponer un nuevo partido que anule la personalidad de los partidos que lo habían llevado al poder. Surgió así el partido PUSV (Partido Unido Socialista de Venezuela). El mapa político venezolano quedó reducido a un nuevo bipartidismo representado por el PSUV y los grupos políticos de escaso monto electoral que sin lugar a dudas deben aliarse a la hora de enfrentar el portentoso liderazgo de Hugo Chávez.
Ahora bien, una cosa es el mando y la dirección del Presidente, y otra cosa, la conducta, eficiencia, moral y eficacia del tren burocrático de alto rango que lo acompaña. Puede haber una perfecta conformidad con el mando del Presidente, pero no necesariamente con dicho tren burocrático.
El caso es que, al parecer, y ante la solicitud de una Enmienda que garantice la posible continuidad política del modelo socialista ensayado, de cara a las sucesivas postulaciones presidenciales para posibles nuevas reelecciones, tenemos un nuevo mapa político reducido a la persona del Presidente Chávez, por un lado, y por otro, reducidos y desprestigiados subgrupos de derecha y de disidentes de izquierda que se negaron a fusionarse con el PSUV, subgrupos que sólo apelotonadamente representarían el otro polo de la nueva dicotomía eleccionaria.
Ante ese cuadro, podría inferirse que la disconformidad dentro del propio chavismo, la insuficiencia de logros populares, las múltiples denuncias de corrupción impune, y ante la quiebra e incompetencia del gobierno para combatir o frenar el auge delictivo y la inseguridad social, así como el cuestionamiento de algunas medidas económicas, llevarían al electorado venezolano a un nuevo bipartidismo que tiene un polo en la única postulación del presidente Chávez, y el otro en una alianza de los grupos de derecha de vieja data.
El mapa político nacional habría sido otro si en lugar de un partido único, la izquierda venezolana mantuviera dos grupos políticos perfectamente diferenciados y autónomos que podrían ofrecerle una opción izquierdista y revolucionaria a un electorado cuando éste quiera probar con diferentes administraciones sin perder el rumbo ni su esencia revolucionaria.
La continuidad de ese rumbo revolucionario está actualmente en peligro por una posible salida electoral hacia la derecha de un electorado disconforme con la Administración Pública Nacional, aunque ésta paradójicamente siga al lado del Presidente Chávez.
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