Unos ultracatólicos estructuralmente antisemitas arman un escándalo por la profanación de una sinagoga. Unos plácidos estudiantes manos blancas queman un cerro para derribar un gobierno, los acompaña un camión cargado de bombas molotov, piedras y demás instrumentos de protesta pacífica. Un dirigente político muestra la espoleta de una granada que habrían lanzado contra la casa de su partido. Raro caso. Cuando se lanza una granada se saca la espoleta y se lanza la granadal. El pitcher se queda con la espoleta. O será que este lanzó la espoleta y se quedó con la granada. Un palangrista mienta el coño de la madre de quien lo llama palangrista.
Don Ramón del Valle Inclán hubiese amado a la oposición venezolana. Pero no por chupahostias e hipócrita, sino por su dominio magistral del esperpento, ese recurso estético tan español.
Lo vemos a cada rato en el arte y la literatura españoles y lo definió para siempre don Ramón, cuando dijo que “el sentido trágico de la vida española sólo puede ofrecerse con una estética sistemáticamente deformada” (Luces de Bohemia). El Arcipreste de Hita creó un personaje llamado La Trotaconventos, que andaba de convento en convento en pos de novicias que pudiese vender a magnates como esposas complacientes. Por su lado Don Quijote rechaza a Maritornes, una prostituta ya esperpéntica, metiéndole mano mientras hace altisonantes protestas de fidelidad a su Señora Dulcinea del Toboso. Don Francisco de Quevedo inventó en su Historia de la vida del Buscón los que llamó “enamorados de monjas”, unos pícaros que hacían gestos amorosos a unas religiosas que estaban ocultas tras un en enrejado a través del cual una mostraba un rosario, otra un misal, aquella un pie, para que su “enamorado” las identificase. Eso era todo, pero el enamorado recibía a cambio dinero y regalos de la enamorada, que generalmente era alguna chica adinerada obligada a ser monja por su familia, una de las tradiciones más lindas de la Iglesia eso de obligar a una chica a meterse a monja, no me queda duda. Y no hablemos de Buñuel y Almodóvar, cuyas películas son todas esperpénticas. Es decir, el esperpento no es solo literario, como estamos demostrando en Venezuela.
Adriano González León decía que en Venezuela el surrealismo es criollista y Kafka folklórico. Obvio. Lo vemos en cada acción de la oposición, que no puede hacer nada si no procede al esperpento, es decir, una degradación, un procedimiento grotesco, un gobernador regalando relojes de lujo, que como no puede reelegirse se hace elegir, y lo eligen, alcalde y pone a un monigote en su gobernación. Rosales es tal vez el esperpento mejor logrado de la oposición, con sus peras al horno y ahora sus oídos cerrados, a quien otro esperpento, Teodoro Petkoff, califica de “candidatazo”. Un hombre que llegó a ocupar un sitial de honor internacional cuando se le alzó a la Unión Soviética, cual joven impetuoso, Teodoro termina cargándole el maletín a ese esperpento perfecto que llaman Rosales. Que pudiendo hacer un gran periódico, porque tiene él mismo intelectualmente con qué y cuenta con la amistad y acompañamiento de distinguidos intelectuales y artistas, pero él y ellos prefieren hacer un pasquín esperpéntico, que gira casi exclusivamente en un editorial unipersonal, replicado por el eco servil de sus columnistas, que podrían lo más pero prefieren lo menos. Otro hereda el mejor periódico de la América Latina, El Nacional, y lo convierte en un papelucho compulsivamente mentiroso, que rivaliza con TalCual en esperpento.
Un actor a quien todos queríamos, gordos, flacos, gigantes y enanos, mujeres y hombres, niños y viejos, no había nadie que no amase a Orlando Urdaneta. Una unanimidad amorosa del público, con la que sueñan los artistas desde la Antigüedad, la logró Orlando. Pero él prefirió convertirse en un bufón de la oposición esperpéntica y ahora lo desprecia el pueblo chavista y la oposición lo acepta solo porque pide la muerte Chávez a manos de un escuadrón israelí. Lo mismo hizo una que se hizo rica cantándole a Fidel y al Che y ahora dedica La canción del elegido a Nixon Moreno y no se la dedicó a un esperpento peor porque no hay. A Haydée Melba Santamaría los torturadores de la dictadura de Batista mostraron los ojos y los testículos de Abel Santamaría y de Boris Luis Santa Coloma, novio y hermano, para hacerlas hablar. No hablaron. A ellos dedicó Silvio Rodríguez esa canción, cuya mejor versión es la de Soledad Bravo, quien ahora la dedica a Nixon Moreno, acusado de todas las tropelías posibles, agavillamiento, intimidación gangsteril, intento de asesinato, por dejar parapléjico a un policía e intentar violar a una agente policial y a quien la academia esperpéntica de la oposición graduó en una apoteosis que no merecieron ni Andrés Bello ni Jacinto Convit, un hombre que hizo su carrera en 15 años de estudios. Para eso quedó La canción del elegido.
Anoche enchumbaron de rojo una fuente de la ciudad para protestar farisaicamente por una violencia delincuencial que nació cuando ellos mandaban y porque ellos mandaban.
De ti dependen que vuelvan o no. Ya sabes cómo.
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