…Y luego a trabajar por la Revolución…”. Con este fragmento de la canción “Tiburón” del itsmeño Rubén Blades abrimos este espacio de reflexión, ahora justo cuando el pueblo venezolano le ha dado un SÍ rotundo a la Revolución, a la Patria y a Chávez. Todo es alegría, todo es celebración; toda la felicidad se dibuja en los rostros de la Patria, con excepción de las caras de los sátrapas de Ravell y Cía, “estudiantes” incluídos, quienes juraban y rejuraban que esta vez sí iban a echar una vaina.
Este SÍ es un mensaje claro a Chávez y a las fuerzas aliadas de la coalición patriótica. El pueblo ordena, con soberanía y fuerza, que la Revolución sea profundizada y acelerada para romper las contradicciones que se generan a partir de la instalación de un proceso de revolucionario en medio de las formalidades de la democracia liberal burguesa, un tejido institucional cuartorrepublicano plagado de vicios, una cuasidictadura mediática de las oligarquías y un importante segmento poblacional enajenado y adocenado por estos, cuyo resultado es la cultura sambilera y frívola de los analfabetas políticos que terminan defendiendo los intereses de quienes histórica e histéricamente los oprimen. Todo muy bien salpimentado con un imperio, decadente es verdad, pero con sus fauces sedientas por hundirlas en nuestros recursos naturales. Tampoco huelga decir que constituye un reto importante y urgente vacunar a toda nuestra dirigencia contra la anemia ideológica, para no terminar, como decía el Ché, “construyendo el Socialismo con las armas melladas del capitalismo”; o como Silvio Rodríguez: “arando el porvenir con viejos bueyes”.
Por eso, como una muy humilde y modesta contribución a las tareas pendientes de aquí a las próximas elecciones, donde debemos volver a generar una inflexión dialéctica en nuestra historia patria con rumbo al Socialismo definitivo, pergeñamos estas cuartillas para incorporar algunas tesis al debate imprescindible. El abordaje es sencillo: debemos enfocar tres grandes áreas sobre la cual se debe ejercer una presión praxeológica que permita darle adjetividad al ahcer revolucionario. Tales son: El Partido Socialista Unido de Venezuela –PSUV-, la Gestión del Gobierno en sus distintos ámbitos y la el Entramado Institucional de la República. Iniciamos.
El Partido Socialista Unido de Venezuela –PSUV-
Nuestra agrupación política, que da armazón y estructura a las fuerzas sociales de la Revolución ha pasado, con éxito, algunas pruebas electorales. El diseño operacional de la Batalla por el SÍ ha sido impecable y sus sistemas de control han permitido picarle adelante a las lagunas organizativas que presentan las agrupaciones políticas. Su discurso accionar son unívocos, gracias al indiscutible liderazgo de Hugo Chávez, lo que lo potencia contra el archipiélago opositor que encarnan los carcamales tradicionales y sus carnales compañeros “estudiantes” de laboratorio. Está llamado, y este es su reto fundamental, a convertirse en una fuente única de poder en cuyo seno se genere la confrontación y el debate en una batalla de las ideas que dote de contenido político el accionar de su órbita. Debe velozmente convocar, como prioridad sustantativa, un congreso ideológico que purgue y perfeccione la composición de sus cuadros, que delinee sus retos tácticos y estratégicos. El Partido debe ser un actor colectivo que, como el agua, colme los intersticios del tejido social, para llegar con su ético influjo a todos, al tiempo que vigila los eventuales adversarios y libera los poderes creadores del pueblo, tal como lo pregonaba el poeta Aquiles Nazoa. La invasión paramilitar, la presencia de las sectas religiosas ajenas a nuestra idiosincrasia, la construcción de un aparato de justicia realmente revolucionario son, entre otras, tareas pendientes en el seno del partido.
La Gestión de Gobierno
Son 10 años indiscutibles de victoria en el terreno de la gestión del gobierno revolucionario. Sin embargo, para nadie es un secreto que la deuda social acumulada arteramente por el puntofijismo, hace que los logros sean opacados por la oposición mediática o vulnerados por operadores de la Revolución que, con más voluntarismo que eficiencia, han sido víctimas fáciles de la corrupción o el burocratismo. Como lo decía el columnista de “Un grano de maíz”, Antonio Aponte, constituye un reto singular que la gestión de gobierno en todos sus niveles cause un positivo asombro colectivo y dé inicio a la construcción de círculos virtuosos de excelencia y compromiso con los más desposeídos. Las ciudades deben abatir la geografía del odio que enquistó la cuarta república y la acción social debe bombear a lo más profundo de la pobreza, hacia el excluido que ni siquiera sabe que lo es, para con patrones de discriminación positiva abatir nuestros índices de desigualdad. También es menester que los “ejecutivos de la Revolución” y valga el infame término, estén lo suficientemente amoblados ideopolíticamente para que la ignorancia no les haga construir esperpentos arquitectónicos inviables, para que nuestros líderes abandonen las infames prácticas dadivosas neoadecas y para que la caridad sea suplantada por programas sociales debidamente estructurados, como las Misiones.
La Institucionalidad
Han sido las Misiones Sociales el batallón del amor que logró la inclusión de los oprimidos, saltando por encima de unas derruidas estructuras que, como dijo Octavio Paz, “pertenecen a un Estado que se reproduce sin cesar y se devora a sí mismo”. Si los retos asumidos en la batalla por la inclusión fueran asumidos con el tejido institucional de la cuarta república se habría constituido en un rotundo fracaso. El mamotreto institucional de la cuarta república debe ser, definitivamente, dinamitado. Fue diseñado para el robo y latrocinio porque crea ineficiencia. Y como sabemos, la corrupción es hija dilecta de esa ineficiencia. Un nuevo proceso electoral, por ejemplo, debe ser asumido para darle rango constitucional a las Misiones Sociales y el aparato del estado debe ser revisado de arriba abajo para recomponerlo y hacerlo ágil y eficiente. Contestaba un teórico del marxismo a la pregunta de por qué cayó la Unión Soviética, con una terrible y lacónica respuesta: “En ese entonces para peluquear a un perro, había que llevar a cabo siete trámites, con catorce formularios”. Seguiremos en sucesivas entregas.
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