Mirar por dentro

Un ejercicio de introspec-ción es siempre conveniente en los seres humanos y, aún más, en los procesos políticos y sociales. Hay que mirar por dentro con regularidad para observar, al interior, cómo marcha lo que se está haciendo, cuál es el rumbo, y, por consiguiente, afinar lo que se proyecta hacia fuera.

Luego de 10 años de Hugo Chávez al frente del Gobierno es mucho lo logrado. Innegables avances sociales, políticos, económicos, institucionales. Una democracia de los ciudadanos, de aquellos que en el pasado nunca disfrutaron de las bondades de este sistema. La gente de a pie se convirtió en centro de la política y comenzó a ejercer derechos fundamentales que siempre estuvieron teóricamente consagrados en el ordenamiento jurídico del país, pero que carecieron de positividad. En una década, Venezuela dio un verdadero salto cuantitativo y cualitativo. Entre la nación de 10 años atrás y la actual hay un abismo. La anterior era estática: se hallaba aprisionada por intereses económicos y sociales poderosos y cautiva de los cogollos políticos; la actual es dinámica: se liberó de la camisa de fuerza que antes le impedía desarrollarse. Antes teníamos un ciudadano prácticamente invisible, al que sólo se lo percibía cuando votaba.

Hoy tenemos un ciudadano cotidianamente visible, que participa en grado sumo y muestra un conocimiento asombroso de sus derechos. De ese despertar ciudadado, gracias al proceso bolivariano, se benefician por igual los que acompañan a Chavez y los que lo combaten; pero el proceso tiene fallas y la autocrítica es recomendable y urgente. Algunos avances sociales se han estancado. Al menos es la impresión que se tiene de la situación de las misiones ­no de todas­. ¿Cuál es la causa? ¿La burocratización? ¿La rutina que conduce a la desmovilización? ¿La pérdida de aquella motivación, casi heroica, de los primeros tiempos? Buscar respuesta a lo que ocurre y no volver la cara hacia los lados en señal de indiferencia o molestia ante la crítica es lo pertinente.

Todo proceso ejecutado desde la gestión pública está expuesto a muchos riesgos. Uno de ellos, probablemente el más alarmante, es la corrupción.

Nuestra historia está signada por ese fenómeno, que tiene enorme capacidad para reciclarse. Es así como la vieja corrupción, la heredada, se inserta con facilidad en la nueva, con lo cual se convierte en algo groseramente institucional. Se puede decir que la corrupción es un Estado dentro del Estado.

Cuando se dan los cambios que ocurren en el país y las nuevas instituciones disponen de abundantes recursos desde el Gobierno, los peligros se incrementan. No basta que el Presidente sea incorruptible, que sea una persona blindada ante las acechanzas de tan grave morbo, como es el caso de Chávez. Porque la corrupción permea el Estado y, poco a poco, se instala en los diferentes niveles de la Administración Pública. ¿Qué hacer? La respuesta es la acción implacable desde las instituciones y la voluntad de combatir sin desmayo el flagelo; es lo único que garantiza la eficacia.

El triunfo envanece. Es ley de la vida, y en política es más notable su efecto. Las reiteradas victorias entrañan riesgos: a veces conducen a la distorsión de la realidad. Cuando no hay derrotas, es relativamente fácil perder la noción de lo que ocurre. El Che solía decir que más enseñanzas positivas dejan las derrotas que las victorias. ¿Por qué mi planteamiento? Porque para este proceso es inconveniente que por ganar elecciones ­ejemplo, las que rodearon el referéndum del 15-F­ se sobredimensione el resultado y se piense que llegó el momento de poner a un lado atributos fundamentales de la revolución bolivariana y el socialismo del siglo XXI. Hay derechos consagrados en la Constitución de 1999 que son insoslayables y que sería temerario enervar. Que constituyen atributos esenciales. Que son emblemas que marcan la diferencia con otras experiencias revolucionarias e intentos por construir el socialismo. Uno de ellos es el ejercicio pleno de la democracia y la libertad. Quienes creen que obviando tales atributos están allanando el camino hacia el objetivo central, un socialismo de los ciudadanos y no del Estado, una democracia del pueblo y no de los aparatos, le infieren un grave daño al proceso.


Si la legitimidad del proceso bolivariano reside en la voluntad popular expresada en comicios libres y soberanos, el mandato proveniente del voto es igual para todos los que resulten favorecidos por los electores. Es inaceptable discriminar. Y esta apreciación guarda estrecha relación con el concepto de democracia ­me refiero a la participativa, no a la representativa­.

Si la bolivariana implica oportunidad para todos en el marco del Estado de derecho, hay que reconocer que la oposición tiene garantizado un espacio. Además, el gobierno revolucionario necesita que ese sector se integre al ejercicio democrático y debe estimular su participación para evitar que se deslice hacia la aventura. ¿O acaso conviene que lo haga? Personalmente estaría en desacuerdo. Y considero que lo correcto es auspiciar la existencia de una oposición colocada a derecho. No hacerlo es obstruir la vía para que los opositores venezolanos se manifiesten y contribuir, en cierta manera, a que los violentos capten adherentes e intenten nuevas aventuras. Hasta aquí algunas reflexiones derivadas de la inquietud que vengo observando en numerosos compatriotas, y sobre la conveniencia de "mirar por dentro" para corregir las fallas del proceso bolivariano y fortalecerlo. Abordaré otras en sucesivas columnas.



LABERINTO

Alguien preguntaba:
"¿Diálogo con quién?", y alguien respondía: "En primer lugar, con nosotros mismos"...

La SIP tiene una sórdida causa: atacar a Venezuela.

Sus directivos reciben buenos beneficios por esa actitud; ahora más cuando otro de los tantos Santos la dirige...

Hay un Santos en el Ministerio de Defensa de Colombia conspirando militarmente contra Venezuela, otro Santos en la Vicepresidencia manipulando a diestra y siniestra, y otro más, el director de
El Tiempo
de Bogotá, ahora al frente de la SIP (¡Bingo!)...

El jueves 12 de este mes, falleció en el Hospital Militar un ciudadano ejemplar, de esos que resumen la condición humana: Rafael Araque, sargento segundo del Ejército. Fue un soldado bolivariano integral y un amigo a tiempo completo. Valeroso y leal. Me acompañó desde 2001 como ayudante en el Ministerio de Defensa y luego en la Vicepresidencia.

Prácticamente se convirtió en otro miembro de la familia Rangel Ávalos. Paz a sus restos...

Mario Silva fue objeto de algo que no vacilo en calificar de atentado personal, destinado a eliminarlo físicamente o a atemorizarlo. La acción tiene el sello del paramilitarismo.

Y hay más...

En vez de ciertas reacciones típicas del burocratismo, lo importante es aplicar políticas con la misma eficacia demostrada por Dante Vivas en la Onidex para resolver algo aparentemente sin solución: cedulación y pasaportes.

Peor que los insultos de unos energúmenos a Magglio Ordóñez en el campo de juego es el silencio de la oposición ante tan bochornoso hecho.

¡Qué difícil es hallar interlocutores para el diálogo en gente tan maleada por el odio!

jvrangelv@yahoo.es


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José Vicente Rangel

Periodista, escritor, defensor de los derechos humanos

 jvrangelv@yahoo.es      @EspejoJVHOY

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