¿Qué ocurrió realmente? ¿Qué atemperó los ánimos? ¿Qué bajó la tónica de los discursos y dio paso a la cordialidad? Difícil acertar en una interpretación de lo ocurrido, porque lo que más llama la atención -y puede confundir- es el clima relajado que allí imperó. No sé si acierto en lo que voy a expresar. Sólo me guío por la experiencia política y periodística que poseo. Pero intuyo que en la cita hubo dos percepciones. Una: que quien ahora representa a los Estados Unidos es alguien diferente a anteriores mandatarios de esa nación. Alguien más próximo al resto de los asistentes. Es decir, que esta vez no se dio la tajante separación que caracterizó a otras reuniones en las que, de un lado estaba el arrogante vocero del imperio, y, del otro, un conjunto de naciones divididas, confundidas y abrumadas. Eso por una parte. Por otra: considero que los latinoamericanos y caribeños tuvieron esta vez conciencia de estar ante una realidad distinta.
Ante un trato que a lo mejor no se acople en su posterior desarrollo con las esperanzas que ha despertado, pero que sin duda no es el mismo de antes.
En síntesis, no es lo mismo compartir con Bush, calarse a un presidente forajido, que hacerlo con un hombre decente, con un lenguaje aperturista.
II
Por eso que la cumbre de Trinidad-Tobago hay que analizarla más allá de los discursos, de la declaración final que no suscribieron los países del Alba -tampoco la cuestionaron a fondo como hubiera ocurrido en otras circunstancias con otro tipo de interlocutor-. Hay que evaluarla por lo que representa para la distensión y para el nacimiento de una relación de signo distinto entre EEUU y la región, sin injerencias extrañas, sin presiones, en términos de igualdad y con canales de doble vía. También hay que considerarla respecto al futuro inmediato. Primero, sin forjarse excesivas ilusiones. La tendencia es a considerar a Obama como un interlocutor más confiable, ¿pero lo es la compleja maquinaria que él dirige y de la que es producto? Sin embargo, la duda pudiera conducir a descartar los rasgos de una nueva política que el pueblo norteamericano necesita con urgencia; que facilite a su presidente la posibilidad de relacionarse de manera diferente. En fin, "vamos a ver para ver" como se decía antes. Actuar con realismo y no dejarse atrapar por la ilusión, tampoco por el escepticismo, es lo conducente. Ya que, al menos en lo formal, algo cambió. Cuando la inquisición obligó a Galileo a retractarse porque dijo que la tierra giraba alrededor del sol, aquel hombre acosado por el fanatismo religioso que negaba la realidad, murmuró: "pero se mueve". Pese a todo, también el mundo actual se mueve. Tanto en el Norte como en el Sur.
Buñuel y la orgía mediática
En estos días de abril observé y analicéunavezmáslasescenasde la televisión y las tomas fotográficas de los sucesos del trágico mes.
Nunca antes hubo tanto despliegue mediático en torno a un golpe de Estado. Prácticamente todo quedó registrado. Ese ojo mágico que son las cámaras, el mismo que cautiva audiencias, que capta brutales escenas de crueldad o destaca valores del ser humano, no dejó pasar detalle alguno. El golpe del 11A -se repite una y otra vez- fue esencialmente mediático, y se proyectó en la pantalla chica con descarnada agresividad. De igual manera se esfumó. La multitud utilizada en la aventura desapareció con la misma rapidez con que uno cambia de canal, al extremo de que ningún participante en la marcha lanzada sobre Miraflores, salió luego a la calle a defender el siniestro logro.
Igual ocurrió con los militares, con decenas de generales y coroneles que huyeron con la cobardía tatuada en el rostro.
Todo ello quedó para la historia no como testimonio coloquial, sino en el registro imborrable de unas sórdidas imágenes. En los videos uno observa miseria y grandeza. En los testimoniales de víctimas y familiares durante la sesión de la Asamblea Nacional del 14 de abril, la reposición en pantalla gigante de las dramáticas escenas, el brutal ataque de los francotiradores, el cinismo de los jefes militares anunciando muertes que ocurrirían horas después, la exhibición de recortes de prensa pronosticando la batalla final en Miraflores, constituye una peculiar prueba que trasciende lo legal para colocar al observador ante una realidad irrefutable: la muerte danzando en un escenario de indignidad; la inmoralidad sin límite de una clase política y social -captada infraganti por sus propios recursos-, que renunció a cualquier escrúpulo para demostrar su odio.
El remate de la infamia son las tomas de la patética juramentación de Carmona. Más que el bellaco personaje destaca la actitud de los presentes: la aclamación delirante del anuncio derogando la Constitución -la que ahora invocan-; la eliminación de los poderes públicos; el cardenal y otros prelados de la Iglesia muertos de risa; el gobernador del Zulia suscribiendo, sumiso, el acta, y la clase político-empresarial rindiendo pleitesía a los autores de la conjura. Esas esperpénticas y buñuelescas escenas quedaron, por fortuna, para la posteridad. Al final el medio se convirtió en trampa. Quienes concibieron su empleo como disparador conspirativo, no previeron que revirtiera. Les pasó lo que a los ladrones de bancos con las cámaras de seguridad. En concreto: el cazador cazado.
jvrangelv@yahoo.es