"Yo moriré sin dolor: será un rompimiento interior, una caída suave, y una sonrisa” José Martí
En Dos Ríos, provincia de Oriente, Cuba, el 19 de mayo de 1895, cayó en combate, herido por tres disparos que pusieron fin a su vida, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano, el Maestro, el Mayor General, el líder indiscutible de aquella “guerra necesaria” por la independencia de Cuba.
Desapareció físicamente de una forma heroica un hombre que tuvo una fecunda existencia. Y así se puso término, en lo personal, a su viaje humano. Tal vez el hecho ocurrió como lo había vaticinado:
“Yo moriré sin dolor: será un rompimiento interior, una caída suave, y una sonrisa”.
Y es que, fiel a la filosofía de su vida, el gran líder de la independencia de Cuba, consideraba que “se ha de vivir y morir abrazado a la verdad. Y así, si se cae, se cae en una hermosa compañía”.
En el mundo del presente y del futuro, cualesquiera que sean los ropajes y esencias que las épocas le impriman, corresponde acercarnos a Martí -28 de enero de 1953 a 19 de mayo de 1895-, como a cualquier otro grande hombre, con el propósito de encontrarle su alma verdadera y lograr incorporarla de alguna manera a nuestro ser íntimo.
No debe importarnos, como él expresara, “las estaciones del camino humano, que se levantan y destruyen con arreglo a las conveniencias”, sino su esencia permanente.
Después de su caída comenzó una nueva etapa del viaje humano de Martí, que ha consistido en mantenerse vivo, espiritualmente, en la conciencia y en la acción de los hombres mejores de su pueblo, que es decir, todo el pueblo. Se ha cumplido con ello sus ideas visionarias sobre el destino de los hombres consagrados al bien de su patria.
“No hay más que un modo de vivir después de muerto: haber sido un hombre de todos los tiempos – o un hombre de su tiempo”.
Eso es José Martí: un hombre de todos los tiempos, y un hombre así, vence a la muerte, según su decir:
“Morir no es nada, morir en vivir, morir es sembrar. El que muere, si muere donde debe, sirve. Vale y vivirás. Sirve y vivirás. Ama y vivirás. Despídete de ti mismo y vivirás. Caes bien, y te levantarás.”
Para entender a este gran revolucionario cubano, quizás baste conocer sus confesiones en una carta a su amigo Manuel Mercado el día antes de su muerte.
“Llegué, con el General Máximo Gómez y cuatro más, en un bote, en que llevé el remo de proa, bajo el temporal, a una pedrera desconocida de nuestras playas ( Martí se refiere a la Playitas de Cajobabo, por donde desembarcara), cargué catorce días, a pie por espinas y alturas, mi morral y mi rifle,- alzamos a gente a nuestro paso; siento en la benevolencia de las almas la raíz de este cariño mío a la pena del hombre y a la justicia de remediarlos; (…) seguimos al centro de la Isla, a deponer yo, ante la revolución que he hecho alzar, la autoridad que la emigración me dio, y se acató adentro, y debe renovar, conforme a su estado nuevo, una asamblea de delegados del pueblo cubano visible, de los revolucionarios en arma (…) Me conoce. En mí, sólo defenderé lo que tenga por garantía o servicio a la revolución. Sé desaparecer, pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad.- Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplase esto a mí, o a otros (..)”
Martí continúa su curso como la marcha indetenible de las generaciones nuevas y de los pueblos hacia el porvenir. Porque no en vano y con razón profética afirmó que “el verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber; y ese es el verdadero hombre, el único hombre práctico, cuyo sueño de hoy será la ley de mañana, porque el que haya puesto los ojos en las entrañas universales, y visto hervir los pueblos, llameantes y ensangrentados, en la artesa de los siglos, sabe que el porvenir, sin una sola excepción, está del lado del deber”.
“Yo no necesito ganar una batalla para hoy; sino que, al ganarla, desplegar por el aire el estandarte de la victoria del mañana, una victoria sesuda y permanente, que nos haga libres de un tirano, ahora y después. ¿Qué dónde estoy? En la revolución; con la revolución.”
En este mundo actual que vemos desfilar ante nuestros ojos, hay razones más que sobradas para las visiones apocalípticas. Hoy, como ayer, al decir de Martí, “el mundo entero es una inmensa pregunta”.
La humanidad toda debe darse a sí misma una respuesta definitiva y verdadera que satisfaga sus necesidades y aspiraciones legítimas. Y habrá de armarse con tesón y optimismo suficientes para recorrer el camino que la conduzca a la victoria, a pesar de los escollos y los cataclismos. Es fundado y es cierto, como sentenciara nuestro Héroe Nacional, que “el sol sigue alumbrando los ámbitos del mundo, y la verdad continúa incólume su marcha por la tierra”.
wilkie@sierra.scu.sld.cu
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