Con el corazón marchito
van a la marchita los mustios periodistas de los medios
privados, llevados por sus amos. En vez de cables y micrófonos, llevan
guarales y muchos anzuelos, palangres pues.
La marchita la encabezan
unos payasos atroces. Son todo rechiflas y morisquetas. El dueño del
circo frecuentemente profiere mentadas de madre y amenaza con caerle
a trompadas a quien le diga verdades en su cara. Se dicen “autoridades”
de un tal Colegio Nacional de Periodistas. Eso si es cómico.
Michael ha muerto. Dicen
que hace tiempo su alma se marchitó, pero inopinadamente su cuerpo
se tornó blanco. Ahora es el blanco de CNN, Fox News y todos
sus clones para pasar por alto el golpe en Irán, Honduras y otro que
debe estar cocinándose. Con la marcha marchita acudiremos a un remake
de thriller, pero los muertos vivientes, de luto activo perenne, emergerán
del Guaire y sus tributarios mediáticos.
Suponga que las prostitutas
de Caracas decidieran marchar. No sería una marcha escuálida. Sin
dudas habría alegría, y con menos pecados per cápita que la
marchita de los medios privados. No entiendo por qué llaman “de la
vida fácil” a estas trabajadoras. Vida fácil es mercadear la conciencia
en lupanares mediáticos, mire usted.
Mediáticamente, la marcha
marchita será la mamá de las marchas. O mejor, una hipermarcha. Yo
estaría de acuerdo en calificarla de tal si tomamos en cuenta la cantidad
de veces que han violado desde su código de ética hasta la CRBV. La
hipermarcha de la impunidad.
Antítesis revolucionaria
en todo lo que dicen, hacen o piensan. Por eso sus penas son abrumadoras.
En la marcha marchita, la tristeza parece inmarcesible en sus rostros.
Casi puede oírselos ladrar “Sin Chávez todo, con Chávez nada”.