Manque usted si lo crea

La señora venía a mi lado. Venía de Catia en dirección Palo Verde. El calor dentro del vagón era peripatético. Algunos afiches en las paredes del vagón, afiches del Estado, estaban rotos, rayados, la foto de Chávez con un niño manchada con spray blanco. Yo me hice la siguiente pregunta: ¿es que estos vagones no los revisan de noche?

El vidrio de la ventana estaba sucio. Sin embargo en él vi reflejado el rostro de la señora a mi lado. Se notaba pálida, cansada, triste, lamentable. Entonces no aguanté más: “¿Señora se siente usted mal?” Ella se coloco su bolso sobre las piernas, lo traía en el piso. “Ay señor usted no se imagina lo duro que ha sido el día para mi hoy” Y me miró con sus grandes ojos negro sumidos en la tristeza, “Bien, ¿qué es lo que le pasó” -indagué curioso-. Ella me observó un rato a la cara. Luego expresó: “Señor yo trabajo en el Inces de Los Cortijos. Esta mañana cuando estaba en una de las oficinas donde laboro, me comenzó un terrible dolor bajo mi seno izquierdo. Fue un dolor terrible. Alguien me dijo que fuera a la mezanina del edifico donde hay un pequeño consultorio. Subí y me atendió un señor moreno, vestido como de bombero.

Me contestó al yo indagarle si ahí era que atendían de primeros auxilios:

“Aquí no tenemos médicos, vaya a Inces de la avenida al primer piso. El dolor me hincaba con fuerza. Empero caminé un largo trayecto y fui a donde me indicó. Cuando llegué a ese lugar me recibió una secretaria quien me indicó que “La doctora no puede atenderla porque tiene muchos niños del plan vacacional y a otro joven, Si quiere regrese a la 1:PM. Eran las 11:06 de la mañana.

El tren seguía cubierto de calor. Los vagones eran infiernos rodantes. Algunas personas se quejaban y decían que “Este Metro ya no es como antes; se acabó la mística…ahora esto todo el tiempo se la pasa lleno de mendigos, frenan de repente y está descuidado”

La señora sacó dos pastillitas de menta y me regaló una, ¿tendría mal aliento? Luego continuo: “Regresé a la oficina con el dolor. Pero era tan intenso que creí que me iba a morir y hablé con un compañero quien me indicó que utilizara la tarjeta HCM y que la clínica mas cerca era la Metropolitana. El amigo me acompañó luego de hablar con el jefe quien nos dio permiso.

A las doce y media llegamos a emergencia, ¡ay mijo, qué emergencia! Un moreno al que llamaban Maguila frente a una pantalla de computadora me entregó varias planillas para que las llenara. Se notaba arrogante el Maguila, Cuando mi amigo le dijo que aquello era una emergencia, él contestó:”Pero yo veo a la señora bien”. Y tuve que seguir llenando las 3 hojas. “Quédese por ahí hasta que la llamen, me sugirió el Maguila. ¡Vaya emergencia! Al poco rato llegó un enfermero y me invitó a que entrara con él por aun largo pasillo donde me iban a ver

“¡Coño no ven que están entrando!, gritó una señora entrada en edad, mientras le aplicaba tremenda cachetada a un vejete que lucía un bisoñé y una camisa de bacterias. Todos rieron menos el vejete que dijo viendo con saña a la señora entrada en edad y sobándose: “Se salva porque es una dama, ¿sabe?” A toda esta la señora que iba a mi lado se empujaba su segunda pastillita de menta. Esa vez no me dio.”Bueno adonde me llevó el enfermero era una sala de espera; pero me cansé de esperar y el dolor más bravo que Ledezma cuando Insulza lo mandó a la “Ñ”. El medico no me paraba porque estaba buscando algo en una computadora. Me enojé y me marché”

“Me fui al Ambulatorio del Seguro Social en la avenida Sucre, cerca de Gato Negro. Una muchacha que fungía de recepcionista me dijo cuando le pregunté que llegaba por emergencia: “Ay señora, ya los números se acabaron. El dolor, la frustración y la idea de que estaba en otra galaxia, hicieron que dos frías lágrimas me surcaran el rostro. Mi compañero se puso bravo y discutió con un muchacho portero de ojos verdes quien le dijo que…”Lo siento este no es un hospital es un ambulatorio y ya todos los números están dados, además que hay personas que vienen por emergencia y no tienen nada”

Nos fuimos al CDI de la avenida Sucre más adelante. Entramos y mi compañero se dirigió directamente a una enfermera que estaba como en el cuarto cubículo del pasillo. Casi lloró para convencerla. Ella, decentemente le dijo que me pasara al consultorio. Un médico cubano me preguntó que era lo que tenía. Le confesé y me mandó una inyección de Buscapina. Aquí voy con mi dolor igualito, mijo”

aenpelota@ahotmail.com




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Ángel V. Rivas

Limpiabota, ayudante de pintura, articulista, Productor Nacional Independiente, editor de El Irreverente. Animador del programa Gigantes del Romance, autor del libro Pacto Satánico y poeta en estado de frustración.

 legavicenta@gmail.com      @legavicenta

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