Recién ayer conversábamos entre amigos
que extrañábamos los tiempos en que la oposición en pleno, sin ningún
rubor y en pleno apogeo de su estrategia confrontacional y violenta, le
dedicaba una buena parte de su tiempo y esfuerzo a llamarnos hordas.
Como que es verdad eso que dicen: todo tiempo pasado fue mejor. Ah,
aquellos años de golpe de Estado, sabotaje petrolero y guarimba.
Entonces, nos hicimos expertos en el desmentido y la denuncia
indignada: no somos como ustedes dicen. Pero siempre hay un pero: de
manera casi inadvertida, ocurrió lo que en otra parte
he llamado un "giro drástico de la estrategia propagandística
opositora". Mejor tarde que nunca: en algún momento de la historia
comprendieron que tenían que parecerse a nosotros para ir creando las
condiciones que hicieran posible nuestra derrota. No hace falta
decirlo: por eso es tan importante que seamos capaces de identificar
esos - y otros - giros estratégicos.
La cosa es en serio: uno
escucha a algunos cámaras y ciertamente pareciera como si extrañaran
aquellos años en que había dos opciones tan claras que eran casi
transparentes: uno le arrimaba el hombro al zambo o engrosaba las filas
de quienes deseaban tumbarlo. ¿Mantenerse al margen? Muy difícil. Nadie
hablaba de derecha endógena ni de chavismo popular. Los encuestólogos
no habían tenido tiempo de inventar aquello del chavismo light.
Sí: aquellos años en que los adecos perdieron el derecho a marchar por
el centro de Caracas porque esas calles son del pueblo y punto. Porque
nadie tiene derecho a meterle un tiro al tipo que yo elegí como
Presidente. De un lado las hordas. Del otro los escuálidos.
Compárenlo
con 2002: ya casi ninguno nos dedica ese piropo: hordas chavistas.
¿Quiere decir esto que ha cesado la sistemática campaña de
criminalización a la que ha sido sometido el chavismo? ¿Quiere decir,
acaso, que el discurso opositor ha revertido su tendencia a la
deshumanización del chavismo? Por supuesto que no. Sospecho que ha
sucedido algo próximo a lo siguiente: mientras nosotros cedemos a la
tentación de entregarnos al interminable, estimulante e interesantísimo
debate sobre si debemos o no llamarnos chavistas, la máquina
propagandística opositora ha avanzado un terreno considerable en
identificar al chavismo con el mal, la muerte, la oscuridad, el pasado,
la ineficiencia, el robo, la violencia, el abuso, lo inmoral, la
mentira y cualquiera puede agregar acá lo que haya omitido. Mientras
tanto, la misma oposición que en algún punto supo transmutarse en
cuasi-chavista, ahora es popular - sobre todo popular, democrática,
libertaria y defiende la Constitución. Sólo falta que se llame a sí
misma revolucionaria. Es decir, la oposición reúne todas las virtudes -
y otras más - que alguna vez pudieron definir al chavismo.
¿A
dónde voy? Espérense ahí, que ya llegué: ¿para qué decirnos hordas
chavistas, si ya el vocablo "chavistas" incluye lo de hordas?
Establecida esta relación de identidad, sólo basta identificar
cualquier acto, iniciativa o persona con el chavismo y los
calificativos empiezan a sobrar: un acto chavista es un acto
ineficiente, una iniciativa chavista es una iniciativa inmoral, tanto
como una persona chavista es violenta, abusiva, mentirosa o malvada. Si
un cámara incurre en el error de atacar violentamente a un periodista,
no será tratado como un cámara que cometió un acto censurable y por el
cual tendrá que responder ante quien corresponda. No. Será tratado como
un chavista. ¿Acaso no es exactamente eso lo que se está haciendo
hoy contra Ávila TV? ¿Acaso todo el chavismo no es exactamente igual?
Dicho de otra forma: ¿acaso todo chavista no procederá, tarde o
temprano, de la misma manera?
La eficacia de la máquina
propagandística opositora se mide, en parte, por esta capacidad de
nombrar: el poder de nombrar la realidad a su antojo, que es otra forma
de producirla. No importa si usted me habla de la Ley Orgánica de
Educación, de Diosdado Cabello, del consejo comunal del barrio El 70,
del Diario Vea, de Vive TV, de Jacinto Pérez Arcay o de Ávila TV: todo eso es sinónimo de chavismo y por tanto significa exactamente lo mismo.
Pero
las máquinas se atrofian, dejan de funcionar. Para eso, insisto, hay
que comenzar por aprender cómo funcionan: desentrañar su lógica en este
caso homogeneizante, que aplana las diferencias y los matices, que
generaliza, que le apuesta a la dificultad para distinguir, que suprime
todo lo que de extraordinario, irregular, incierto y diverso hay en el
chavismo. No está de más decirlo: si el chavismo oficial pretende
combatir a la máquina opositora replicando su lógica, está perdido de
antemano.
Las máquinas se atrofian, y a veces esto sucede literalmente. En eso pensé cuando revisaba la web del furibundo El Nacional
y noté que había tomado una curiosa iniciativa: hablar de "opsoición",
en lugar de oposición. Ah, seguro que pensaron que había sido un error
de trascripción mío. Pues no: ha sido una iniciativa de El Nacional.
Quién sabe: después de tanto enconado esfuerzo puesto al servicio de la
criminalización y eventual aniquilación de las hordas chavistas, seguro
se creerán con el derecho de autodefinirse como les dé su real gana,
aunque para ello deban inventar una nueva palabra.