Hay los que reivindican lo sucedido y los que lo repudian. Y no puede ser de otra manera porque durante los días 11, 12 y 13 de abril de 2002 se dispararon las más sórdidas pasiones de una sociedad en extremo polarizada. Lealtad y traición marcaron aquellas fechas. También el ansia de desaparecer al adversario. La obsesión de un sector por acabar brutalmente con un proceso -y con sus protagonistas- legitimado por el voto popular, y la voluntad de la mayoría de defenderlo, se manifestaron de manera rotunda. Por consiguiente, no es fácil ser objetivo cuando se aborda el tema. Pero sostengo que la vilipendiada objetividad se puede lograr cuando alguien aborda determinada situación para orientar y no para desorientar; para extraer de la complejidad de un conflicto los elementos que permitan -en este caso el lector del libro- contar con suficiente información para formarse criterio propio.
Podría decir que la objetividad siempre está en la realidad y que el abordaje manipulado de ella es lo que la altera.
A mi juicio, es ahí donde está el acierto del periodista Ernesto Villegas. Por sobre la condición de simpatizante de una causa; de su solidaridad crítica con un proceso político y social, está la voluntad de contrastar visiones -y percepciones- sobre lo que pasó en el país. Hay que reconocer que resulta difícil hacerlo, sobre todo cuando quien asume el compromiso está consciente de la existencia de múltiples trampas. No caer, por ejemplo, en la tentación panfletaria; no ceder ante el maniqueísmo, sólo es posible dando cabida a todos los testimonios, incluso a los que están marcados, impregnados de falacia. Lo cual es un acierto que Villegas consigue en "Abril, golpe adentro" con impecable profesionalismo. Demostrando capacidad para tomar distancia de la grosera maraña de tergiversaciones y, especialmente, realizando un arduo trabajo de investigación. Con paciencia arma el rompecabezas de los dramáticos sucesos que conmovieron a Venezuela y trascendieron al mundo, hurgando en los pliegues de la cotidianidad de aquellos momentos, siguiendo minuto a minuto el registro mediático en diarios, noticieros de TV, reportajes y revistas.
Contando para ello, por cierto, con el aporte -o la ventaja- de que el 11A fue un episodio donde el medio jugó papel fundamental. Circunstancia que favoreció, inicialmente, a los golpistas y perjudicó al Gobierno, pero que luego se convirtió en ventaja para el segundo y trampa mortal para los primeros. En el libro está claro el protagonismo del medio en el golpe como en el contragolpe. Con la particularidad de que el aporte al golpe fue de la gran prensa, mientras que el contragolpe se apoyó en los medios alternativos. Quizá Villegas no hubiera podido cumplir con su rol de notario de lo acaecido, si no cuenta con el diverso y abundante material que le permitió acceder a la realidad con los testimoniales que manejó con honestidad.
Cuando Villegas coloca en el mismo plano versiones disímiles acerca de determinados y oscuros episodios de la trama golpista -con voceros de la Iglesia católica, empresarios, dueños de medios, dirigentes sindicales, periodistas, militares, sin descalificarlos- como la actividad previa a la asonada, la marcha de la oposición, la polémica que desata entre los oficiales alzados en Fuerte Tiuna la presencia de Chávez, la responsabilidad en la masacre, no toma partido. ¿Para qué? Ahí están los testimonios sobre los hechos que alumbran como un poderoso reflector. Con excelente calidad narrativa y agilidad de reportero, y, al mismo tiempo, con intuición para destacar lo esencial, logra el contraste del cual aflora la verdad. Es lo que le permite al lector tomar conciencia de la sordidez de la tragedia que vivió el país y constatar con precisión, de la mano del autor, de qué lado estuvo la felonía y de qué lado la dignidad.
Este libro hay que leerlo y digerirlo. Porque en una sociedad desmemoriada que, deliberadamente cultiva el olvido impuesto como patrón de conducta por aquellos que controlaron el poder real y los medios para garantizarse impunidad, el trabajo de Villegas representa un lúcido esfuerzo por rescatar la memoria -de ahí el titulo de la columna: "Memoria Adentro"-.
Para sacar de las tinieblas el recuerdo y recuperar la verdad histórica, no para estimular el odio sino la justicia. Para ver si cabe la posibilidad de que los que colocaron a los venezolanos al borde del abismo recuperen la racionalidad, acepten la convivencia y respeten el Estado de derecho.
*P.D.: Pero lo creo difícil. Y así lo dije ante la masiva asistencia al bautizo del libro de Villegas.
Porque cuando uno observa a los autores materiales e intelectuales del golpe de abril con el odio intacto, añorando lo ocurrido y sin propósito de enmienda; cuando se les ve apoyando el golpe en Honduras, guardando silencio ante la instalación de las bases militares norteamericanas en Colombia que apuntan directamente a Venezuela y solidarizándose con Uribe y repudiando a Chávez, flaquea la esperanza.
Por eso repetí en ese acto la exclamación del juez Guzmán -el magistrado chileno que condenó a Augusto Pinochet- al final de la excelente película, "El Juez y el General", cuando observaba en el televisor de su despacho la delirante movilización de los partidarios del despreciable dictador en su sepelio: "No han cambiado. Siguen siendo iguales".
jvrangelv@yahoo.es