Se ha dicho y se dirá mucho sobre lo que es una nación. Me limitaré a señalar que es una suma de fuerzas históricas que aseguran su cohesión. Entre esas energías están patriotismo, autoestima, regocijo por los triunfos, congoja por las derrotas, deseo de bien para todos. La caída de este Imperio pasa por el nacionalismo y, paradójicamente, por su superación mediante la integración antiimperial, que a su vez refuerza la entereza regional y nacional, porque el imperialismo se come y desintegra las naciones a través de sus cipayos.
Cuando en 1902 las potencias europeas nos bloquearon, Cipriano Castro liberó a los presos políticos y uno de ellos, su archienemigo José Manuel “El Mocho” Hernández, se ofreció para defender a Venezuela. Hasta José Gregorio Hernández se alistó.
Ahora bien, siempre ha habido cipayos que desprecian a este país. Míralos. Dicen no es un país sino un gentío, por ejemplo. Ruegan a las Vírgenes que sacan a pasear que nos caigan las Siete Plagas de Egipto, un buen terremoto, otro deslave como el de 1999 y hasta peor. Es una ideología hecha para asolar el país, como cuando el Paro. Se retuercen de felicidad ante un apagón o un corte de agua. Se relamen con la actual sequía, porque si no viene una inundación bien buena, también sirve una bonita sequía, para que se pierdan las cosechas y pasemos hambre, sobre todo los niños. Se ponen de luto cada vez que un músico venezolano es ovacionado; cada vez que Venezuela arrasa con un medallero deportivo; cada vez que viene un gran artista a apoyarnos en este esfuerzo; cada vez que uno de esos artistas se gana un Oscar o lo que sea.
Ansían que nos invadan; como aquella doña que rezaba en 2002 para que el tanquero hoy llamado Negra Matea estallara y arrasase Maracaibo, con la doñita incluida. Se niegan a que les salve la vida un médico cubano, al grito de: “¡Primero muerto que igual!”. ¿Lo llamamos miserabilismo?
Debieran sincerarse y organizar un Movimiento de Voluntarios contra Venezuela para la hora de un conflicto internacional.
O revisarse profundamente. Por algo andan de derrota en derrota y hoy ni se ven, porque no quieren ser nación. Ni nada, porque sueñan con someterse a imperios que los desprecian. Con razón.
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