No hay que llamarse a engaño: la protesta aumenta en la calle. Con la particularidad de que actualmente es posible distinguir entre la protesta producto de la manipulación de grupos de oposición, y la de la que tiene plena pertinencia y legitimidad, proveniente de la entraña del pueblo,que responde a un sentimiento de insatisfacción que se extiende por la falta de atención a los problemas de las comunidades. Preciso lo siguiente: el reproche por la falta de atención no sólo se hace al Gobierno central. El reclamo tiene como blanco todos los niveles de la administración pública: el nacional, el regional y el local. Las críticas están dirigidas a ministros y funcionarios de alto rango; prácticamente a todos los entes del Estado. A gobernadores, alcaldes, a los concejos municipales, y comienzan a tocar a los propios consejos comunales. Del cuestionamiento no se salvan ni los funcionarios de la oposición ni los chavistas.
II
¿En qué se fundamenta la crítica? En la falta de atención de las autoridades, o para ponerlo de otra manera, de la burocracia.
Pero cabe señalar que curiosamente asistimos a una toma de conciencia por los ciudadanos de sus derechos; al desarrollo del protagonismo inspirado y auspiciado por la Constitución del 99. El estímulo que durante la década ha recibido la participación caló profundamente en la conciencia de la gente. En el pasado, esos mismos problemas no los interiorizaban los ciudadanos porque no existía la cultura de la protesta de ahora. Hoy el ciudadano protesta por cualquier cosa que lo afecte, lo cual es sano y revelador del carácter participativo de nuestra democracia. Por consiguiente, crece la importancia de darle atención privilegiada a esta actitud para que no degenere en una suerte de nihilismo o revierta en conductas anárquicas.
III
¿Qué pasa entonces?, se preguntarán muchos en medio de la confusión. Que la burocracia, el funcionariado, no tiene la preparación requerida, indispensable, para recibir y procesar esta nueva modalidad de la protesta -tanto de carácter colectivo como individual-, que responde a múltiples motivaciones de los ciudadanos expresadas con asombrosa propiedad y coraje cívico. El reclamo cotidiano que se escucha es que a la gente no se le presta atención. Que no es oída. La gente quiere ser atendida y que se le dé respuesta a lo que plantea.
Pero aparte de los mecanismos administrativos que presumiblemente existen -a lo mejor no- para canalizar la queja colectiva o personal, hay otros modos de atender y captar las exigencias populares. Un ejemplo: en muchos medios de comunicación -radiales, televisivos y escritos- hay abundante material informativo acerca de lo que pasa en la calle, en los barrios, en el seno de las comunidades, en materia de servicios públicos; al igual que los problemas en distintas regiones, en las grandes y pequeñas ciudades. Pero resulta que la información no es procesada porque no hay canales ni instancias para hacerlo. En consecuencia, es como si esas angustias del pueblo no existieran, cuyo origen está en la situación en que se debate el ser humano en el marco de una realidad hostil.
En síntesis, que la respuesta es la nada. O el vacío. Un buen método a ensayar consistiría en conformar equipos que recojan ese caudal informativo, lo procesen y lo lleven a las instancias competentes. ¿Es mucho pedir? Estoy seguro de que lo que se logre por esta vía, sencilla, económica, fundamentalmente democrática, que reconoce al ciudadano y toma en cuenta sus reclamos, restablecería la confianza que poco a poco se ha perdido en las instituciones. ¿Vale la pena esta reflexión? No me hago ilusiones sobre la receptividad que pueda tener, pero considero mi deber plantearla.
Personajes de alcantarilla.
Quienes no tienen moral, y poco les importa trabajar con la mentira para tapar su colosal mediocridad y carencia de escrúpulos, optaron durante estos días por reventar la cloaca de su propia miseria y esparcir el detritus que circula por ella. La infamia les permite acceder al mercado de la politiquería y de la promoción publicitaria donde no hay respeto por elementales principios. Lo que importa a estos personajes -y a quienes los financian- es disparar contra el objetivo de sus odios, sin importar para nada la verdad. Estos personajes generalmente trabajan sobre seguro. Saben que sus infamias no serán respondidas, porque colocarse a su mismo nivel es degradarse. La alcantarilla donde operan sólo es para roedores; no para seres humanos. También están conscientes de que querellarse contra ellos carece de sentido: es hacerles el juego y darles la oportunidad de una adicional dosis de figuración y de beneficios crematísticos. Por lo que es recomendable ignorarlos, y si algo tienen que sustente sus señalamientos, que actúen ante los órganos jurisdiccionales competentes. Pero, ¡ojo!, no lo harán porque cuanto dicen es falso. La respuesta a estos sujetos no puede ser otra que el refrán popular: "Todo ladrón juzga por su condición". O sea, que el que ha sido y es ladrón; el que ha sido y es traficante; el que ha sido y es canalla, considera que los demás también lo son.
Pero no lo son, y el curso de la vida lo confirma: coloca a cada quien en su sitio.
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