Una buena parte de la humanidad parece haber despertado asombrada ante lo
que ya era inocultable y que además es práctica antiquísima. Las
autoridades de la Iglesia católica se convirtieron en cómplices de la
aberrante práctica de la pederastia por parte de prelados de la
institución. El escándalo, aunque con todo su poder la Iglesia a tratado de
minimizarlo, ha resultado de marca mayor.
No podía ser de otra manera, pues abusar de un menor, aprovechándose de la
fe de quienes los colocan en sus manos para que los guíe por los caminos de
Dios, es un acto criminal propio de sádicos de la peor calaña.
Es sin embargo el silencio ante actos diametralmente opuestos a los
principios cristianos que predican y el encubrimiento descarado, por parte
de las autoridades de la Iglesia católica (el Papa incluido) lo que hoy
conmociona al mundo.
Permitir que sacerdotes con estas aberrantes inclinaciones, escalen
posiciones dentro de la institución es facilitarles el acceso a potenciales
víctimas inocentes. Ello es lo que ha convertido a las autoridades de esa
Iglesia en protagonistas de un drama que ha lacerado el alma de millones,
obligándolos a gritar por todos los medios medios posibles "BASTA".
Indigna la desfachatez con la que algunos “hombres de Dios” comparan el
abuso a menores, cometidos por los miembros de su congregación, con la
compra de anticonceptivos, mientras se quejan de ser víctimas de una
campaña de purismo obsesivo. Algunos, incluso, han afirmado que los
culpables suelen ser los niños que "incitan y provocan a los prelados".
La cabeza de la iglesia dice haber ‘orado emocionado’ y promete “medidas
efectivas”, pero lo más lejos que ha llegado es a aceptar las renuncia de
algunos criminales con sotanas. ¿Cuántas aves marías considerará Benedicto
que son necesarias para lavar los pecados de quienes encuentran placer en
el sufrimiento de un niño?
arellanoa@pdvsa.com