Todos los amantes de lo nuestro acusamos el golpe de la muerte de Francisco Mata. Los que en sus años de esplendor formábamos parte de la infancia o de la adolescencia que se desarrollaba al oriente venezolano crecimos bajo el influjo de El Carite, El Robalo, las diversiones margariteñas, y, más tarde, de muchos temas que con el tiempo pasaron a ser bien protestarios una vez instalada la llamada zona franca insular.
Porque una cosa era estar orgulloso de Margarita y del oriente en general y otra cosa era ver la muerte de tradiciones hermosas y de cantos centenarios a mano de eso que se denominó modernidad.
Ahora se marchó el intérprete de “Las tetas de María Guevara” y “Amigo Turista” y aparte del dolor de la pérdida, nos deja sembrada una incertidumbre que crece con los días.
Allí están, en Margarita, Chelías Villarroel y Jesús Ávila, tratando de ser robles imbatibles y faro tradicional. Allí está en Monagas Perucho Aguirre, allí está en Cumaná María Rodríguez. Ninguno anda pidiendo que le ayuden, pero ninguno, con seguridad, está nadando ni en el mar de la abundancia ni en el de la tranquilidad para seguir aportando.
Un poco más acá están también compositores, intérpretes, pintores, creadores de gran valía pasando, como dicen, las de Caín, en silencio y sobrellevando cargas mientras arriman lo que pueden al mingo de una sociedad que los desdibuja y los invisibiliza.
Tendríamos que preguntarnos cómo hace para vivir Zobeida la muñequera, o como hacen decenas de músicos para crear cuando no tienen ni para pagar la luz ni el teléfono; tendríamos que preguntarnos, sin esperar a que sean noticia por ingresar a un hospital, dónde están los que han entregado todo por la preservación de la diversidad de nuestras tradiciones.
Nos gustaría saber cuántas veces se presentó durante 2010 Aurita Urribarí o Adelis Fréites con el “Carota, Ñema y Tajá”; tendríamos que preguntarnos a cuántos conciertos fue invitado José Montecano, o “Cuatro cantos”, o por dónde anda Hernán Marín, o qué pasa con la salud de Víctor Morillo, y la de Gualberto Ibarreto y la de Lilia Vera, o cómo está haciendo un artista plástico como El Tano para mantenerse, o el tremendo maestro que es Chico Mono con la mandolina, o cuántas veces grupos como “Ahora” y “Los Guaraguao” tienen la posibilidad de multiplicar su canto en actos masivos. Igual se pregunta uno qué acontece con “Un, dos, tres y fuera” o “Las voces Risueñas de Carayaca”, e incluso con tremendas orquesta de salsa, o de música bailable en general a las que les cuesta una y parte de la otra lograr una presentación. Porque la cosa está en que ese talento debe ser compensado social y económicamente. Porque la cosa está en que seguimos sin seguridad social para nuestros músicos, (cabezas de familia en su mayoría) mientras millones de bolívares y dólares se marchan tras las luces alienadas del artista ‘de moda’ o del proyecto mediático.
Sin duda que se ha avanzado en algunos aspectos. Por lo menos tenemos una nutrida lista de nuestros patrimonios vivientes diseminados en la amplia geografía del país, pero tendríamos que interpelarnos permanentemente en torno a su situación porque después de ojo sacao no vale Santa Lucía. Y ya no podemos resucitar a Tomás Montilla, ni al Caimán de Sanare, ni a al negro Carlos Orta, ni retribuir a Luís Mariano ni a Juan de Dios Martínez por todo lo que nos dejaron apuntalando nuestra identidad.
En verdad a veces no vale ni una triste nota como obituario porque agrede después de tanto silencio…
Descanse en paz Francisco Mata y no descansemos nosotros en esta lucha a muerte contra la alienación, la ingratitud y el olvido.
Publicado en Ultimas Noticias (27 enero 2011)