¿No dicen que cuando los países tienen crisis su dirigentes las disimulan buscándose una guerra? Una crisis es una expresión de ineptitud, el desatado efecto de inadecuadas decisiones tomadas en el pasado. Okey, estás allí por ti mismo, por tu misma obra y gracia. Y si la crisis es el plano político, plano en el cual un mortal tiene que responder de su ineptitud ante millones de personas, no es difícil dejarse aconsejar por las pitonisas de Nicolás Maquiavelo y emprender una guerra para redecorar la situación e intentar renacer con un nuevo amor.
Casi todos los países de Europa lo hicieron durante la primera guerra mundial, una sarta de ineptos gobernantes intentando taparse el culo con otras excusas y artificios, cual cangrejo ermitaño. ¿Presentarse ante el pueblo como el responsable y fracaso de país? ¡Ni loco! Nótese que si el colectivo de gobernantes se hunde en el fango de las desacertadas decisiones, al asunto se le llama crisis global. Entonces los países se pelearon por los mercados, por las zonas de influencias internacionales porque sus gobernantes se habían desinflado internamente.
Durante la segunda guerra mundial Alemania se moría de hambre, y el crudo sistema capitalista y de castas señoreaba. Fue fácil culpar a los judíos y recubrirse de patriotismo para desviar la atención de la estupidez propia. ¡El pueblo alemán es grande, ario, si, cuasi extraterrestre, pero llegó a pagar casi 5 millones de marcos por un pedazo de pan, no sabiendo auto sustentarse, sorprendido por la historia en condiciones de madurez existencial! Sus gobernante se creyeron eternos en medio de la burbuja de la ineptitud hasta que despertaron con el cuento patriota de buscar venganza contra Francia y apoderarse de los “espacios vitales”, según la biblia de entonces, Mi lucha, de Adolfo Hitler.
Los EE.UU., ya en crisis entre crisis de ineptos desde 2008, o sea crisis global, están perfilados hacia una guerra tan inevitable como necesaria, según hábito histórico. Su modelo político se quiebra y la fragilidad de su economía falsa generará estampidas cuando su población se resienta. Lo primero será una dictadura por medidas de emergencia: adiós a la “mejor democracia del mundo”; lo segundo será afrontar a China, país creciente dentro del nuevo sistema de poder mundial, país al que le adeuda una impagable suma. En fin, hasta los videntes hablan de que Barack Obama será su último presidente, haciendo notar que Obama casi fue presidente. La élite gobernante, casi extraterrestre también como los arios alemanes, no afrontará jamás su fiasco personal, su fracaso ante tanto mundo globalizado, y desviará la atención, téngalo por seguro, con quién sabe qué conflicto armado. ¡Ay de los blancos escogibles como excusa! ¿China, más árabes, Venezuela? ¿O los negros o latinos intrafronteras? Se reconocerá porque se tratará de una guerra de envergadura. Por cierto, atacar a un país frágil como Venezuela no necesariamente significa que no sea de envergadura. Mírese nomás Siria por dónde va…
En Colombia la soberbia sistémica de un modelo fracasado para llevar suma de felicidad al pueblo, soberbia que no concede, no reconoce, condujo al país hacia una guerrilla. Jorge Eliécer Gaitán desnudó la ineptitud de un gentío, de un montón de castas de sangre colonial de color azul (se dirá casi extraterrestre, también), y propuso reformas. Y ya se sabe que las élites no se reforman ni reconocen errores que puedan desalojarlos del poder sino a precio de guerra.
Argentina siempre tendrá el argumento de las Islas Malvinas para justificar desaciertos. Ya las ensayó con Leopoldo Galtieri.
En Venezuela, hora de hoy, el gobierno conceptuó la existencia de una “guerra económica” para enmendar fallas y no mirarse en el rabo de los errores. ¡Cangrejo ermitaño en estampida! Existe la guerra económica, a nadie se le esconde que los intereses desprotagonizados políticamente intenten regresar atacando como saben, escondiendo su capital, sus empresas, sus servicios, sus alimentos, con toda la fuerza de sus huestes cósmicas y sangre azul o blanca (las élites siempre proceden de los cielos). Pero lo sorprendente del gobierno venezolano es que utilice el concepto para justificar su ineptitud ¡sin entrar en guerra! como históricamente aconseja la crisis, los libros sagrados, la naturaleza, los ángeles y demonios, la praxis.
No se habla tanto de desviar la atención con atacar a Guyana explotando el lío fronterizo o buscarle pleitos a Colombia porque esos escenarios son celadas montadas desde hace tiempo por los adversarios, pero sí se habla de no responder al enemigo interno donde más le duele: en sus empresas, bienes malhabidos, huestes antipatrias, para que no continúe con su trabajo bélico de atacar impunemente. ¡Es una guerra y en una las partes envían y reciben, y hasta se podrían justificar los llamados “daños colaterales”! El empresario Lorenzo Mendoza, por ejemplo, general en jefe de la guerra contra el gobierno y el pueblo venezolanos se encuentra incólume con sus Alimentos Polar cuando ha debido ser tomado por el Ejecutivo, los militares (¡es una guerra!), el poder popular y los tribunales desde hace un lustro. Y eso que este artículo no ha dicho lo mejor aún del cuento: en Venezuela basta con aplicar la ley, en puro nomás, para entrar en combate y contragolpear en el cuadrilátero de la guerra económica, hecho que ridiculizaría el lloriqueo de utilizarla teóricamente para escudar los desaciertos.