De los Clap a la crisis humanitaria

La actual crisis socio-económica de Venezuela supera en mucho a la crisis socio-económica de 1997-1998 cuando gobernaba, vetusto e incapaz de toda acción mental y física, el señor Rafael Caldera. Los discursos en cadena de Caldera resultaban absolutamente ininteligibles en medio del temblor de sus manos y de su voz. Los actuales discursos de Nicolás Maduro, más joven y aparentemente gozando de buena salud, también resultan ininteligibles y vagos. En Miraflores no están conscientes de la hambruna que sufre el país. Ignoran las penurias y dramas de los familiares de los enfermos en los hospitales públicos e incluso, de aquellos pacientes que han sido despachados a sus casas a la buena de Dios.

Por muy camaradas que seamos, por mucho sueño socialista utópico que uno persiga, por mucho amor al Comandante Eterno Hugo Chávez que profesemos, la idea de ser “gobierneros” a ultranza ya no parece una idea sostenible en el credo político revolucionario. En ese terreno es donde Maduro y su equipo tiene los votos perdidos. Por otra parte, el lado opuesto, el de la derecha, no sólo da “náusea sicológica”, como escribió Jean Paul Sartre alguna vez, sino pena ajena. La oposición no ha demostrado un poco de mesura, de inteligencia y de ponderación para convertirse en un brazo aliado frente a la crisis, ni siquiera con el poder captado con votos prestados y rencorosos que le permitieron hacerse de la mayoría parlamentaria en la Asamblea Nacional. Su objetivo obtuso de sacar al Presidente de la República como sea, los conminó inclusive a arrastrarse ante el poderoso Donald Trump como perritos sobre la alfombra, en el mejor decir del mandatario peruano Pedro Pablo Kuczynski, para invocar la Carta Democrática Interamericana, sumado a cuanta desfachatez mediática han podido, incluyendo guarimbadas, asesinatos, manipulaciones, lloriqueos en embajadas y palacios presidenciales de Suramérica y Europa, entre otras perlitas que les permiten cacarear hasta la saciedad que en Venezuela impera un “rrrégimen”, una “dictadura”, y bla bla bla.

Venezuela se encuentra absolutamente, y sin ninguna duda, ante una situación de hambruna, en medio de un escenario político que muestra a una oposición maltrecha, con evidentes signos de división, apátrida, pro invasionista, entreguista, carcomida de odio y resentimiento, brutal en su modo de asumir el rol de contrafuerza frente al gobierno; con éste en su papel de trillada víctima de los imperios, de la guerra económica, de los fantasmas, de los extraterrestres, del capitalismo, de los enemigos mortales, de los piriyanquis y demás menú de la verborrea consuetudinaria. Pero el ciudadano no está ya para esta interminable diatriba. Su salud y sus vidas dependen más ahora que nunca de una acción conjunta y razonable de asistencia alimenticia y de salud, y hay posibilidades, hay vías que se pueden probar a corto plazo. La desnutrición venezolana es generalizada.

Pasamos de la pérdida de peso progresiva a la desnutrición, a la falta de nutrientes y la ausencia de comidas completas.

LA HAMBRUNA, con mayúsculas camaradas, es nuestro peor mal. Ni capitalismo ni socialismo le importan más al venezolano que las medicinas y los alimentos. Ningún bando político, por muy de derecha que sea ni por muy de izquierda que parezca. se va ganar el corazón de este país, ni se va congraciar con este pueblo, si antes no se atienden esas dos urgencias.

Que vaya un ministro cualquiera a la sala de emergencias del hospital general “Luis Felipe Guevara Rojas” de El Tigre, estado Anzoátegui o al de Pariaguán, para que vean lágrimas de sangre en nuestro pueblo pobre, dolido y triste. Ahí tiene mi hermano del alma, Marcelo Pinto Cortés, más de un mes muriéndose sin medicamentos por una infección en una pierna y diabetes. Diariamente sus familiares deben “parir” Bs. 100.000 (CIEN MIL BOLÍVARES) para comprar tres inyecciones que eviten la gangrena y la consecuente amputación del miembro, además de comprar todos los insumos para las curas respectivas, incluyendo las curas quirúrgicas cuando le raspan las heridas y le extraen piel podrida. Como ese caso hay doce más. Y nadie del gobierno mete la  mano por un solo venezolano enfermo de éstos. Igual aplica para la sala de partos y heridos, diálisis y virosis, entre otras calamidades. Igual cuadro de negligencia y abandono muestra el hospital de Ciudad Bolívar, el Luis Ortega de Porlamar, el Razetti de Barcelona. Esto sólo se puede catalogar como CRISIS HUMANITARIA.

La famosa ley que exige y estipula el beneficio del bono de alimentación o cestaticket para los pensionados, aprobada por la Asamblea Nacional, se convirtió en una burla para el Estado. Demás está en insistir que este beneficio no sólo es un gesto humanitario y patriota sino un reconocimiento moral y solidario para todos nuestros viejos y viejitas, incluyendo a nuestros abuelos y abuelas, padres y madres, que se pasaron su juventud trabajando en distintos oficios para construir esta nación. En Miraflores parece no haber conciencia de ello. Se supone que con la limosna del sueldo mínimo de Bs. 40.000 ya dan por alimentada a la tercera edad, sanada de sus enfermedades y padecimientos de salud. Cualquier medicamento cuesta hoy esos mismos cuarenta mil bolívares. Esa pensión, por tanto, es un símbolo del hambre. La hambruna de los viejos. Su desnutrición. Su flaqueza. La absoluta falta de una alimentación completa.

La situación de los niñez es otra calamidad social y, quizás, la peor expresión de la hambruna en Venezuela. Niños y niñas raquíticos, ojerosos, débiles y frágiles que hasta dejan de asistir a clase por falta de pan, de arepa, de huevos, de queso o de jamón para desayunar, y peor aún, sin nada que almorzar ni cenar. Madres y padres desesperados día a día para sobrevivir y no dejar morir a sus hijos. La calle donde vivo tiene diecisiete hogares y parecemos mendigos unos frente a otros: “Vecina, ¿tiene aceite que me de un poquito?”, --No vecino. “Disculpe vecino, “¿tiene azúcar que me regale un poquito”. -Tampoco vecina. Ni harina, ni huevos, ni arroz ni pasta, ni casabe, ni nada de nada.

HAMBRE es lo que hay en este pueblo venezolano por donde usted meta la cabeza. Eso se llama CRISIS HUMANITARIA, camaradas de Miraflores, donde ustedes tanto se ríen, echan chistes patéticos. También la reflexión es para ustedes, señores de la oposición, tumba gobiernos, vende patrias, jala pelotas. ¿Cuándo se van a poner de acuerdo? ¿Cuándo dejarán sus apetencias personales y accederán al gran diálogo para una propuesta viable, urgente, efectiva en cuanto a la disposición de medicamentos y alimentos? Ya nos fastidiamos del tema de las divisas, las importaciones, el precio del petróleo, la guerra económica, la dictadura, el “rrrégimenn” y otras cuantas bobadas más.

Urge que los Clap se conviertan en un programa quincenal porque es la única manera de que el salario mínimo alcance para proveerse de los mínimos alimentos. Los productos importados de Brasil o Trinidad tienen un costo muy elevado, y resultan inaccesibles para los más pobres. En Pariaguán los comercios chinos venden en kilo de arroz en Bs. 8.000 (¡OCHO MIL BOLÍVARES señores del Sundde) en las propias narices de los Guardias Nacionales. Si admitimos la ayuda humanitaria en alimentos y en salud el Estado venezolano, con ayuda de la oposición y de otras fuerzas políticas nacionales e internacionales, puede solventar en el corto plazo el flagelo del hambre. Además, el costo político del hambre tiene como primera víctima al gobierno. Que no lo quieran ver así ese es su problema. Los adulantes de Miraflores quizás prefieren hacer negocios con las importaciones pero estimo que sólo una ayuda humanitaria temporal puede evitar que este barco se termine de hundir.

Los 96 barrios de El Tigre son una expresión viviente de la hambruna en el país. Igual aplica a los barrios de Pariaguán, donde el programa del Clap es intermitente o aún no ha llegado. Esto empeora hacia el sur del estado Anzoátegui, en los llamados pueblos de la Faja Petrolífera del Orinoco (Mapire, Uverito, Santa Cruz del Orinoco, San Diego de Cabrutica, Zuata, El Manteco, El Manguito, Aribi, Santa Clara) y los pueblos del estado Guárico (Santa María de Ipire, Zaraza, El Socorro, Ortiz, Las Mercedes, Valle La Pascua, etc.) flagelados por el hambre también. Así mismo los barrios de Ciudad Bolívar y el resto del país.

Nadie puede comprar carne de res, pollo, cerdo, queso o huevos. Las frutas y legumbres peor aún. No alcanzan los salarios para comprar los aliños, ni el café o el azúcar. Las cocinas de Venezuela son depósitos de ollas y platos vacíos, y las neveras nuestras sólo tienen agua. Somos tan pobres como cualquier nación pobre de África. Quitémonos ese orgullo estúpido de la cara de presumir que somos una nación rica y petrolera, con la mayor reserva probada de crudo en el planeta y bla bla bla, y digámosle al mundo la verdad: VENEZUELA PADECE UNA HAMBRUNA GENERAL. SI HAY UNA CRISIS HUMANITARIA EN VENEZUELA EN SALUD Y ALIMENTACIÓN. Esa es la verdad, sin hipocresías.

El salario no está ajustado a la inflación. Urge el bono alimenticio para los pensionados. Urge pagarle las prestaciones sociales a todos los jubilados del sector público, incluyendo a los trabajadores universitarios, hasta diciembre de 2016. Urge frenar la fuga de capital humano que sale a engrosar los cuadros de miseria en otras naciones. Urge activar sectores que generen empleos como el automotriz, la manufactura, la metalmecánica, la construcción y los electrodomésticos, entre otros. Urge un programa de salud serio, no corrupto, real no populista y falso. Urge la atención de la infancia desnutrida. Urge un equipo de gobierno competente, casado con el pueblo y no simples falderos de la comitiva farandulera presidencial.

Urgen un empresariado serio que invierta en el país al margen de esa oposición ratera, golpista y entreguista. Urge la inversión internacional que no implique comprometer aún más nuestros recursos naturales ni la materia prima nacional. Urgen incluso nuevos líderes políticos, pero esa no es por ahora la prioridad. Por último, urge acabar con la corrupción y el bachaquerismo con los alimentos y medicinas, metiéndole el ojo a quienes desde las Fuerzas Armadas y la Guardia Nacional Bolivariana, se prestan para los negocios sucios de toda índole. Este es nuestro drama y no hay que ocultarlo, sino enfrentarlo de manera mancomunada, transparente, cierta y efectiva. Sin máscaras.

PEDIMOS SOLUCIÓN A LA HAMBRUNA EN VENEZUELA YA.



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José del Carmen Pérez


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