Los comerciantes insaciables

Es indudable que el mar siempre tendrá un sitio para aceptar más agua proveniente de los ríos, de la misma manera, el infierno siempre tendrá espacio para el ingreso de más pecadores. Es decir, tanto uno como el otro, el océano y el averno, son insaciables, es decir, nunca se llenan, permanentemente tendrán un lugar para más y más.

De la misma manera los viciosos pareciera que nunca están satisfechos, el glotón nunca se hartará de comida; el alcohólico jamás saciara la sed de bebidas espirituosas; el(la) amante del juego de azar en ningún tiempo dejará de probar la suerte en la ruleta, en los caballos o en la lotería; el bocón permanentemente expresará sus fanfarronadas; el mentiroso compulsivo perpetuamente tendrá almacenada en su pensadora una ficción para quedar bien ante sus semejantes; así mismo, el avaro, incapaz de compartir, invariablemente tendrá un espacio para acumular objetos o dinero, sin importar las necesidades de otros.

Es imposible entender la avaricia, es decir, la tendencia a atesorar objetos y/o dinero, indiferentemente que los utilice o que los gaste a lo largo de su vida. La tacañería es una especie de enfermedad que ataca tanto a hombres como a mujeres de cualquier nacionalidad o profesión, pero parece padecerla, con más frecuencia, ciertos comerciantes. El cicatero es un ser rastrero carente de sensibilidad social, el lugar donde se almacena el sentimiento se trasformó en una víscera y su cerebro no es más que una caja de seguridad. Todo lo mira en función del dinero, como si este fuera un fin en si mismo y no un medio para alcanzar un objetivo. El agarrado es capaz de renunciar a sus necesidades básicas aparentando vivir en la miseria. El avaro acumula, acrecienta fortuna, mira con satisfacción libidinosa los estados de cuenta bancaria, sufre cuando no puede ganar más dinero de lo que desea, busca un negocio con desesperación para que le produzca más rédito. Mide las relaciones humanas en términos de los beneficios que pueda obtener de estas, sin importarle infringir la ley o violar la ética o quebrantar la moral con tal de lograr provecho.

El avaro siempre está insatisfecho, poco dispuesto a gastar dinero, los gastos los reduce al mínimo con el fin de que su capital no merme, es por esto que evita cualquier egreso que le mitigue su capital. En algunos casos la avaricia es considerada una patología. A estos maléficos solo les interesa el prójimo que le compre o que le pague por algún servicio. Ciertos autores europeos asocian la avaricia con algunos gentilicios que no los voy a nombrar para no herir sensibilidades. Así mismo la avaricia ha sido tema de numerosas obras de teatro como "El avaro de Moliere"; de literatura como "Papá Goriot" de Balzac, donde el dinero domina a las personas, a las leyes incluso, a los sentimientos; "El inspector" de Nikolai Gógol, una obra que inspecciona la codicia, la estupidez y la corrupción; hasta yo, un modesto escribidor, en mi libro "Cuentos para contar" traté el tema de la avaricia en el relato "Siete cruces en Agua de Vaca".

Lo opuesto al avaro es el desprendido, el derrochador, el pródigo, quien se muestra ante sus semejantes como un ser dispendioso, exhibicionista del lujo para destacarse entre sus semejantes. El manirroto alardea de su fortuna y para esto hace gala de los iconos que la representan: las joyas, el yate, la ropa de marca, el jet privado, los carros lujosos, las fiestas pomposas, las (los) amantes, los viajes; boconea sobre sus inversiones en la bolsa y contrariamente al avaro, quien desea dinero para guardar, el derrochador ansía más peculio para hacer alarde y derrochar.

En los párrafos anteriores el comportamiento de aquellos individuos no sería problema si el dinero acumulado o gastado proviniera de su trabajo, pero en muchos de los casos estos capitales derivan de la sustracción del erario público. Grandes fortunas se han acumulado o gastado por individuos que han ocupado altos cargos en la administración pública, hasta con muy bueno sueldos, pero sucumben ante el placer del dinero. Es el placer de la inmoralidad. La honra, la moral, la ética, el compromiso con la persona que lo colocó en el cargo y con el partido les importa un bledo. Desempeñaron un empleo de alta jerarquía solo por el interés de prevaricar, de usufructuar unos bienes que le pertenece a la nación. Es por esto que la corrupción ha invadido todos los estratos sociales, sin importar nacionalidad, sexo, gentilicio, profesión, religión y familia, el único interés es apropiarse de los bienes del estado y para esto siempre estará dispuesto en asociarse con sus iguales para delinquir, a pesar del detrimento que sus viles acciones causen a la nación y al pueblo en general.

El afán de la posesión del dinero ha originado mucho daño, el interés por atesorar o gastar dineros o grandes capitales es causante del menoscabo de la calidad de vida de muchas personas. El usufructo de enormes caudales, por lo general, proviene de vías ilegales, bien por el robo, por la corrupción, el lavado de dinero, el narcotráfico, los negocios ilegales, los monopolios, la especulación, el engaño, el acaparamiento de productos de primera necesidad, el contrabando, la legalización de capitales, la especulación con los negocios de la bolsa, entre tantas formas que utilizan los ricos para despojarle el dinero a los asalariados pendejos.

Lo que me queda del artículo se la voy a dedicar a cierta clase social que se caracteriza por su codicia y avaricia. Es la llamada clase comercial que va desde el productor, el almacenador, el distribuidor y el vendedor. Quienes procesan la fe católica y muchas de las religiones del mundo aseguran que la sensibilidad se almacena en un etéreo artilugio llamada alma; yo, por mi parte, pienso que la compasión está ubicada en algún sector del cerebro. En todo caso, sea en uno o en el otro, estoy seguro que algunos comerciantes carecen de alma o la parte de la pensadora que acumula la humanidad hacia el prójimo se les atrofió.

Se necesita ser insensible y no pensar que lo que está ocurriendo con los precios de la comida en Venezuela, en todos los renglones, le está haciendo un grave daño a toda la población. No hay razón alguna que justifique el incremento que casi a diario están experimentando los precios de los productos alimenticios de primera necesidad. No solo las proteínas (aves, carnes y pescados), también los tubérculos, los granos, las verduras y las frutas aumentan el costo continuamente en detrimento de la salud de un pueblo. La clase media está desapareciendo o pienso que desapareció. Ya pasaron el Rubicón para ingresar al campo de la miseria. No hay sueldo que soporte las subidas que diariamente los avaros comerciantes les imponen a los venezolanos. No se puede hablar de socialismo en un país donde los ricos comerciantes deciden lo que se puede comer y lo que no. Con la certeza que pareciera que nada se puede ingerir, dado el precio especulativo a lo que está sometida la población venezolana.

Hasta no hace mucho se pagaba por un producto de ciento de bolívares, después pasamos a miles de bolívares y actualmente es común que un comerciante sórdido, de forma muy complacida y sonriente, nos hable de millones de bolívares refiriéndose al precio de un alimento, de una blusa, de un pantalón, de un par de zapatos, hasta de una medicina.

Es inhumano lo que está haciendo la clase comerciante con los habitantes del país, un verdadero golpe de estado contra la democracia socialista. La clase media ha tenido que renunciar a normales beneficios dado la imposibilidad de vivir tal como lo hacía hace cinco años. Debió renunciar al vehículo dado los altos precios de los repuestos y de los estacionamientos; unas vacaciones ni pensarlo; de frecuentar un restaurante a un cine con la familia es improbable; de acudir a una clínica o un médico privado imposible; ni siquiera morir en paz dado los altos precios funerarios. Además del imperio del norte nos está fregando el imperio de los comerciantes. El mismo que está generando el deterioro, no solo del gobierno, ante la impasibilidad de obligar a los comerciantes a aplicar precios justos, también de la salud. La mala alimentación redundará en enfermedades que colapsarán los hospitales dada la imposibilidad de acudir a un médico privado o a una clínica. Hay que aplicar con urgencia los correctivos necesarios antes que los ruidos de la barriga decidan el éxito o el fracaso de las próximas elecciones presidenciales.

Entiendo perfectamente aquello de los sacrificios por la revolución, pero cuando los electores ven y escuchan lo acontecido con la corrupción PDVSA y de los abusos perpetrados por los comerciantes especuladores y avaros que están matando de hambre (literalmente) a la población venezolana, los votantes esperan que el equipo de gobierno entienda que los sacrificios tienen un límite. En todo caso invito a cualquier ministro de finanza a darse una vuelta por un mercado o una tienda de ropa o zapatos o farmacia para que entienda que no estoy exagerando.

Es lamentable que no exista gobierno nacional, ni estadal ni municipal que le ponga coto a los desafueros de los lusitanos dueños de los supermercados y a los vendedores de los mercados municipales situados en las urbanizaciones de la hoya de El Cafetal. El día jueves 14 de diciembre los comerciantes del mercado municipal, a cielo abierto, situado en la calle Acuario de Santa Paula aumentaron en cuestión de dos horas el kilo de pollo de 85.000 Bs. a 140.000 Bs. Pasado el tiempo, dejaron de venderlo entero para ofrecerlos por piezas a precios exorbitantes. Sirvo de eco a las palabras del conspicuo Simón: "Si nosotros nos dejamos insultar hasta de los débiles, no seremos respetados de nadie, y no merecemos ser naciones". Carta a Santander del 21 de octubre de 1825. Lee que algo queda.



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Enoc Sánchez


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