Poquito, miseria y algo

El hambre nos ha azotado en diversas épocas. En tiempos de Luis Herrera Campíns estuvieron de moda los mercados campesinos controlados por el ejército venezolano, y desde las 2 am hacíamos colas a la salida de El Tigre-Barcelona para comprar pollos, leche, aceite, azúcar, arroz y verduras. Cuando CAP 2 ocurrió el saqueo masivo conocido como el Caracazo de 1989, con la añadidura de que aquellos billeticos en miniatura denominados "Tinoquitos" parecían una burla al pueblo y al mismo Simón Bolívar. Con Caldera 2 vivimos el hambre perpetua y la gestión fanfarrona dirigida por un ser decrépito, incapaz para gobernar, dado su estado de salud, balbuceando sílabas ininteligibles de vez en cuando, para vendernos una esperanza inexistente.

En ese quiebre de la historia apareció el actual socialismo bolivariano, gústele o no a la gente. Durante la época de Chávez el hambre golpeó nuestras costillas no pocas veces, alcanzando su punto crítico durante el paro petrolero, puesto que la escases de combustible paralizó al país. Y ya en esta etapa madurista, la hambruna se viste de guerra económica, acaparamiento, usura, corrupción, matraqueo y bachaquerismo masivo, que es como decir, impiedad, incordura, deshonestidad, ladronismo, oportunismo y desmadre.

Los industriales y comerciantes tienen las manos tan sucias en esta calamidad nacional como los funcionarios del gobierno, incluyendo a la Guardia Nacional Bolivariana y la Policía Nacional (prestos al matraqueo y reventa de artículos alimenticio), jefes de los programas alimenticios estadales y locales, alcaldes y gobernadores salientes y tal vez los actuales. Dentro de esta hambruna masiva, hacen negocios con nuestras penurias los gatos y ratones, los tigres y los leones, las vacas sagradas y las vacas gordas. Toda la manada de la pudrición institucional, empresarial y comercial. Que hay empresas que realizan grandes esfuerzos para salvar al país, es cierto. Y hay trabajadores bregadores y sacrificados que se queman la piel para producir, para ayudar. Que hay corruptos metiendo la mano donde se lo permitan las leyes y la impunidad, también es cierto; parecen abundar y reproducirse; y hay funcionarios probos, con ética, decencia y responsabilidad, pero en la calle el clamor es de desesperación, incertidumbre e incertezas por la inmediatez del alto costo de la vida. El Estado necesita de la remoción inmediata de su cuadro gerencial con personas honestas, eficientes y transparentes en su gestión, y el empresariado debe apartarse de los entramados políticos condicionadores y lacayistas, dedicándose a lo suyo, más allá del cacareo de la falta de insumos y de divisas.

Al viejo eslogan de "las ollas baca abajo" se ha sumado la impotencia, la desesperanza y la angustia. La sobrevivencia diaria condiciona toda forma de desarrollo personal, familiar y comunitario. Los jóvenes quieren irse del país, y ninguna nación sin juventud puede sostener el peso de su pasado, construir su presente ni conquistar hechos relevantes en el futuro. Ahora, más que nunca se necesita la voluntad naciente, la fuerza laboral creativa y combativa, y las energías sumadas de una comunidad dispuesta a no doblegarse. Sabemos que Venezuela no garantiza empleos dignos en los sectores público ni privado. Sabemos que la autogestión tropieza con el laconismo de la burocracia y los oportunistas y aprovechadores. Sabemos que las manos peludas del poder cierran las vías imparciales e independientes, las voces críticas y las disidencias, pero el país es el suelo que debe guiar nuestras acciones, nuestros ímpetus y nuestros valores más preciados. No hay que darse por vencidos ni huir. Necesitamos mantener la perseverancia, la honradez individual, la constancia y el deseo de hacer, no de destruir. De vivir, no de morir.

Comemos a diario poquito, miseria o algo. Esto nos diezma, nos acogota y nos hunde. El alimento es la base de la vida, y nuestra salud empeora con la crisis. También la salud mental y la espiritual, si no la sostiene el equilibrio indispensable entre la razón y la emoción. Nuestros barrios son cuadros agónicos de tristeza y frustración. Sólo cargamos en las manos yuca y casabe, porque carne y pollo son punitivos. Sus costos por kilo engullen un salario mínimo. Las embarazadas y las recién paridas miran al cielo con resignación. Ningún bono de 700 mil puede cubrir los enormes costos de la lactancia infantil ni el valor de las medicinas. Ninguna caridad política alcanza. Ninguna magia china salvará al bebé de la desnutrición. Por lo demás, Europa y Norteamérica ensayan su artillería contra Venezuela para enterrarla de rodillas, y las clases pudientes del país se callan, se esconden y se hacen los zorros. El país, por tanto, no tiene quien lo salve, excepto la dignidad de su pueblo, de su gente, que aunque diezmado por el hambre parece condenado por la historia a sobreponerse a su propia extinción. Y mientras los planes de la patria van y los planes de la patria vienen, sabrá Dios dónde amaneceremos mañana.



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José Pérez

Profesor Universitario. Investigador, poeta y narrador. Licenciado en Letras. Doctor en Filología Hispánica. Columnista de opinión y articulista de prensa desde 1983. Autor de los libros Cosmovisión del somari, Pájaro de mar por tiera, Como ojo de pez, En canto de Guanipa, Páginas de abordo, Fombona rugido de tigre, entre otros. Galardonado en 14 certámenes literarios.

 elpoetajotape@gmail.com

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