Es oportuna la dinámica que se ha desatado alrededor de la Ley Orgánica de la Cultura para tratar de comprender qué intereses y pasiones dominan el alma de los personajes empecinados a todo trance en impedir que esta Ley sea discutida por los más amplios sectores de la población y que sea resultado de la consulta y la participación popular, tal como lo establece la Constitución.
El anteproyecto aprobado en primera discusión, es un híbrido que conjuga dos antepasados, el primero solicitado por encargo del ya extinto Presidente del CONAC, Manuel Espinosa (RIP) a su aliado, el abogado Meyer, el mismo que gestionaba contra Chávez un juicio por crímenes de lesa humanidad en una corte internacional… El producto de ese encargo fue una ley neoliberal cuyo veneno permanece latente en el tejido del anteproyecto que ya se aprobó en primera discusión en la Asamblea Nacional.
El segundo anteproyecto lo gestionó la Diputada Milagros Santana, y ha sido objeto de diversas observaciones de personalidades y organizaciones del sector cultura. De estos dos documentos salió el embrión de Frankenstein que se incuba en la Asamblea Nacional. Debemos advertir que no ha habido consulta alguna; en una oportunidad el CONAC quiso hacer creer que las consultas “a las bases” habían sido realizadas y que estas habían sido integradas al anteproyecto Espinosa-Meyer, por fortuna el fraude fue descubierto por las denuncias de los trabajadores culturales de diferentes estados del país, en donde se pretendió montar el engaño. Esta vez no les será posible decir que ya realizaron las consultas.
Lo cierto es que las inversiones en la cultura no son conchas de ajo, hay algo así como una caja negra que guarda un misterio tipo PDVSA; si Chávez supiera como es el baile de millardos, a dónde van a parar y como las transnacionales de la cultura protegen sus intereses y aseguran su participación en el negocio con esta nueva Ley, prestaría mayor atención a la cosa.
La tozudez, esa manía de repetir el error aún a sabiendas de su mal resultado es la expresión de algo enfermo en el alma de esa gente. Todavía está caliente en Aporrea un artículo en el que Carlos Murillo señala al Ministro de la Cultura diciendo que a la constituyente cultural la ve “nada más como una consigna que puede ser orientadora pero que también puede enredar las cosas.” Lo que realmente puede ser enredado es la justificación que daría un Ministro de Cultura de un gobierno revolucionario a la alianza estratégica entre el Museo de Bellas Artes y la Exxon Mobil, una empresa golpista, desestabilizadora, contaminadora, involucrada en crímenes atroces contra los pueblos en los que ha impuesto sus intereses y contra la naturaleza: memento homine que para muestra basta el Exxon Valdéz, esa perla que brilla como una lagaña en el ojo de esa criminal empresa.
Estos “revolucionarios” quieren hacer las cosas como no están escritas en la Constitución. Igualito que Carmona, pero a cuenta gotas, hasta que el pueblo, que es la cultura, se dé cuenta y les recuerde la hermosa consigna escrita en las paredes de Miraflores el 13 de abril: “Chávez perdona el pueblo no”