¡Cómo no amar a mi país!

Aunque este término aparezca en el diccionario como una polisemia, no dudaré en referirme exclusivamente al contexto territorial, su geografía, sus relieves, su hidrografía, sus paisajes, sus costumbres y tradiciones; elementos que nos atan desde nuestro nacimiento con lo verdaderamente autóctono; sin subestimar ese gran proceso de transculturación que se ha fusionado con el mestizaje étnico, gastronómico, creencias etc, a través de diferentes generaciones; y que de manera alguna ha contribuido a consolidar nuestra identidad. Valores tangibles e intangibles que forman parte de nuestro día a día. De nuestra idiosincrasia.

Mis invisibles aporreahabientes, quizá les parezca algo frívolo, esto que voy a narrarles: En mi época de estudiante en la escuela primaria, existía un libro que si mis añejas neuronas no me fallan, llevaba por título "¡Qué linda es Venezuela!" –No recuerdo el autor- . Dentro de la diversidad de las imágenes y sus explicaciones, había una que se refería a la descripción del Río Orinoco: Su fuerza, su desembocadura, sus playas y otras cualidades más. Fue ésa la que me causó mayor curiosidad, a lo mejor, por la forma que el autor lo señalaba. Yo, de mi parte nunca había salido de Caracas; creo que si llegué a Tazón, fue lo más lejos; de tal manera, casi que veía remota la posibilidad de conocer In Situ a ese monumento hidrográfico que nos regaló la naturaleza.

Como cosas de muchacho, siempre quedaron grabadas en mí aquellas mociones, con las esperanzas que algún día podría conocer el río Orinoco. Aquello era como un imán que me atraía hacia aquel ingente torrente fluvial; fuente de inspiración en muchas novelas Venezolanas; verbigracia, como lo hizo Gallegos en su magistral novela "Doña Bárbara".

Con el transcurrir de los años, en mi formación profesional, fui designado a trabajar a una comunidad que llaman Roblecito, caserío ubicado en los llanos del Estado Guárico; entre Chaguaramas y las Mercedes del Llano; región de gratos recuerdos laborales y experimentadas novatadas. Año: 1979. Este escribidor no llegaba a los 25 años de edad. Allí, di mis primeros pininos en el ejercicio de mis funciones. Por lo suigéneris de sus aguas, cuando uno se duchaba, parecía que el jabón no se le desprendía del cuerpo. Lo cierto de todo es que un día de tantos, me asignaron una tarea para la población de Cabruta, allende las Mercedes, para coordinar unas lanchas destinadas para una comisión de servicio. Aquí se cumplió mi sueño: Lo primero que realicé fue dirigirme, rápidamente, hacia las riberas de la pequeña población; cuando me paro y veo a aquel gigante que estaba frente a mis pupilas: El Majestuoso Orinoco.

Sereno, taciturno, arrastraba grandes troncos que el gran caudal le había robado a los árboles; y desde sus entrañas se asomaban toninas, babos y peces. Con gesto de pleitesía, me arrodillé frente a sus aguas; y como ósculo a la bandera, me llevé una porción de agua cálida a mi frente, cual si fuera una pila bautismal. Proseguí con el mandato que había recibido. Así se cerró ese capítulo de mi existencia que en mi adolescencia parecía una utopía. Me llegaban a mis neuronas, los recuerdos de infancia; y entre la alegría, parecía que estaba leyendo el libro de mis primeras enseñanzas.

Dentro de esta gran morada geográfica, haber conocido las selvas de San Camilo, en el alto Apure, fue de gran éxtasis. Es oportuno traer a colación un trozo de unos versos de un poeta venezolano que en estos momentos no me llega a la mente, dice así:

"Grande, imponente, majestuosa,

Tupida, sombría, exuberante,

Nebulosa, fecunda, vigorosa

Capital de flora y fauna

Así sentí la legendaria selva"

Muy acertados los fonemas. Transitar en el interior de esa gran maraña vegetal es como introducirse en un túnel, donde se aprecia la luz al final. Las copas de los inmensos árboles se entrelazan formando un techo que te impide ver el espacio celeste. Sólo fugaces rayos solares se meten por los resquicios de la flora; y como jugando con las extendidas ramas, saltan de un lado a otro, dejándonos con poca visibilidad. Patear su suelo fértil, rico en Humus, es un gran ejercicio. Puedes sentir que se te hunden los pies entre barro y barro; en considerables intervalos. Es preferible llevar puestas botas especiales para estos fines. El vértice de la montaña, a la vista, se confunde con el cielo. Sus pocos habitantes, serviciales, hospitalarios, te ofrecen alimentos propios de la región; y uno contento sigue su camino, topándose también con la fauna desconocida. No olvido que una vez, estaba lavando una ropa a las orillas del Río Arauca; y en un descuido mío; la corriente imponente de las aguas, en un Santiamén, se llevó con la velocidad de un cohete, varias de las prendas enjabonadas.

Si nos trasladamos al oriente del país, con su cálida gente, dicharachera. No puedo dejar pasar por debajo de la mesa mi permanencia en las bondadosas playas de Pedro González, en Margarita, donde te desayunas, almuerzas y cenas con una ducha en sus aguas cristalinas. Saborear las exquisitas empanadas a la par de pescados de sabores heterogéneos; escuchar una anécdota de cualquier poblador, que entre su jerga lleva siempre algo de pictórico. No pierdo las esperanzas de volver a sus húmedas tierras.

Las rocosas zonas de la vía de Maniapure-Pijiguaos, Ciudad Bolívar, Edo.Bolívar. Rodeadas de saltos de agua que asemejan la tierra desprendiendo lágrimas sobre el manto sólido conformado por piedras que brillan a trasluz de los rayos del sol. Bañarse en sus aguas es un placer que se siente, saber compartir con la sabia naturaleza. Cuando observas un cerro desde lejos te parece que estás mirando una gran masa de tierra. Mas, cuando empiezas a escalarlo, te das cuenta que es una inmensa roca cubierta de pequeños árboles y arbustos que se han formado; y han permanecido ahí como testigos de fidelidad. Es una zona de inigualable vista. En noches de invierno, los truenos, parecieran que van a romper el firmamento. Y, así como estos, muchas otras regiones que amaneceríamos nombrándolas.

¡Cuántos lugares fantásticos hay en mi país! Voy a hurtarle un argumento de ese gran geógrafo Francés Albert Demangeón, dice así: "Donde quiera que viva el hombre su modo de existencia implica una relación necesaria entre él y el substrato territorial. Es precisamente la consideración de este vínculo territorial lo que diferencia la geografía humana de la sociología" (Problemas de geografía humana. Pág. 15). A mi modo de ver las cosas, estimo que cada persona está intrínsecamente ligada a su entorno; y en esa misma medida será su psicobiografía. No es lo mismo el temperamento del andino que la del costeño. Ni la del caraqueño con la del llanero.

Soy el que piensa que conocer primero lo nuestro, nuestro suelo, "Ius Soli" deberá ser nuestra prioridad. De aquí se conjuga la relación existente, inseparable, inolvidable entre el sujeto y su entorno, su geografía, sus hábitos y costumbres. Nuestra geografía no tiene nada que codiciarle a otras latitudes. Estos argumentos no serán los mejores, pero el sentido de pertenencia geográfica se lleva en el alma.

En cualquier lugar donde nos encontremos; nunca será igual; vendrán a nosotros las remembranzas; hasta los amaneceres son distintos; en el saludar a un paisano se nota la diferencia. Nos caracterizamos por un genuino paisaje humano. Pequeña Venecia, en tu vientre geográfico nací y crecí; en tu seno sembrado quedaré. Y, que mis pellejos y osamenta se confundan con la tierra que me vio germinar. Con nuestras debilidades y fortalezas, con nuestras semejanzas y diferencias; siempre debemos colocarle una diadema de optimismo a nuestro querido terruño ¡Cómo no amar a mi país!

JOSÉ GARCÍA

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José García

abogado. Coronel Retirado.

 jjosegarcia5@gmail.com

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