Así llega el tercer domingo del mes de julio, con sus detalles y características tiernas, valientes y sinceras, cual rocío mañanero que cae sobre las plantas enseñándote que la sencillez hace grande cualquier cosa así como lo son los agasajados de hoy, los más pequeños pero inmensos a la vez, es decir, nuestros niños y niñas, pero también permíteme ingresar estas sencillas letras a través de tus pupilas, apelando muy respetuosamente a que me leas con tu niño o niña interior y si no lo consigues o te cuesta hacerlo, entonces observa la mirada de tu extensión, de tu prole es decir los hijos e hijas, las nietas, los nietos y verás que rápidamente lo consigues. Vamos inténtalo. ¿Listo? Vamos pues.
Postula el gran José Martí la triada: “plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo” siempre genial Martí, muy apropiado para el momento que vivimos como humanidad, la pandemia por el coronavirus o covid-19, y es que no hay mejor terapia que estimular tanto a tu niño interno como a tus hijos e hijas a plantar no solo un árbol sino un huerto entero, que complemente el sustento, en el que se comparta como familia, en el que drenes la carga agotadora de la cuarentena, arar, arrancar, sembrar, regar, cultivar, cosechar. Por su parte, escribir un libro, o un diario así como lo ha llevado satisfactoriamente el compañero Martorano Juan, pues escribir es motricidad fina, escribir es delicioso, lo escrito, escrito queda. Ahora pregunto ¿Acaso no son los árboles y los libros, también hijos? ¿No son los hijos en quien nos aventuramos a escribir nuestras más significativas vivencias? ¿No son los arboles quienes al hablarles o cantarles nos corresponden con sus frutos y su frondosidad? ¿No son los libros nuestros más fieles y atentos receptores de nuestras tristezas y alegrías? Los árboles, los libros, los niños y las niñas sagrados son. No debería estar permitido bajo ningún concepto siquiera pensar destrozar un milímetro de alguno de los tres.
Celebremos hoy, un día a la vez con nuestro niño interno y aunque parezca inverosímil, seamos pues como los niños y las niñas, no para cometer inmadureces o ser mente de pollo como coloquialmente se dice por ahí, sino para unirnos a las nobles causas en cuanto reconocer y proteger a nuestros niños y niñas, creando conciencia sobre sus derechos y velar para que se cumplan, cuidarlos y teniendo especial atención cual poeta escribiendo su máximo poema, pues son nuestros niños esos poemas vivientes, por tanto, está negado herir, maltratar, etc. Y es menester amar, estimular, honrar su humanidad. Permítete fallar, equivocarte, caerte y levantarte, para aprender y crecer, eso es ser niño, estar en constante aprendizaje pero también permítele a tus niños (hijos, hijas, nietas, nietos, sobrinos, sobrinas, estudiantes, amigos etc.) experimentar, explorar, crear, divertirse, déjalo ser preguntón, déjalo razonar desde su óptica, déjalo expresar. No lo ahogues con tus cosas de adulto, no lo fatigues con tus pesares, no lo aburras con tu palabrería, no lo encierres con tus miedos, que no aprenda a rechazar ni a juzgar a priori como lo hacemos los adultos, déjalo así espléndido, inocente, especial claro está repito, cuidándolo y orientándolo mas no sobreprotegiendo ni imponiendo.
Finalmente, cuenta Lucas en el evangelio: “Traían a él –a Cristo- niños para que los tocará. Al verlo los discípulos, los reprendieron –a los niños- más Jesús exclamó ¡Dejen a los niños venir a mí y no se lo impidan, porque de ellos es el reino de Dios! De cierto les digo que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él”.
Feliz día a todos y todas los niños y las niñas de la patria quienes con su alegría nos motivan a seguir adelante.